miércoles, 31 de octubre de 2012

ELECTRIC HOLIDAY



Todo Cambia

('Leave Minnie Alone')



















De qué poco sirve ser la reina del universo Disney si el objetivo es entrar en el club del universo 'fashion'. Si no, que se lo pregunten a la adorable Minnie Mouse y al resto de su pandilla, que han sufrido una extrema metamorfosis para poder lucir en los escaparates de Barneys. 

La cadena de tiendas multimarca de lujo de Nueva York, –aquel comercio en el que doblaba pantalones otro encantador orejudo, el actor Bryan Greenberg, en la serie How to Make it in America–, vive estos días inmersa en una agitada polémica tras descubrir su campaña de Navidad. Bajo el lema Electric Holiday, los iconos de la factoría Disney se han transformado en figuras filiformes –en concreto de 152 cm de alto por 27 de ancho– para poder embutirse en los diseños de los creadores más codiciados. Así, Mickey estará vestido por Nicolas Ghesquière (Balenciaga), Minnie por Alber Elbaz (Lanvin), Goofy por Olivier Rousteing (Balmain), Daisy por Dolce & Gabbana, Cruella por Rick Owens, la Princesa Tiana por Proenza Schouler y Blancanieves por Petter Copping (Nina Ricci)

Todo un lujo, y un suplicio, si para convertirse en supermodelo hay que vestir una talla cero. “Cuando llegamos al momento en el que todos los personajes debían caminar por la pasarela hubo una discusión: la Minnie Mouse estándar no queda bien en un vestido de Lanvin”, argumentó al Women Wears Daily el director creativo de Barneys, David Freedman, cuando presentó la Electric Holiday a finales de agosto. Sus declaraciones, y los bocetos que adelantó de Minnie, Daisy y Goofy –la campaña no dará el pistoletazo de salida hasta el próximo 14 de noviembre–, han levantado una airada polémica en los medios americanos y en Internet. ¿Es necesaria una "Skinny Minnie” para participar en la industria 'fashion'? Esto se preguntó la activista Ragen Chastain, que no ha dudado en liderar el movimiento 'Leave Minnie Alone'(Dejad a Minnie tranquila) a través de la plataforma change.org. En el texto asegura que “no hay nada malo con las mujeres altas y delgadas. El problema es cambiar un dibujo, adorado por los niños, para que se vea bien en un vestido en el que casi nadie se ve bien; además de la tremenda presión sobre las niñas y mujeres jóvenes para alcanzar la perfección que sólo ofrece Photoshop”. Su petición ya cuenta con elrespaldo de más de 130.000 firmas, entre ellas la de las actrices Virginia Madsen y Kristin Bauer (True Blood), así como las de Carolyn Costin y Lydia Turner, dos mediáticas expertas en trastornos alimenticios. 

“Cuando vi la campaña saltaron todas mis alarmas. Trabajo con niñas y mujeres que sufren trastornos alimenticios y sé qué tipo de cosas contribuyen a impedir su recuperación”, explica la activista vía mail. Para Chastain, autora del libro Fat: The owner's manual, el problema no radica en la extrema delgadez de los dibujos, sino en que “se lanza el mensaje de que una persona alta y delgada que vista un talla cero es el único modelo de cuerpo posible. Necesitamos empezar a ser honestos sobre cómo el estereotipo de la figura perfecta de Photoshop está afectando a nuestra cultura”, explica.

Chastain no es la única que ha puesto en tela de juicio a la 'Skinny Minnie'. Una colaboradora del magazine online Hello Giggles obtuvo una respuesta similar cuando consultó a la escritora Peggy Orenstein, autora de Cinderella ate my daughter(Cenicienta se comió a mi hija) y firme defensora de que la cultura girly de las princesas perjudica a la autoestima de las niñas. “De alguna manera Barneys y Disney piensan que está bien presentar a una Minnie anórexica frente a los adultos porque, ahora que lo son, aceptan que todo el mundo debe aspirar a este imposible ideal que ofrece Photoshop. Mientras tanto, permitimos a los niños mantener la ilusión de vestir una talla normal, a menos, claro, que sean Barbies o princesas. Entonces tendrán que aspirar a ser delgadas”. 

Y es que la factoría de los sueños se ha ganado más de una crítica en las últimas semanas. El gigante audiovisual acaba de bautizar a su primera princesa latina: Sofia, que debutará el próximo 18 de noviembre en Disney Channel. Desde Vulture, el blog de entretenimiento del New York Magazine, apuntaron a que muchos se cuestionan cómo puede ser latina una chica de tez pálida, ojos azules y sin acento (la voz del dibujo es de una de las actrices de Modern Family). Los ejecutivos de Disney, no obstante, se apresuraron a aclarar que la recién llegada es mestiza porque su madre, la reina Miranda, es española. Con líos como éstos es comprensible que las niñas de hoy en día espeten a Pippa Middleton un sincero, y cortante, “odio a las princesas”.



 NOELIA RAMÍREZ

















martes, 30 de octubre de 2012

PAPEL, PAPEL II






Psicología Social en el Conventillo de Lerma


Alejandro Schleh




El del papel higiénico es un negocio fácil para prolijos. De márgenes escasos, uno se puede fundir con facilidad. Como contrapartida del riesgo, es de mucha rotación y moviliza un gran capital; que si éste se obtiene del crédito de las papeleras y es manejado con prudencia permite a quienes poco tienen, como era mi caso, andar con mucha plata o cheques en el bolsillo todos los días, casi desde el primero del emprendimiento. A mí me atraía aquella idea de la venta masiva, la rotación del papel y de la plata en el bolsillo. Me fui zambullendo en el negocio en cámara lenta.Eran otras épocas; hoy sería distinto y no hubiera conseguido créditos con la facilidad aquella por más cara de angelito que hubiese practicado. En corto período llegué a ser un mediano y destacado, fiel distribuidor de aquella papelera pequeña que dio el gran salto cuando se decidió a industrializar el papel higiénico Bouquet para Ramón Chozas.Éste terminó viéndose en las góndolas de todos los más reconocidos súper e hipermercados. Yo no tenía capital, solo La Chata, vehículo con el que empecé a distribuir el papel. Por las noches sacaba cuentas. Si la progresión del aumento de las ventas continuaba siendo geométrica como venía siendo, podría comprarme una camioneta en muy poco tiempo usando más que mis ganancias, el dinero que pasaba por mis manos producto del crédito conseguido en la papelera y, si la venta no se venía para abajo, tranquilamente devolvería poco a poco aquel capital sustraído del giro comercial de un plumazo. Así fue. En sesenta días contados desde que comencé con aquel negocio del papel Tersura, compré a un amigo la pequeña camioneta Fiat Multicarga.




