Los marginados del paraíso
Laura M. Lombraña
El bienestar de una acomodada clase media es motivo de orgullo en Australia. Pero, tras la riqueza de uno de los
países más igualitarios del mundo, se esconde una realidad muy distinta: la de
los aborígenes australianos que, en las grandes ciudades o perdidos en el
desierto remoto, luchan por vencer la marginación y
las enfermedades.
Niños aborígenes australianos
La discriminación hacia los indígenas llega hasta las más altas
instancias del Estado. En noviembre de 2014, el primer ministro australiano, Tony Abbott, se reunió en Sídney
con su homólogo británico, David Cameron, y declaró: “Al contemplar
esta ciudad gloriosa, al ver este desarrollo extraordinario, es difícil pensar
que en 1788 no había nada más que maleza. Los soldados, los convictos y los
marinos que desembarcaron de esos 12 barcos debieron pensar que habían llegado
a la luna”. Pero los británicos no llegaron a un lugar virgen y deshabitado, sino
que colonizaron las tierras de los representantes de la cultura viva más
antigua de la tierra. La presencia de los aborígenes en Australia se remonta al
principio de la humanidad. Sus leyendas y canciones retratan con precisión las
edades geológicas y los cambios que ha sufrido el continente durante milenios. La invasión occidental acabó con buena parte de estas tradiciones
ancestrales. En algunas zonas murió hasta el 80% de la población, víctima de
las masacres, las epidemias y el alcohol. Desaparecieron buena parte de las
casi 600 tribus y sus más de 170 lenguas. Según el censo de 2011, los 669.900 aborígenes que viven en
Australia representan alrededor del 3% de la población del país.
Canberra: La tienda como protesta
Hasta 1967, Australia no reconocía a los aborígenes como ciudadanos y
no permitía que fueran propietarios de las tierras que sus antepasados habían
habitado durante siglos. Durante los años siguientes, una oleada de protestas
puso el debate sobre los derechos de los indígenas en las portadas de todos los
periódicos. Jenny Munro, de la nación de los wiradjuri, ha defendido los derechos de
su gente desde que tiene memoria. En 1972, cambió el barrio aborigen de
Redfern, en Sídney, por una endeble tienda de campaña frente al Parlamento
federal, en Canberra. Junto a ella, centenares de indígenas acamparon durante
meses como protesta por la precariedad y la discriminación.
Hoy, a los 59 años, vuelve a dormir bajo las estrellas. La llamada Tienda de la Embajada Aborigen,
instalada junto al Parlamento, protesta por los recortes del Gobierno de
Abbott. Solo llegar al poder, el ejecutivo eliminó 534 millones de dólares
australianos (382 millones de euros) en ayudas públicas. “Hemos sufrido la
invasión de nuestras tierras y la masacre de nuestra gente durante más de dos
siglos. Necesitamos esos fondos públicos, no como limosna, sino para seguir
desarrollando nuestras comunidades”, reclama. Esta veterana activista sostiene
que uno de los puntos clave está en manos de los políticos que cada mañana
pasan frente a su tienda. “Tenemos que cambiar la Constitución, Australia tiene
una Constitución racista y solo si la modificamos podremos dejar atrás la
pobreza”, asegura Munro. La Carta Magna, aprobada en 1901, no reconoce
la existencia de los pueblos indígenas antes de la colonización y permite al
Parlamento aprobar leyes en función de la raza.
La campaña Recognise recorre el país desde hace meses para concienciar a los australianos de la necesidad de cambiar el documento fundacional de la Australia moderna: “Esta es una oportunidad para Australia de reconocer la primera etapa de nuestra historia y de forjar un futuro juntos, tras tantos años separados”, asegura Misha Schubert, portavoz de la campaña. Pese a que los dos principales partidos políticos aprueban el cambio, ambos evitan concretar qué artículos deberían modificarse y se niegan a proponer una fecha para celebrar un referéndum.
Wiradjuri
elder Jenny Munro at the tent embassy.
La campaña Recognise recorre el país desde hace meses para concienciar a los australianos de la necesidad de cambiar el documento fundacional de la Australia moderna: “Esta es una oportunidad para Australia de reconocer la primera etapa de nuestra historia y de forjar un futuro juntos, tras tantos años separados”, asegura Misha Schubert, portavoz de la campaña. Pese a que los dos principales partidos políticos aprueban el cambio, ambos evitan concretar qué artículos deberían modificarse y se niegan a proponer una fecha para celebrar un referéndum.
