lunes, 8 de octubre de 2012

PAPEL, PAPEL




Julio y los hermanos

Alejandro Schleh



















En aquella soleada y fría mañana de invierno, desde la amplia perspectiva que les daba una visión completa del patio de adelante apenas salidos del corredor que hacia de zaguán de entrada, los tres propietarios contemplaron estupefactos, sin poder salir de su asombro ni pronunciar palabra alguna por largos  escasos minutos, aquel nuevo cuadro de situación, aquel inusitado viraje dado por su casa de renta de Villa Crespo devenida en inquilinato, que iba escribiendo su historia al compás de los cambios pintorescos. El viraje insospechado. Se miraron entre sí y varias veces a las pesadas bobinas, nos miraron a nosotros y nosotros a ellos. En silencio a los habitantes del conventillo que ensimismados, entusiastas, iban y venían desde el cuarto de adelante dónde estaba la máquina hacia el fondo, y desde el fondo hacia adelante, como hormigas, llevando las mangas de setenta y cuatro metros de papel sobre sus hombros. Eran nuestros empleados trabajando en su nuevo empleo. Uno de nosotros les dijo buen día a los monolíticos hermanos.
Parados como  estaban, él con su sobretodo cruzado azul marino y las dos manos en los bolsillos, ellas con sus tapados elegantes y carteras en bandolera y enfundadas en  pañuelos coloridos de seda que les daban vueltas al cuello sin conseguir ocultar sus papadas genéticas, se limitaron a contestarnos fríamente, no disimularon el disgusto y sorpresa que les causaba el febril espectáculo. Buenos días dijeron, casi al unísono, y a continuación vinieron las introducciones, presentaciones y las primeras explicaciones. Fui yo el que primero habló, como amigo de Horacio  y les expliqué que  me había instalado allí con su permiso y el objeto era que las piezas de la casa no fuesen ocupadas por extraños; era hablar sobre lo que ya sabían pues ellos habían estado de acuerdo con la ocupación de  Horacio primero, y la mía después. Era claro que requerían algún tipo de explicación acerca de aquella cantidad de bobinas de papel que ocupaban íntegramente la galería, de la enorme máquina instalada en uno de los cuartos y en fin, de todo ese despliegue de gente en el patio del fondo, cortando, envasando y empaquetando, todos esos rollos de papel higiénico crecidos por todas partes. Evidentemente, ellos en su vida habían visto un emprendimiento de ese tipo, y menos se habían imaginado tenerlo en su propia casa.
Julio tuvo la iniciativa de hacerles frente con su labia. Ninguna cuestión por difícil y atravesada que sea deja de ser una oportunidad para hacerle mover la lengua de manera sonora y convincente, especialista como es, en envolver a la gente. Se ha pasado la vida hablando y hoy trabaja de eso, de hablar, no en la radio como cuando fue locutor de la radio de Pinamar recomendado por Badia, sino en la junta vecinal de Newark, New Jersey, representando un estudio de arquitectura.

De a poco su voz de locutor les fue curando el espanto, esfumando de sus mentes la mala impresión inicial que se les había instalado en la cabeza, y aunque no del todo convencidos con que su casa de renta devenida en un principio en inquilinato, más tarde en fábrica-conventillo, funcionase de esa manera, previos cabildeos y asentimientos y meneos de cabeza, partieron quedos, conversando vaya a saber uno qué cosas  - qué cosa rumiarían los hermanos-  acerca de la promesa obtenida de que alguno de nosotros pasaría a la brevedad por la casa de una de las hermanas con la propuesta de alquiler lógica para ambas partes.

Nadie se percató en ese momento del importantísimo rol social que nuestra empresa incipiente cumplía en aquella zona dudosa de Villa Crespo donde además de los habituales, dignos comercios de venta de lana y productos para la confección de indumentaria, como telas y cierres, se pergeñaban los descabellados  intercambios de baratijas por dinero contante y sonante. La venta callejera y cuentos del tío dignos de antologías. Ofrecíamos trabajo a un jefe de familia y a dos o tres jóvenes mujeres, dentro de su domicilio que cumplían con sus labores mientras vigilaban sus chicos o mientras preparaban el almuerzo. Toda una comodidad. Juan era nuestro empleado permanente. El marido de Argelia era requerido en caso de fuerza mayor o era “contratado” part-time cuando tenía algún día franco y nos pedía el día laboral. Hacían el trabajo más pesado turnándose con alguno de nosotros. Las mujeres etiquetaban y embolsaban los rollos terminados.
No debían pagar boleto para llegar hasta su trabajo, les bastaba con incorporarse desde la mesa donde estaban tomando mate y dar sólo unos pocos pasos. Una economía para sus bolsillos y una ocupación decente.
Julio fue a la brevedad a la casa de una de las tías de Horacio. “Las tías” denominábamos nosotros genéricamente a los tres hermanos monolíticos, pero en la realidad, eran una tía propiamente dicha y un tío, siendo la tía restante, su propia madre que nunca se metía demasiado y quizá tuviese vergüenza ante sus hermanos de las juntas que tenía su hijo; juntas que instalaban fábricas en conventillos referidas al poco elegante rubro del papel higiénico sin pedir autorización a nadie. La casa estaba ubicada sobre la calle Salguero, en una esquina del otro lado de Charcas, frente a la iglesia Guadalupe, cuando eso era un rincón de Palermo oculto y no rescatado para la moda.
Nuestro representante locuaz llegó sin ningún peso en el bolsillo y charlaron sobre cuál sería el monto del futuro alquiler. En garantía de cumplimiento del flamante contrato oral allí nacido, les dejó unos anillos que habían pertenecido a su tía abuela fallecida poco tiempo atrás, que no sé por qué estaban en poder de él y no el de su padre que era el único heredero directo. Quizá los tomó prestados de alguna cajita misteriosa del fondo de algún placard de su casa. Lo he olvidado. Se ve que la heterodoxia fue la impronta de aquel contrato hablado. Alquilamos nuestras dependencias en el conventillo de Lerma por unos pocos meses hasta que tomamos la determinación de huir en silencio e irnos, aprovechando la oralidad del contrato, con la música a otra parte. Algunas otras obligaciones no orales del todo, coadyuvaron a tomar aquella decisión.