La idea de industrializar mi propio papel y tener una marca propia, me rondaba la cabeza.




En los momentos del ocio, se sumaban las anécdotas de la vida cotidiana a nuestras charlas prolongadas. Surgían de la misma actividad del papel y de la observación, que sin proponérnoslo, hacíamos de aquellas gentes simples que de la convivencia armoniosa pasaban a tener confrontaciones de fuerte tono en cuestión de segundos. Las tensiones  acumuladas, cualquiera fuera la causa, las solucionaban de manera imprevisible. Hay que ver qué cosas pasaban por sus mentes, y más, cuáles por las zonas mas recónditas de sus almas infantiles, puras, y subconscientes atávicos. Qué genes ancestrales venidos desde las zonas profundas, lejanas de la historia de la evolución, se habían llegado hasta ese conventillo de Villa Crespo corporizados en ellos. Quienes nos conocían y nunca habían pisado nuestra “planta” escuchaban con atención y divertidos nuestros relatos; nuestros cuentos sacados de las ratas de un laboratorio no tan convencional. No se detenían a medir las consecuencias de sus actos o palabras antes de producirlos. Como cuando Jovita, que anduvo mal con Ester en algún momento, le tiró el agua hirviendo que tenía a mano en una pequeña cacerola en un movimiento instintivo e in meditado y ésta debió ser hospitalizada en el Instituto del Quemado. O como cuando Ester en un rapto de locura revoleó por el aire todos los chinchulines que nuestra vecina de la casilla de enfrente cocinaba sobre una improvisada parrillita de alambre al calor de las brasas humeantes dentro de una lata de dulce de batata, de esas redondas, y se tiraron de los pelos y gritaron como gatas rabiosas y se arañaron y los rollitos de las pieles se les juntaron en las uñas. Una de las conclusiones fue que si bien es cierto que son los varones los que van a las guerras y se mueren, son las mujeres quienes las producen. Al menos, dentro de aquel conventillo la convivencia entre varones era por lejos mucho más fácil.
Nadie de nuestro entorno había pasado nunca por experiencias por el estilo y nadie había soñado tener una fábrica de papel higiénico ni afincarla en un conventillo. Nadie vivir en él, como era mi caso.  A veces había que dar explicaciones. Además de algo llamativas nuestras vidas, y de provocar cierta curiosidad, había quienes envidiaban nuestra libertad y perspectivas de progreso. Entre nuestros conocidos había quienes estudiaban para ser empleados alguna vez, estudiaban para trabajar para otro. Nosotros, los socios de la papelera Copos, trabajábamos para dar trabajo. Lo generábamos y esa no era capacidad de cualquiera. Estábamos llamados a fundar una gran empresa que podría cotizar en bolsa un día. Conocíamos algo de balances y números, precios del papel, de cómo se compraba por kilo y se vendía por metro, la incidencia de la mano de obra en los costos, ingresos brutos, impuesto a las ganancias, aportes patronales. Todo eso sabíamos.
La sociología iba más allá de los habitantes del conventillo y su estudio se extendía hacia nuestros proveedores y clientes que se convertían en su objeto.

Lejos estaban nuestros empleados varones –las mujeres no se dedicaban a “berreteras” en aquella época todavía tocada por el tango-, de las actividades a que se dedicaban algunos habitantes del barrio que se reunían en el confitería bar El Carioca de la esquina de Córdoba y Lavalleja y otros aledaños como el de Av. Córdoba y Canning. Ser “berretero” era un oficio totalmente masculino. 
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También estaba Sufra. Sufra vivía en una casa de bajos que era esquina en Lerma y Julián Álvarez; al lado de Jorge, mi mecánico. Una puerta de entrada al local en la ochava, cerrada, dos pequeñas vidrieras, una de cada lado de la misma con las persianas bajas. Sobre ambas calles, sendas vidrieras también cerradas y por fin, sobre Lerma, más allá de la vidriera, la puerta de acceso a su propiedad.
Sufra vestía siempre con saco, camisa y corbata, y cada tanto abría la puerta de su domicilio que daba sobre Lerma y miraba por un breve periodo de tiempo la calle arbolada de plátanos luego de lo cual se metía para adentro. Un sirio-libanés o algo parecido, alguien nacido en alguna parte de por allí, por medio oriente, comerciante de toda su vida que ya estaba jubilado. Cascarrabias. Se asomaba a la puerta en cada oportunidad en que una de las cortinas bajas de su comercio de la esquina, cerrado para siempre, recibía un pelotazo. Desde allí vociferaba contra la barra que se desternillaba de risa, frases que se le entendían bastante poco pues se ve que no había perdido el acento del idioma de su país natal. Le hacían pasar momentos de enorme tensión a este pobre hombre cuando los pelotazos se repetían uno tras otro de manera intencional. Irremediablemente salía una y otra vez a gritar las cosas inentendibles. A veces amenazaba a los agresores con un palo con un cepillo en la punta. Tendría unos setenta, setenta y cinco años, un poco grande ya para vivir en ese estado de excitación. Pobre Sufra. Fue bautizado de esa manera por los chicos que le tiraban cohetes, petardos y rompe portones, a escaso metro, metro y medio de los pies cuando abría su puerta y se asomaba a protestar. Sufra!, le gritaban. Sufra sufría de verdad. Y no sé si alguna vez su español le habrá permitido leer, entender lo que decían las innumerables leyendas que decoraban las paredes de su casa, graffitis y murales.