La noche del 21 de mayo de 2015, la policía arrestó a un hombre indígena
de 59 años que recorría las calles de Darwin, en el norte del país, bajo los
efectos del alcohol. Las leyes especiales para aborígenes, aprobadas gracias al
artículo de la Constitución que permite legislar a este efecto, permiten a la
Policía del Territorio Norte retener a indígenas durante cuatro horas sin
presentar cargos. Pero tras tres horas en detención, los agentes constataron
que el hombre había muerto. En esta región, el Servicio de Ayuda Legal Aborigen
del Centro de Australia asesora y defiende a los indígenas. Su director, Mark O’Reily, explica que “el
maltrato de aborígenes a manos de la Policía no es habitual, pero sucede por
una cuestión de probabilidad”. Entre 2000 y 2013 los encarcelamientos de
adultos indígenas han incrementado un 57%, mientras que las detenciones de
jóvenes son 24 veces más habituales entre aborígenes que entre el resto de
australianos. En la mayor parte de los casos, el alcoholismo, el maltrato de género o
ambos son la causa de las detenciones. “A medida que las ayudas del Gobierno
disminuyen, vemos aumentar los casos de alcoholismo, que está generalizado en
algunas de las comunidades del Territorio Norte”, cuenta O’Reily. El abogado
lamenta también que para estos casos las sentencias suelen ser duras y las
condenas, largas: “Faltan medidas más constructivas como programas de
rehabilitación”.
Cuenta una antigua leyenda de los widi, de la región de Perenjori, en
Australia del Oeste, que la serpiente Beemara vivía en lo más profundo del lago
Mongers. Beemara creó los animales y los pájaros de la zona y se ocupó de que
nunca les faltara el agua y la vegetación, tan escasos en esta zona
semidesértica.
En marzo, el Gobierno del Estado comunicó a los widi que el lago Mongers
y sus alrededores serán eliminados de la lista de
lugares protegidos. Clayton Lewis, widi y activista defensor de los
lugares aborígenes sagrados, denuncia que “el Gobierno está cediendo a la
presión de las empresas mineras, porque bajo el lago Mongers hay oro, níquel y
hierro”. Lewis explica que no solo es importante proteger la región para
preservar el espíritu y la leyenda de Beemara. “Puedes creer o no creer en
nuestras tradiciones, pero la realidad es que el agua en Australia del Oeste es
escasa. La mina transformará completamente el terreno, la tierra se secará y
morirán los pájaros y el resto de los animales”, predice. En un país que esquivó la crisis económica global gracias a la
explotación de recursos mineros, los aborígenes han perdido buena parte de las
batallas para proteger sus tierras de la voracidad de quienes buscan bajo
tierra metales preciosos. Desde las afueras de Perth, la capital minera de Australia, Marianne
Headland confirma que algunos destrozos son irreparables. Esta mujer del pueblo
de los nyoongar denuncia que la empresa que explota la cantera de Perth Hills
“sobrepasa continuamente los límites asignados y las vibraciones llegan hasta
nuestros lugares más sagrados”. El conjunto más amenazado es el de la Piedra de
Búho, “una roca suspendida sobre otra desde el principio del sueño”, cuenta
Headland, en referencia al tiempo en que surgieron las historias y leyendas de
su gente, hace miles de años.
“El problema es que esta tierra no es nuestra, es del Gobierno. Ellos
siguen un sistema completamente capitalista que apoya a las empresas y nosotros
no tenemos derecho a decir que no a la explotación minera”, denuncia.
Sídney: la lucha eterna
Los
ingleses declararon que Australia era terra nullius–es decir, sin
habitantes humanos–y así justificaron el saqueo de las tierras indígenas y del
continente. Les arrebataron las tierras y arrojaron a los aborígenes a las
zonas áridas del interior. Llevaron enfermedades desconocidas y en dos años la
viruela mató casi la mitad de la población aborigen de la zona donde hoy se
encuentra la ciudad de Sydney
La historia contemporánea de los aborígenes empieza y acaba en el barrio
de Redfern, en Sídney. Durante la colonización, poblados enteros fueron
trasladados a este barrio obrero para trabajar en las fábricas y en la vía del
ferrocarril. En los años 60 brotaron manifestaciones que pedían que el Estado
los reconociera como ciudadanos australianos. Como en otros lugares de Australia,
el derecho a la propiedad de la tierra era una reivindicación clave. A tal efecto se formó en 1976 la Corporación de Vivienda Aborigen (AHC
en sus siglas en inglés), una organización indígena que durante cuatro décadas ha ido comprando, metro a metro, las dos manzanas que
comprenden la zona conocida como The Block. Mientras algunos
colectivos indígenas critican la lentitud de la AHC a la hora de comenzar a
construir casas de protección oficial, su directora general Lani Tuitavake
defiende la gestión: “Tenemos la aprobación del proyecto desde 2012 y estamos
acabando los últimos detalles de la financiación”. Tuitavake destaca que la AHC es una iniciativa privada enteramente
aborigen y única en Australia. “La importancia de esto va más allá de lo
físico. Para nosotros es un símbolo de autodeterminación, de que podemos
erigirnos como una compañía y controlar lo que se construye”, destaca.
Pero otros como la
anciana Jenny Munroe acusan al director ejecutivo de la compañía, Micky Mundine,
de especular con el terreno y de haber sometido la AHC a sus intereses
personales. “The Block es un lugar sagrado, es el lugar donde crecimos los
aborígenes de Sídney, el lugar donde comenzaron nuestras protestas, donde
luchamos por nuestros derechos”, subraya Munroe, que en 2013 fue una de las
impulsoras de una nueva acampada de protesta en The Block, esta vez en contra
de los planes de Mundine y la AHC.
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