UNA MUERTE
Alejandro Schleh
Una más de celos, común como tantas otras, simple y sencilla, de
sórdido final. Un error traído por la angustia y la soledad. Por los días y
noches largas, iguales, rutinarias. La
disonancia necesaria en la vida de los protagonistas; concluyente, único matiz.
El maizal pequeño. El chiquero. Tres o cuatro vacas lecheras. Un
galpón de roídas chapas de segunda. Aquello y el horizonte y ese puñado de
paraísos en el costado de la modesta casa vieja junto a los perros cansinos
eran el paisaje. Y el chirrido del molino.
El cuchillo penetró fácilmente en la espalda ayudado por la fuerza que
regala la desaprensión. Entró y salió varias veces. En la puntiaguda y afilada
hoja centelleó la Luna ,
la luz repartida de las estrellas titilantes.
Hilario, tambaleante y torcido, erró por el cuarto hasta desplomarse
justo a la luz de los primeros rayos de la mañana. Fue que se arrastró hasta
donde pudo, torneó, quedó de espaldas contra el piso mirando la claridad en su
ventana. Enmarcados por su abertura estaban los indicios de la cotidianeidad
que rato después abandonaría para siempre mientras bombeaba el aire en su jadeo
entrecortado. Las gallinas, el tambo, la rumia de las vacas, los perros
indiferentes. El molino dando vueltas.
Mudos, esperando el final, su mujer y su amigo, no hacían nada
distinto de mirar la obra que por años habían pergeñado; una revancha que la
postergada psiquis de los dos tenía como de máxima y que sin embargo quedaría
renga por el resto de sus días; dicen que hay una conciencia para algunos.
Sólo trocaban cada tanto su mudez por el recitado conjunto de un
rosario incomprensible de palabras. Parecía que rezaban. Algo susurraban.
La sangre dejaría de manar sobre la pinotea desvencijada. A su muerte,
que no tardó en llegar.
Un homicidio consumado. Cielo crepuscular. Nubes negras y colores
naranjas y celestes en composición espontánea de presagios eran el otro paisaje
encaramado en esta historia. Los pájaros volando por bandadas. La fresca y el
canto de teros por el campo. Se hacía etéreo, intangible y mentira. Un
escenario salido de un teatro de cartón.
En el esmirriado periódico local el asesinato aquél de las
proximidades de San Severo apareció al día siguiente en grandes titulares con
profusión de fotografías sacadas en la chacra sórdida. Se podía ver la mancha
seca de la sangre derramada en la pinotea, los postigos semiabiertos y
desencajados. Afuera el Ford 1938 que servía de gallinero, las maderas blanquecinas de los corrales en desuso, los
paraísos podados una o dos veces en la vida y olvidados luego, el tanque
supurando el agua por entre los chancros del óxido. Y la mano del difunto asomada por fuera de los negros plásticos que lo
cubrían.
No hicieron falta pases mágicos para ocultar o decir la verdad. Todo
era cierto y mentira al mismo tiempo. Todas las especies fueron propaladas al
voleo e incluidas de diferentes maneras en los pequeños periódicos y revistas
sensacionalistas de la ciudad más cercana. Fue la profusión el mejor de los
malabares empleados por la historia, que unida a la ineficacia de los
investigadores panzones, hicieron que la verdad jamás pudiera desentrañarse.
Los culpables fueron sobreseídos por falta de mérito. Y todo quedo sin
argumento y sin historia y fue mera descripción.
La vida en el sitio diminuto era un transcurrir durante el cual la
gente hacía todo aquello que de ordinario hace: nacía, comía, crecía, se
reproducía el que podía, y moría luego, como en todos lados. En el paso diario
de los días. Una fotografía en sepia era su postal. Esa era la vida tapada por
el polvo que se fundía en las carpetas al
croché donde asentaban los floreros sin flores. Carpetas que retiradas de su
asiento dejaban huellas arabescas.
Cuando un auto lo levantaba de su siesta, el guadal permanecía por
horas en el aire suspendido y separado de su lecho. Caminos polvorientos lo
sacaban e introducían a uno en aquel pueblo. Las partículas mudaban su
descanso, y hasta en los intrincados
laberintos de relojes, las partes más internas de las radios o motores, en las
camas, en aquellos días ventosos de agosto y septiembre, en las superficies de
los espejos descansaba reflejando polvo y más polvo. Porque también eran su
lecho los reflejos. Era ubicuo.
Fragmento de San Severo. Cuento.
Imagen. Carlos de la Torre. "Rancho"
Musaencantada: Musaencantada y Anónima...vas eligiendo muy bien los textos que a diario publicas en tu blog. Son interesantes, poéticos a veces , como éste. No conozco ese autor, quizá sos vos misma. Todo puede darse en el anonimato de internet. No tiene demasiada importancia eso. Tu texto esta cargado de colorido y musicalidad;a mi juicio. Como una pintura en el lienzo. Lo que no imagino es esa casa que publicaste para ilustrar...eso es un rancho, y debo decirte que en el relato se habla de postigos y piso de pinotea...la casa debe haber sido una de esas tipicas de las chacras de 1900 a 1920, modestas pero de relativa buena construccion, elevadas sobre el terreno, techo de chapas a más de dos aguas...
ResponderEliminarGracias
Eduardo Loitegui
Gracias por tu comentario Eduardo. El autor tiene otros textos acá en este blog y dos libros publicados. No soy yo por supuesto, lo firmaría ya que si los elijo es porque veo lo que valen. Esas palabras tuyas sobre la musicalidad o el color es lo que también encuentro ahí, lo que me hace publicarlos. Sobre la ilustración también dudé, en mi cerebro se representaba el adentro, esa muerte, esos ojos turbios ya mirando hacia la ventana. Preferí mostrar un afuera. La otra imagen, la literaria es casi demasiado gráfica.
ResponderEliminarme gusta lo que dice del polvo suspendido en el aire. He andado muchas veces por Santiago del Estero y conozco lo que es eso.Es como un talco que se mete por todas partes. Enriqueta Funes.
ResponderEliminarme gusta lo que dice del polvo suspendido en el aire. He andado muchas veces por Santiago del Estero y conozco lo que es eso.Es como un talco que se mete por todas partes. Enriqueta Funes.
ResponderEliminarGracias Enriqueta es así, buena descripción que el autor hace del paisaje. Me gustaría que me digas algo más sobre la historia. Te espero.
ResponderEliminarMiss Musa: Es bueno. T.
ResponderEliminarSi, claro que es bueno...
ResponderEliminarademás de lo del tema del guadal me gusto la descripcion del entorno, esa chacra vieja...he conocido lugares así andando por el campo. Enriqueta Funes.
ResponderEliminarEnriqueta, el cuento es bueno y el paisaje o la atmósfera donde se desenvuelve son auténticos, reales: opresivo adentro, desolado afuera. Gracias una vez más por leer y opinar.
ResponderEliminarGRACIAS MUSA ENCANTADA por la publicación del fragmento...este pedacito de la historia sucedida en San Severo. Ése u otro pueblo es lo mismo...uno de tantos que conozco elegido al azar. A Schleh
ResponderEliminarEse u otro pueblo...por supuesto, lo que importa es la historia, el cuento, la tragedia casi anónima. Gracias por ' prestarme' tus textos .
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