 De todos los tamaños y colores las leyendas. Todas decían en alguna parte la palabra “sufra”. O sólo el vocablo de referencia. A veces Sufra con mayúscula, otras con minúscula, según fuera que lo nombraran, o en modo imperativo le ordenasen sufrir.


(Continuará) 


 * De 'Un asunto de Papel Higiénico'. 

    

    Fragmento







lunes, 29 de octubre de 2012

DIVAGUES IV






Diálogo de tontos



..........Aunque nunca dejó de estar presente el factor humano, me fueron comprando y me fui vendiendo de a poco. La compraventa sea quizá otro de los factores bien humanos y este punto es algo mas que una conjetura. De lo contrario deberé recurrir al diccionario para indagar el asunto de los factores cuyo orden no siempre no altera el producto. 







Los tontos tiene un don, una extraña inteligencia que siempre nos sorprende, no estamos preparados ¿será que no son tontos? Tienen el poder de la manipulación.  He visto muchas veces esa capacidad, logran lo que quieren  sin ningún esfuerzo. Isabel  debió ser una de esas. Relegada en el fondo de tu pensamiento como un estereotipo, iba instalando tramperas. Mientras tanto la vida era la vida y la vivías como era, no andabas pensando en mañanas lejanos, sino en como cubrir un cheque, limpiar unos mocos, tener un poco de tiempo.



Es verdad, pero también manipulan los inteligentes, y la diferencia que tienen con los tontos es que saben que cosa están haciendo y deciden hasta donde. Aunque no fue el caso de ella, el de tener demasiado claro que cosa estaba haciendo. Simplemente hizo lo elemental que casi todos los humanos hacen: lo que le convino. Inclusive hacen lo que les conviene quienes tienen elevadísimos principios. Por ejemplo para no traicionar los principios por los cuales han luchado toda su vida les conviene morirse de hambre. Y entonces no comen porque les conviene. La conveniencia puede no ser rastrera, o en todo caso puede ser menos rastrera como en ese caso. Y es menos rastrera cuando se arrastra, casi vuela, por esos principios de conveniencia que podemos bautizar de superior y que el resto de los animales no puede emular. Es grande el ser humano pese a todo. ¡ El más maravilloso ser de la creación!  Eso que los leones y caballos son tan lindos! Es imposible dejar de mirar y estudiar el ser humano y su arquitectura. Cada uno un universo. Algunos animales tienen su universo que uno puede ir desentrañando a medida que los va conociendo. Pero lamento comunicarle a mis amigos los animales que si lo complicado es un merito están fritos. Sus universos son sencillos y acotados. Que nosotros los humanos les ganamos en complejidad. No es así profesora? 


Tienen el poder de la manipulaciónEs verdad. He visto muchas veces esa capacidad logran lo que quieren sin ningún esfuerzo. Isabel debió ser una de esas.Seguro profe. Relegada en el fondo de tu pensamiento como un estereotipo, iba instalando tramperas. Mientras tanto la vida era la vida y la vivías como era, no andabas pensando en mañanas lejanos, sino en como cubrir un cheque, limpiar unos mocos, tener un poco de tiempo.Es verdad. Siiiii!!!
Tal vez, tengas que mirar de nuevo, desde otro punto, desde más lejos. Porque ¿ acaso no nos juzgamos muy duramente cuando se trata de algo serio? Ahí, nos volvemos jueces implacables, incapaces de juzgar así, a nadie. No creo en esa compraventa, tal vez en una herencia, un legado que fuiste asumiendo vaya saber porqué mecanismos de la mente.Aceptada absolutamente tu teoría que me enaltece y me ubica allá en lo alto, la iré incorporando con cuentagotas para no alimentar demasiado el ego. Porque para bien o para mal, nos hemos creído capaces de asumir casi cualquier riesgo. Si profe.
Volveré a pensar en esa y otras compraventas, sé que nos vendemos o me he vendido, no lo analizo demasiado, forma parte de nuestra naturaleza. Acaso no vivimos haciendo transacciones? Y no creas que estoy siendo indulgente. No.


A.S.


Miss Musa.










