miércoles, 29 de julio de 2020

CREER



¿En qué creeremos ?

David López Canales



















La religión, pero también las supersticiones, han sido y son útiles porque dan instrucciones contra la incertidumbre y sosiego frente al temor del futuro.

En Estados Unidos, después del 11-S, se dispararon las ventas de los libros de Nostradamus. También allí, antes, tras la Segunda Guerra Mundial, un país que no era especialmente religioso, o que no era fervientemente religioso, empezó a considerarse una nación cristiana, como oposición y retórica, en parte, al ateísmo soviético. 
Eisenhower dio ejemplo, se unió a la iglesia presbiteriana y fue bautizado con 63 años tras instalarse en la Casa Blanca. Hoy, en el mundo, los países más pobres (Níger, Yemen, Bangladesh…) son también los más religiosos, y los más prósperos ( Suecia o Dinamarca, por ejemplo), los menos. Y mañana la Iglesia católica, que pierde fieles a raudales en Europa e incluso en Latinoamérica, donde el Papa juega en su cancha, seguirá captando nuevos creyentes en Asia y en el África subsahariana.

La religión, pero también las supersticiones, han sido y son útiles porque dan instrucciones contra la incertidumbre y sosiego frente al temor del futuro. Más aún en tiempos de crisis. ¿En qué creeremos cuando pase todo esto? Cada uno es libre de hallar consuelo y respuestas donde prefiera, donde más le llene al alma, más le quite los miedos o le haga sentirse menos solo o perdido. Lo terrible sería, porque se avecina una época convulsa e incierta, que dejásemos de creer en la ciencia como lo hacemos ahora.





Llevamos semanas convertidos en virólogos aficionados. Vemos a diario como médicos y enfermeros le arrebatan cuerpos a la muerte, cómo se puede curar bajando las defensas, cómo se insufla plasma, cómo se investiga una vacuna, cómo se analiza la respuesta de los animales al coronavirus para prever mutaciones… Todo eso es ciencia, no transustanciación. Estamos hoy enganchados a ella. Es el cordón umbilical que nos une al mundo. Porque es la ciencia, y no los políticos, ni los predicadores, ni las estampitas, por mucho que algunos así lo crean, lo único que ahora puede dar calor al mundo para descongelarlo. Y esa misma ciencia que nos está salvando hoy es la que deberá salvarnos también mañana.
























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