Somos como bebemos
David López Canales
Irlandeses en un bar en los años cuarenta
"Si no fuera porque, como dicen, sus dos
días favoritos del año son Navidad y verano, serían casi tan mediterráneos como
nosotros".
La semana pasada
fue un momento histórico en el Reino Unido. No sonó el God Save the Queen pero,
seguro, lo entonaron por dentro. Después de 15 semanas cerrados, volvieron a
abrir los 60.000 pubs del país. El resultado, previsible, muchedumbres de
ingleses bebiendo como si no hubiera mañana, porque durante cuatro meses no lo
hubo, abrazos, peleas y todo tipo de interacciones sociales que, como reconoció
la policía, evidencian que los borrachos no pueden, ni quieren, mantener la
distancia de seguridad.
Entiendo a los
ingleses, pero no me gustan. Nunca lo han hecho. Entro a un pub inglés y veo a
esos bebedores individuales acumulando pintas y la escena me parece tan sórdida
que se me quita la sed. Soy, siempre lo he sido, más partidario de los
irlandeses. No es una cuestión de litros, sino de cómo beber y con quién
hacerlo. Con los irlandeses, además, se bebe bien, qué demonios. Esas pintas de
Guinness, esa cosa social de beber en grupo, esos bares con música tradicional
que después de cuatro pintas te suena, aunque parezca raro, también tan tuya
que acabas la noche cantando The Wild Rover. O esas charlas, fumando en la
puerta, hablando del tiempo, porque no hay nada más irlandés que hablar del
tiempo. Si no fuera porque, como dicen, sus dos días favoritos del año son
Navidad y verano, serían casi tan mediterráneos como nosotros.
Los irlandeses son
unos de los seres humanos del mundo más parecidos a un español que me he
encontrado. Nuestras historias recientes son parecidas. Somos países de
granjeros y catetos, básicamente, que tuvimos nuestra guerra interna. Y nuestra
posguerra. Y nuestra emigración, aunque a ellos eso de emigrar se les da mejor.
El director de cine Jim Sheridan lo llama, como me dijo en una ocasión, ser un
país exportador. “Aquí, cuando hay problemas, no reaccionamos, sino que nos
vamos”, lo resumió. Y nuestra Iglesia católica imponiendo fes. Y nuestras
burbujas. Y nuestros rescates... Quizá, a fin de cuentas, todo se reduzca a
eso, a cómo se bebe. Y a que un país no está, ni se lo conoce, en sus mapas, en
su historia o en sus estadísticas, sino en sus vasos y en cómo se vacían.
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