domingo, 28 de octubre de 2012

UN POCO DE HUMOR





Qué bueno: la Fragata ya descansa en paz*

 Carlos M. Reymundo Roberts 








Cuánto agradezco estar otra vez en el país. A mí me gustan los viajes, pero no hay caso: cada vez que salgo llego a la conclusión de que a todos les va horrible y a nosotros, extraordinariamente bien.
Estuve en México y en Brasil, donde se vive un peligroso retroceso político, económico y democrático. Por ejemplo, en México no hay reelección presidencial y en Brasil hay una sola. Y lo peor: ¡no están debatiendo una reforma de la Constitución! Es decir, se entretienen con pavadas en vez de dedicarse a las gestas épicas, a las transformaciones profundas, a los cambios históricos.Además, con el dólar se vive una situación escandalosa: se puede comprar y vender sin ninguna restricción (por favor, no se lo cuenten a Máximo Kirchner: lo perdemos). Les expliqué que eso termina mal, pero no me entendieron. Lo mismo con los medios. Con irresponsabilidad total, los gobiernos dejan que la prensa diga lo que quiera. Un día se van a despertar y ya será tarde: estarán viviendo en el infierno de la libertad de expresión.Por suerte, no tuve que llegar al país para empezar a tener buenas noticias. Aerolíneas Argentinas te templa el espíritu con una batería de publicaciones muy diversas: algunas son K y otras, recontra K. También te dan unas que son ultra K. Es decir, alta literatura para todos los gustos. Yo, que se imaginan cómo echaba de menos a la señora, mitigué mi extrañitis aguda viéndola en las revistas, en los diarios y en los videos que gentilmente facilita Aerolíneas. Está bueno que el turista extranjero llegue al país sabiendo que acá manda Cristina.
Ya en Buenos Aires pude empaparme de todo lo de la Fragata Libertad. Mi miedo era que pasáramos a la historia como el gobierno al que un país africano de nombre futbolero le birló la nave insignia. Es uno de esos papelones de los cuales es difícil volver. Nada de eso. A la señora no le sacaron la Fragata. La entregó ella, con una frase florida y bajo una lluvia de aplausos. Gran idea. Siempre hay que revestir las derrotas con el ropaje de victorias heroicas. Kirchnerismo no es no perder. Es no admitir nunca que perdimos.
Victoria en toda la línea fue la de Timerman: le pudo dar la mano a Ban Ki-moon y hasta sacarse una foto con él. Ban Ki-moon da la mano unas 300 veces por día, incluso a tipos que van a verlo y no sabe ni cómo se llaman, pero me parece que en este caso fue distinto. La foto lo dice todo. Detrás de esa expresión de gélida diplomacia oriental creo ver una adhesión a la causa de la Fragata. De hecho, ofreció sus buenos oficios. Estoy seguro de que medió ante Cristina para que no lo echara al canciller por haber vuelto de la ONU con las manos vacías. Hay que ser comprensivos: al mismo Timerman que violó en Ezeiza a punta de alicate las valijas diplomáticas de un avión del gobierno norteamericano lo mandamos ahora a la ONU a abogar por la Fragata. Nadie lo habrá tomado en serio.
Lo importante es que a los marinos los trajimos de vuelta en un avión, con lo cual completamos su instrucción naval con una experiencia aérea. Lástima ese cantinero de la Fragata que lo primero que dijo al llegar es que le daba vergüenza todo lo que había pasado. ¿Vergüenza? Debería estar feliz de haberse reencontrado antes con su familia, y orgulloso de vivir en un país que redefine el significado de viejos conceptos: default es emancipación, embargo judicial es colonialismo y perder el buque insignia es un acto de dignidad.
En el puerto de Tema, los marinos que hablaron con nuestra enviada especial, Elisabetta Piqué, también estaban enojadísimos. Se ofendieron con la famosa frase de Cristina: "Pueden quedarse con nuestra Fragata, pero no con nuestra libertad". A mí, pensándolo bien, tampoco me pareció wow. Yo había propuesto otra: "No renunciamos ni a nuestra Fragata ni a nuestra libertad". Me dijeron que era poco realista. Después sugerí ésta, más distendida pero no menos esperanzadora: "El que hoy Ghana, mañana pierde". Tampoco les gustó.
El vuelo que repatrió a los tripulantes fue de Air France porque Aerolíneas Argentinas no tenía ninguna nave disponible. Eso explicó Marianito Recalde, y yo le creo. Conocemos muy bien la racionalidad, la profesionalidad y la minuciosidad con que Marianito y los chicos de La Cámpora pierden en Aerolíneas 2 millones de dólares por día. Por lo tanto, me parece muy bien que no quieran hacer cosas raras ni ponerse en más gastos. Además, aprovechemos. Aprovechemos que se llama Recalde. Miren si se llamara Macri. Imagínense la información en Página 12: "El presidente de Aerolíneas Argentinas, Mauricio Macri, dice que no tiene ningún avión para ir a buscar a casi 300 marinos argentinos que hace 22 días están varados en Ghana".
Por suerte, todo eso ya es historia vieja. Volvieron los marinos. Terminó su odisea. VolvióTimerman. Terminó su nuevo fracaso diplomático. Hasta volví yo. Terminó mi excursión a países tristes que todavía no han podido liberarse ni del dólar, ni de los medios, ni del cepo que les impide reelegir eternamente a sus presidentes.
Es decir, ya estamos todos.
Sólo falta la Fragata, que descansa en paz en un puerto llamado Dignidad.




*DIARIO  LA NACION Sábado 27 de Octubre.






viernes, 26 de octubre de 2012

BORGES


     