Los primeros dos meses que pasamos con la fábrica funcionando en el conventillo de Lerma 160 fueron de prosperidad. Día a día incorporábamos algún cliente nuevo que agregábamos a la lista. Todo era motivo de festejos y risas entonces. Además del cumpleaños que en una oportunidad festejamos, hicimos asados bastante seguido. Al primero de ellos invitamos a los habitantes del conventillo, es decir, a mis vecinos, pues yo ya vivía allí. Todos los siguientes asados, se hacían casi siempre a instancias de “Piyi” y para amigos. Yo siempre fui de comer poco y siempre me di por satisfecho con alguna hamburguesa que “no es comida” para muchos y menos era para él que siempre decía que le gustaba comer tranquilo y, sin embargo, devoraba apurado como si fuese la última comida del último día. Asados que me parecían una pérdida de tiempo incompatible con el desarrollo de una empresa eficiente, un gasto sin sentido, desde el momento en que se puede comer cualquier otra cosa, rápidamente, por lo que cuesta una bolsa de carbón.
Asados para los socios y amigos que juntos o separados caían a la papelera en los mediodías que de esa manera se prolongaban hasta las tres, y a veces hasta una hora absurda como las cuatro de la tarde de un día hábil. Julio participó pocas veces de los abundantes almuerzos debido a su costumbre de no levantarse antes de las doce y media, una de la tarde. Horacio nunca apareció; no era socio por otra parte y no estaba demasiado conforme con el desarrollo de todo eso. Caía sin aviso previo y muy de vez en cuando, con buen  talante pese a todo, conversaba un rato luego de lo cual se retiraba. Quizá estaba conchabado como espía de su familia, suponíamos. Ciertos resquemores lógicos habían empezado a hacerse carne en él, como hijo y sobrino de los dueños de esa casa de inquilinato, ante eso que comenzaba a sentir como un abuso de parte de sus amigos. Tantos asados, visitas que eran casi huéspedes, inquilinos al servicio de sus amigos, bobinas inmensas de papel que ocupaban la galería de adelante, pilas de bolsones de papel higiénico terminado a la espera de ser entregados. Y para colmo no tenía participación alguna en las ganancias. Quizá esperó ser habilitado. Digo, alguna vez. En una oportunidad cayó el Gordo Aguirre con una camioneta, unos fierros de no sé que aparato que se usaba para provocar las voladuras submarinas que la empresa de su tío realizaba en el extremo sur del país, en el estrecho de Magallanes, y una soldadora autógena. En uno de los patios se puso a arreglar todos esos fierros con una máscara en la cara. Era demasiado para la psiquis de Horacio ver todo aquello de manera impune.

De " Una historia de papel higiénico".

( Fragmento)

9 comentarios:

  1. La casa que se ve es la vieja casa de los Ezeiza en San Telmo convertida en paseo de compras. El primer golpe de vista me impresionó. Es tal cual la casa de Villa Crespo dónde fabricábamos el papel. La diferencia: la nuestra era de una sola planta y más chica. La primera ubicada en Defensa y San Juan; la segunda en Lerma y Julián Alvarez. MUSAENCANTADA… agradezco los espacios que me dedicás. Alejandro Schleh

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  2. Mi espacio ( si así puede llamarse) es para publicar las cosas que me gustan, yo debo agradecerte.
    Gracias por los datos sobre esa casa y esas coincidencias...sin conocerla más que por tu descripción me pareció que salvando las distancias de las dos plantas, era esa misma.

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  3. me impresionó ver lo de Ezeiza en tu blog porque es tal cual mi recuerdo.. la planta de esa casa es la de la "casa chorizo" tan común en muchos barrios porteños....lamento no haber sacado fotos de la original de Lerma entre Julián Alaverz y Lavalleja.

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  4. corrijo:Julián Alvarez
    Alejandro Schleh

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  5. Es tal cual tu recuerdo, pero yo no lo vi sino en tus palabras escritas y aún así, ya ves, pude ver ese conventillo de Lerma en la foto de la casa Ezeiza. Es tu mérito.

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  6. Es un relato Calido y ameno; seria lindo leerlo completo. Me Gusta. Enriqueta Funes

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    1. Completo de una vez es imposible, pero si me tenés paciencia iré publicando fragmentos hasta completar todo el relato. Gracias Enriqueta.

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  7. Miss Musa: Algo más please...T.

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  8. Leé mi respuesta a Enriqueta T. Un poquito de paciencia...!

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