El enigma de la poesía















Me gustaría, en principio, avisarles con claridad de lo que cabe esperar -o, mejor, de lo que no han de esperar- de mí. Me doy cuenta de que incluso he cometido un error al titular mi primera conferencia. El título es, si no nos equivocamos, «El enigma de la poesía", y el énfasis recae, evidentemente, en la primera palabra, «enigma". Así que ustedes podrían pensar que el enigma es lo más importante. O, lo que aún sería peor, podrían pensar que me he engañado a mí mismo al creer que, en alguna medida, he descubierto el verdadero sentido del enigma. La verdad es que no tengo ninguna revelación que ofrecer. He pasado la vida leyendo, analizando, escribiendo (o intentándolo) y disfrutando. He descubierto que esto último es lo más importante. Embebido en la poesía, he llegado a una conclusión final sobre el asunto. Es verdad que, cada vez que me he enfrentado a la página en blanco, he sabido que debía volver a descubrir la literatura por mí mismo. Pero de nada me vale el pasado. Así que, como he dicho, sólo puedo ofrecerles mis perplejidades. Tengo cerca de setenta años. He dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles dudas. 
El gran escritor y sonador inglés Thomas de Quincey escribió -en alguna de las miles de páginas de sus catorce volúmenes- que descubrir un problema nuevo era tan importante como descubrir la solución de uno antiguo. Pero yo ni siquiera puedo ofrecerles esto; sólo puedo ofrecerles perplejidades clásicas. Y, sin embargo, ¿por qué tendría que preocuparme? ¿Qué es la historia de la filosofía sino la historia de las perplejidades de los hindúes, los chinos, los griegos, los escolásticos, el obispo Berkeley, Hume, Schopenhauer y otros muchos? Sólo quiero compartir estas perplejidades con ustedes. 
Siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus autores escribían sobre poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer. Por ejemplo, he leído con mucho respeto el libro de Benedetto Croce sobre estética, y he encontrado la definición de que la poesía y el lenguaje son una «expresión». 
Ahora bien, si pensamos en la expresión de algo, desembocamos en el viejo problema de la forma y el contenido; y si no pensamos en la expresión de nada en particular, entonces no llegamos a nada en absoluto. Así que respetuosamente admitimos esa definición, y buscamos algo más. Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, como veremos, a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier momento. 
Es fácil que incurramos en un error muy común. Pensamos, por ejemplo, que, si estudiamos a Homero, la Divina comedia,Fray Luis de León o Macbeth, estudiamos la poesía. Pero los libros son sólo ocasiones para la poesía. 
Creo que Emerson escribió en alguna parte que una biblioteca es una especie de caverna mágica llena de difuntos. Yesos difuntos pueden renacer, pueden ser devueltos a la vida cuando abrimos sus páginas. 
Hablando del obispo Berkeley (que, permítanme recordárselo, profetizó la grandeza de América), me acuerdo de que escribió que el sabor de la manzana no está en la manzana misma -la manzana no posee sabor en sí misma- ni en la boca del que se la come. Exige un contacto entre ambas. Lo mismo pasa con un libro o una colección de libros, con una biblioteca. Pues ¿qué es un libro en sí mismo? Un libro es un objeto físico en un mundo de objetos físicos. Es un conjunto de símbolos muertos. Y entonces llega el lector adecuado, y las palabras -o, mejor, la poesía que ocultan las palabras, pues las palabras solas son meros símbolos-surgen a la vida, y asistimos a una resurrección del mundo. 
Me acuerdo ahora de un poema que todos ustedes saben de memoria, aunque quizá nunca se hayan fijado en lo extraño que es. Pues la perfección en poesía no parece extraña: parece inevitable. Así que pocas veces le agradecemos al escritor sus desvelos. Estoy pensando en un soneto escrito hace más de cien años por un joven de Londres (de Hampstead, creo), un joven que murió de una enfermedad pulmonar, John Keats, y en su famoso y quizá trillado soneto «On First Looking into Chapmans Homer» («Al asomarse por primera vez al Homero de Chapman»). Lo que extraña del poema -y sólo caí en la cuenta hace tres o cuatro días, cuando preparaba esta conferencia- es el hecho de que se trata de un poema sobre la propia experiencia poética. Ustedes se lo saben de memoria, pero me gustaría que oyeran una vez más el oleaje y el trueno de los versos finales: 

Then felt like some watcher of the skies 
When a new planet swims into his ken; 
Or' like stout Cortez when with eagle eyes 
He stared at the Pacific -and all his men
look'd at each other with a wild surmise-
Silent, upon a peak in Darien. 

(Sentí entonces lo mismo que el vigía que observa 
el firmamento y ve de pronto un nuevo astro; 
o lo que el gran Cortés, cuando con ojos de águila 
por vez primera divisó el Pacífico -y todos sus soldados
entre sí se miraron sin dar crédito a aquello- 
callado, allá en lo alto de un monte del Darién.) 

Aquí encontramos la propia experiencia poética. Encontramos a George Chapman, amigo y rival de Shakespeare, que estaba muerto y de repente volvió a la vida cuando John Keats leyó su Iliada o su Odisea. Creo que era George Chapman (aunque no estoy seguro, pues no soy especialista en Shakespeare) en quien pensaba Shakespeare cuando escribió: «Was it the proud full sail of his great verse, / Bound for the prize of all too precious you?» «¿Fue el velamen hinchado de su verso ampuloso / que navega a la busca de su presa riquísima?»). 
Hay una palabra que me parece muy importante: «Al asomarse por primera vez al Homero de Chapman». Creo que este «primera» puede resultarnos muy provechoso. En el preciso momento en que repasaba los poderosos versos de Keats, pensaba que quizá sólo estaba siendo leal a mi memoria. Quizá la verdadera emoción que yo extraía de los versos de Keats radicaba en aquel lejano instante de mi niñez en Buenos Aires cuando por primera vez oí a mi padre leerlos en voz alta. Y cuando la poesía, el lenguaje, no era sólo un medio para la comunicación sino que también podía ser una pasión y un placer: cuando tuve esa revelación, no creo que comprendiera las palabras, pero sentí que algo me sucedía. Y no sólo afectaba a mi inteligencia sino a todo mi ser, a mi carne y a mi sangre. 
Volviendo a las palabras «Al asomarse por primera vez al Homero de Chapman», me pregunto si John Keats sintió esa emoción después de fatigar los muchos libros de la Iliada y la Odisea. Creo que la primera lectura es la verdadera, y que en las siguientes nos engañamos a nosotros mismos con la creencia de que se repite la sensación, la impresión. Pero, como digo, podría tratarse de mera lealtad, de una mera trampa de mi memoria, una mera confusión entre nuestra pasión y la pasión que una vez sentimos. Así, podría decirse que la poesía es, cada vez, una experiencia nueva. Cada vez que leo un poema, la experiencia sucede. Y eso es la poesía. 

Leí una vez que el pintor americano Whistler estaba en un café de París y la gente discutía el modo en que la herencia, el ambiente, la situación política del momento y cosas por el estilo influían en el artista. y entonces Whistler dijo: «El arte sucede». Es decir, hay algo misterioso en el arte. Me gustaría tomar sus palabras en un sentido nuevo. Yo diré: El arte sucede cada vez que leemos un poema. Ahora bien, quizá, al menos en apariencia, esto suprima la venerable noción de los clásicos, la idea de los libros perdurables, de los libros en los que siempre hallaremos belleza. Pero espero equivocarme en este punto.

( Fragmento)





Borges, Jorge Luis, Arte poética. Editorial Crítica. Barcelona, 2001. Pags. 15-35
(Seis conferencias sobre poesía pronunciadas en inglés en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968) 

(Traducción de Justo Navarro.)


Caricatura de David Levine









jueves, 25 de octubre de 2012

SIN PALABRAS II


Sentimiento *









Miss Musa: de "VIAJE" te mando este fragmento...

"...Era calmo el movimiento del agua y entre sueños, se me apareció su figura diminuta en donde se juntan la tierra con el cielo. Soñar con imposibles lo separa a uno del tiempo por instantes, por el tiempo en que la realidad vuelve a imponer las condiciones. De modo que era un imposible mi sueño que se esfumó por el contraste con la evidencia. Aquel velero lejano no eran Bouchard y sus hombres; que lástima. Pude comprobarlo minutos más tarde al verlo con todas las velas desplegadas, escorado levemente por babor, su bandera flameando por la popa. Tan real como un sueño. Era la Fragata Libertad con sus marinos que regresaba a la Argentina luego de haber dado una vuelta por el mundo. 
Alcanzamos y sobrepasamos esa nave llamativa para todos los viajeros de esta época del tiempo. No era un espectáculo común ver embarcación semejante, con todo el velamen inflado por el viento, escorada, su tripulación saludándonos apiñada en la cubierta, por aquellos días de la segunda mitad de la década del sesenta en el medio del mar en un día caluroso de verano. 
El Monte Umbe se le anunció con el sonido inconfundible aquel: el que imita el de los viejos vapores. Lo sobrepasamos y dimos una vuelta en rededor del gran velero describiendo un rulo ante la algarabía de los pasajeros. Se saludaron los miembros de un matrimonio valiéndose de megáfonos. Ella era una compañera de viaje. Él, un oficial de la nave escuela. Se dijeron que se querían, cosas así y fueron aplaudidos. Me hubiera gustado en ese momento oír el estruendo de una salva de cañones y ver el humo blanco disiparse en el aire y las gaviotas escapando. Era demasiado pedir. Dejamos atrás la nave insignia y al rato comenzó a esfumarse, a confundirse su velamen con las nubes y cada vez fue más chiquita hasta que desapareció en un horizonte confuso y agobiado por el calor intenso y los vapores de aquel enero de 1967."

Como vos decís, sin palabras, yo puedo decir otras dos...que lástima. 



Alejandro Schleh 





* Tomado del comentario que aparece en SIN PALABRAS I

martes, 23 de octubre de 2012

MILITANCIA II



 Juan y  yo.

Alejandro Schleh



















No hacía demasiado tiempo que había llegado a esta Capital y venia trayendo algunas anécdotas divertidas sucedidas durante su servicio militar y algunas noticias internas de cuestiones relativas a Montoneros, cuestiones domésticas que sólo podían ser conocidas por quienes desde dentro fueron participes o testigos. Hablaba del Nacho Vélez, de Emilio Maza, de los hermanos Liprandi, de la misma manera que se puede hablar de un hermano, o de un amigo. Con total naturalidad y familiaridad. Siempre insinuando, diciendo de alternativas, sembrando interrogantes y enigmas, hablando de las incomodidades que en hoteluchos de mala muerte y aguantaderos padecieron los militantes. Sucedido ya el asunto de La Calera, sus comentarios acerca de aquel hecho estaban sembrados de pistas, eso creo, como para que alguien ingenuo como yo, inexperto adolescente que de ningún modo había vivido lo que él, ni transitado por las calles como un patrón con un arma –patrón, decía-,  lo supusiese partícipe de aquel acontecimiento subversivo y lo mirase como a un héroe comprometido con los valores cristianos primigenios, algo así como a un cruzado. Seguramente, esperaba ser admirado de la misma manera que él admiraba a sus “soldados” Montoneros. Insistía mucho –ya conocía yo los orígenes pseudoreligiosos del movimiento- en el tema del cristianismo verdadero y el sentido heroico de la vida.

No le creí lo de su padre estanciero siendo infantes y no le creí de grande cuando insinuó haber sido partícipe de aquel hecho terrorista. Y no sé todavía si me equivoqué o no al no creer esto último, aunque hoy sigo sin  dudas por instinto, no lo fue, porque hubiera aparecido su nombre en algún diario, pienso, como prueba de lo que hubiera sido mi diagnóstico desacertado de mitomanía. Siempre ignoré entonces sus fábulas, fantasías, y actué una y otra vez como si jamás las hubiese escuchado o puesto algo en tela de juicio. Ni de soslayo demostré curiosidad alguna; no recuerdo haberle preguntado alguna cosa referente a Montoneros. Sólo me remití alguna vez a pasarle el dato que yo había conocido a Capuano Martínez, a Ramus y a Abal Medina, y que había sido compañero de banco de Firmenich por todo un año y su amigo en los recreos durante dos, en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Me comentó al pasar que Mario era un boludo; no le pregunté por qué lo decía.
Este comportamiento, ese yo reservado que guardaba para mí, un poco evasivo y poco comunicativo con respecto de ese y otros temas más, que motivó acaso que algún día me dijese que yo estaba siempre en guardia - esa es mi conclusión psicológica retorcida - estoy seguro fue la llave que nos permitió compartir unos años de amistad y aventura sin peleas. Sus rarezas jamás me sorprendieron, más bien fueron esperadas.Competíamos en canto caminando por las calles de San Telmo a cualquier hora de la madrugada, cuando el silencio era casi absoluto. Cantábamos “Please Release Me Let Me Go” a todo lo que dábamos, primero uno después el otro, comparándonos. Y las voces retumbaban en ecos por la noche. Rebotando entre los frentes de las casas de bajos y los edificios en altura, por entre los pulmones y las troneras de las manzanas.
Tenía su voz una potencia inusitada. En Córdoba, estando en el cuartel, debió ser llamado a un costado y debió entender razones por la fuerza. Se obligaba a los soldados a gritar “presente” a pulmón lleno y a no andar diciéndolo como mariquitas. Se ve que en la milicia se mide la hombría según el método de la potencia de la voz. Los “presente mi teniente” de Juan recorrían las hectáreas del regimiento provocando hilaridad en la tropa; y él, muy serio y plantado. Se lo hizo en los oídos a Corniccelli – quien años más tarde fuera enviado por Lanusse a Madrid para entrevistarse con Perón en misión especial de acercamiento y que regresó a Buenos Aires con las manos vacías de aquella reunión, pero con la humillación de haber sido el hazme reír del General debido a la onomatopeya del apellido. Este simulaba confundirse al nombrarlo, y comentaba por radio o declaraba a los diarios o a la televisión, que Lanusse le había enviado a un “no recuerdo bien, un tal” y ahí nomás soltaba el nombre de la pasta, “vermicelli”; era ocurrente el General- un “presente mi Coronel”,  que lo dejó con los oídos zumbando. Se le impuso un castigo grave por impertinente. También debió soportar calabozo cuando con otros dos compañeros salió por la mañana hacia la capital de Córdoba en comisión, para hacer revisar unas baterías en un taller, y regresaron al regimiento pasada la medianoche con cuentos que explicaban aquel retraso y que no fueron creídos por nadie. Habían estado recorriendo distintas confiterías, bares y boliches bailables, de moda en aquella época, con aquel Jeep camuflado y luciendo sus uniformes de dragoneantes y sus boinas coloradas ladeadas de paracaidistas, haciendo facha.
Con todo, por sus aptitudes como paracaidista, terminó el servicio militar con el grado de subteniente.
Pese a no haber sospechado ni un poco su participación en el copamiento de La Calera debí aceptar que tenía algunas vinculaciones dentro del movimiento. 
  
Me dijo que era peronista el día siguiente de habernos reunido por primera vez después de no vernos por unos cuantos años desde que terminamos el colegio primario. Pasó a ser la primera persona peronista que conocí de cerca, hija de una por demás típica clase media, que no perteneciese a los sectores postergados de la población de piel oscura. Me causó mucha impresión aquella confesión, llamémosle, declaración de principios. Contra toda la estructura que por años formara en mi cabeza, propia de quien solo oyó desde chico hablar pestes de Perón, de Eva Perón y de la CGT, venía a remover la estantería y dejarla sin patas. Yo sabía que existía gente así, de clase media y leída que había abrazado el  peronismo.  Sin ir muy lejos, algunos de mis ex compañeros del Nacional Buenos Aires de los que no tuve más noticias desde que dejé el colegio hasta que aparecieron en los diarios. Sabía que a veces iban a Plaza Once a las reuniones populares y que comenzaron su formación en los grupos cristianos a los que por agnóstico dejé de ir. Pero nunca había visto o conversado con alguno de ellos cuando estaban ya entregados a la militancia. Salvo con Fimenich, con quien tuve en corto encuentro en un bar, de pura casualidad, muy poco antes del asunto de Aramburu. Y con Juan, que hablaba del sentido heroico de la vida, y que  en realidad fue un peronista que habiendo empezado romántico terminó siéndolo deportivo y luego nada.

Él tenía vinculación en Buenos Aires con un grupo pequeño de muchachos, cuadros del interior –no sé por qué habrían de llamarse de ese modo si no tenían nada que ver lo pictórico -, que vivían en un reducido departamento alquilado de dos o tres ambientes sobre la calle Chile, entre Perú y Bolívar. Allí me llevo un día por la tarde. Sin muebles, se las arreglaban como podían y dormían tirados por el piso envueltos en frazadas. Había, contra las paredes del living, algunas pilas de panfletos que decían algo de Perón, y unas cajas con jeringas vaya uno a saber para qué. Se rieron de mí durante un simulacro que duró algo más de un minuto. Dijeron que me iban a inyectar alguna cosa y que no podía negarme; que si me negaba lo harían por la fuerza. Me sorprendieron con ese chiste y por segundos dudé si no sería verdad aquel cuento que me hacían esos desconocidos compañeros de un Juan enigmático. Dónde me habría metido.
Nunca volvimos a ese lugar; yo no hubiera vuelto por otra parte, ya que no me interesaba para nada aquella gente que me atemorizaba, no me sentía afín ni cómodo en absoluto con ellos y sus metodologías violentas. Porque una cosa es decir la violencia de arriba engendra la de abajo y escribirlo en los libros –cosa que creo sólo parcialmente porque también hay violencia por abajo y por los costados, y dentro de cada uno de nosotros- y muy otra empuñar un arma y salir a la calle y no saber si se vuelve. Yo no podría.
Nos dedicamos a recorrer algunas unidades básicas del barrio.
En un corto período de tiempo aprendimos –Juan era tan ingenuo como yo en ese aspecto- cómo funcionaban, al menos las que conocimos. Sacamos en limpio que muy lejos estaban de ser democráticas pues tenían dueño, así como se dice y suena, dueño, y era por lo tanto imposible sobre la base de discusiones genuinas imponer alguna idea. En las reuniones era siempre problemático conseguir el favor de los presentes en base a razonamientos lógicos, retórica o carisma, sin temor de producir tensiones o una escena de celos de parte de los patrones de la unidad. En todas se hacía visible una cabeza y una corriente de voluntad contra la cual era imposible remar y se producían enfrentamientos que podían terminar mal si alguna de las partes no renunciaba a sus inquietudes respecto de captar la voluntad de la masa. Pasaba que debíamos renunciar a algunas de nuestras mociones. Entonces, era el "dueño" quien decidía en qué actos políticos estar presentes y en cuáles no. Dónde pegar afiches y qué debían decir las pancartas y pasacalles. Evidentemente se bajaba línea y nada era producto de un consenso; la mayoría de las unidades de la zona pertenecían al grupo autodenominado "Guardia de hierro" y ya se sabía muy bien de antemano, cuales serían las conclusiones de las reuniones. Es de imaginar que, con seguridad, el conjunto de las unidades básicas del movimiento, pertenecieran al grupo que pertenecieran, funcionasen de la misma manera. Así pasaría seguro con las de la "Tendencia", con las de "Trasvasamiento Generacional" y con todas.
Renunciamos a exponer nuestros puntos de vista ante esa gente impermeable, a veces prejuiciosa que eran los jefes; bajadores de líneas que a su vez les eran bajadas. No seríamos simpáticos y convincentes ni ganaríamos el favor de las masas que solían estar formadas por puñados de entre veinte y cincuenta, sesenta afiliados por Unidad Básica. Nunca vimos reuniones de más de esa cantidad de gente, al menos en las de San Telmo. Militaríamos como chicos buenos y acataríamos las consignas hasta tanto no se salieran con alguna cosa demasiado rara o tediosa. Haríamos chistes o comentarios intrascendentes.

Eran comunes y corrientes los mitines donde confluían varias unidades básicas.
Fuimos a una de esas convenciones parlamentarias como representantes de la nuestra, una que elegimos casi por azar, la de la esquina de Cochabamba y Perú, integrada por un grupo más o menos agradable de gente de nuestra edad.
Llegamos al cuarto o quinto nivel de un edificio ubicado sobre Paseo Colón a bordo de un ascensor de casi el tamaño de un montacargas. El inmueble estaba ubicado en las cercanías de la Cámara de la Construcción, quizá contiguo, y poseía un estilo parecido. Un gran piso moderno de la década del cincuenta, de techos bajos, solado de parquet ordinario y rojizo cubierto de polvo. Una importante superficie poblada de columnas de sección cuadrada que se repetían cada tanto, una de las paredes rematada por sucios ventanales de blindex, un lugar abandonado y despojado. Alguna mesita de esas para apoyar máquinas de escribir, una que otra silla, nada más, agregaban sensación de dejadez a la que naturalmente remitían las hojas tamaño oficio tiradas por el piso y pisoteadas y selladas con dibujos de suelas y tacos diseminadas aquí y allá. La luz blanca de los tubos fluorescentes aportaba lo suyo; aunque nunca podría funcionar un quirófano en un lugar con tanto polvo.
 Una sorpresa encontrar allí al gordo Castells Blanco ensimismado. Mi viejo compañero del Buenos Aires bajando línea como coordinador de un grupo de unos cuarenta  militantes, todos sentados sobre el polvo gris del piso formando ronda a su alrededor, mientras mantenía su cuerpo depositado sobre una hoja abierta de papel de diario a manera de alfombra.
Lo recordé en primer año, y sobre todo en segundo, gritando ser conservador a un Illanes socialista y a un Firmenich indeciso todavía, nazi-fachista o vaya a saber uno qué, admirador de Tacuara. Llevaba una camisa celeste -de esas para usar con corbata- arremangada hasta los codos, un simple y viejo cinturón de cuero color suela oscurecido por la transpiración en la zona de la espalda sobre un pantalón de poplin beige, medias azules, unos mocasines gastados de caquero nostálgico. Admiré su gran cabeza de nariz aguileña, su notable tez blanca, y su pelo castaño entre lacio y enrulado y su naturalidad para llevarlo despeinado con distinción; no era de esos que andan mirándose al espejo: si su camisa se salía fuera del pantalón en algún momento, ahí  quedaba por el resto del día.
En posición de loto, el gordo Castells Blanco, ilustrado y tipo bien, resuelto a  ser dirigente de la jotape adoctrinando con su labia convincente. Lo habrá sido. Nunca más supe de él salvo alguna vez que leí su nombre en el diario en algún pequeño artículo referido a la juventud partidaria, antes del último, uno de noticias fúnebres encabezado con su nombre. No hace tanto, un ex compañero común que encontré por la calle, me dijo que estaba muerto de muerte natural, alguna enfermedad o algún ataque. Nada que haya tenido que ver con alguna represión mal ejecutada por dictadura alguna.

Eran varios los grupos diseminados y sentados sobre la superficie pulverulenta. Fuimos hasta el nuestro con Juan y estuvimos un rato no muy largo. Como si fuésemos veedores o inspectores, auditores de alguna compañía, pronto nos fuimos aburridos. Siempre las mismas palabras, el meloneo permanente y las contradicciones lógicas. El convencimiento de estar presentes nadando en un mar de mediocridad donde callar resignado y mirar el suelo pensativo  era la mejor opción; estar ausente. Esto no cambia más. Una mirada retrospectiva en cada braceo de aquella travesía me llevó a imaginar que siempre debe haber sido esa la manera de ir construyendo la historia. Que se escribe sumando y restando intereses personales y colectivos, entendidos, malentendidos, encuentros y desencuentros, en un singular revuelto temporal. Y debe ser por eso mismo que tanto nos cuesta organizarnos y escapar de la animalidad y eso nos carga con la culpa a algunos más a otros menos. La capacidad de darnos cuenta, intuir la irracionalidad de nuestras conductas en las que incurrimos nos juega en contra. A mayor animalidad menos culpa por esa causa, y al revés. Son inocentes los animales por más que muerdan o piquen. Se me ocurrió pensar que la idea de apoyar los déspotas ilustrados no debe ser tan descabellada en algunos momentos del decurso humano, de la travesía, cuando las soluciones urgen salir a flote. Idea no como una conclusión de aquella experiencia ganada en la convención de las unidades básicas en aquel salón moderno iluminado por los tubos fluorescentes de luz blanca de mortaja. Idea simplemente porque sí. Porque se me vino de pronto a la cabeza, y porque la paso rumiando bajo el impulso de un arbitrio sin control. Cual albedrío. Y se piensa eso de la misma manera que se opta por un bombón determinado y no por el de al lado. Estos son mis principios, si no gustan busco otros, decía Marx. Groucho, digo.



De Remonta y Veterinaria ( Fragmento)