jueves, 2 de julio de 2015

AUSTRALIA: HOY



Los marginados del paraíso

Laura M. Lombraña


El bienestar de una acomodada clase media es motivo de orgullo en Australia. Pero, tras la riqueza de uno de los países más igualitarios del mundo, se esconde una realidad muy distinta: la de los aborígenes australianos que, en las grandes ciudades o perdidos en el desierto remoto, luchan por vencer la marginación y las enfermedades.


Niños aborígenes australianos
La discriminación hacia los indígenas llega hasta las más altas instancias del Estado. En noviembre de 2014, el primer ministro australiano, Tony Abbott, se reunió en Sídney con su homólogo británico, David Cameron, y declaró: “Al contemplar esta ciudad gloriosa, al ver este desarrollo extraordinario, es difícil pensar que en 1788 no había nada más que maleza. Los soldados, los convictos y los marinos que desembarcaron de esos 12 barcos debieron pensar que habían llegado a la luna”Pero los británicos no llegaron a un lugar virgen y deshabitado, sino que colonizaron las tierras de los representantes de la cultura viva más antigua de la tierra. La presencia de los aborígenes en Australia se remonta al principio de la humanidad. Sus leyendas y canciones retratan con precisión las edades geológicas y los cambios que ha sufrido el continente durante milenios. La invasión occidental acabó con buena parte de estas tradiciones ancestrales. En algunas zonas murió hasta el 80% de la población, víctima de las masacres, las epidemias y el alcohol. Desaparecieron buena parte de las casi 600 tribus y sus más de 170 lenguas. Según el censo de 2011, los 669.900 aborígenes que viven en Australia representan alrededor del 3% de la población del país.

 Canberra: La tienda como protesta


Hasta 1967, Australia no reconocía a los aborígenes como ciudadanos y no permitía que fueran propietarios de las tierras que sus antepasados habían habitado durante siglos. Durante los años siguientes, una oleada de protestas puso el debate sobre los derechos de los indígenas en las portadas de todos los periódicos. Jenny Munro, de la nación de los wiradjuri, ha defendido los derechos de su gente desde que tiene memoria. En 1972, cambió el barrio aborigen de Redfern, en Sídney, por una endeble tienda de campaña frente al Parlamento federal, en Canberra. Junto a ella, centenares de indígenas acamparon durante meses como protesta por la precariedad y la discriminación.


Wiradjuri elder Jenny Munro at the tent embassy.

Hoy, a los 59 años, vuelve a dormir bajo las estrellas. La llamada Tienda de la Embajada Aborigen, instalada junto al Parlamento, protesta por los recortes del Gobierno de Abbott. Solo llegar al poder, el ejecutivo eliminó 534 millones de dólares australianos (382 millones de euros) en ayudas públicas. “Hemos sufrido la invasión de nuestras tierras y la masacre de nuestra gente durante más de dos siglos. Necesitamos esos fondos públicos, no como limosna, sino para seguir desarrollando nuestras comunidades”, reclama. Esta veterana activista sostiene que uno de los puntos clave está en manos de los políticos que cada mañana pasan frente a su tienda. “Tenemos que cambiar la Constitución, Australia tiene una Constitución racista y solo si la modificamos podremos dejar atrás la pobreza”, asegura Munro.  La Carta Magna, aprobada en 1901, no reconoce la existencia de los pueblos indígenas antes de la colonización y permite al Parlamento aprobar leyes en función de la raza.
La campaña Recognise recorre el país desde hace meses para concienciar a los australianos de la necesidad de cambiar el documento fundacional de la Australia moderna: “Esta es una oportunidad para Australia de reconocer la primera etapa de nuestra historia y de forjar un futuro juntos, tras tantos años separados”, asegura Misha Schubert, portavoz de la campaña. Pese a que los dos principales partidos políticos aprueban el cambio, ambos evitan concretar qué artículos deberían modificarse y se niegan a proponer una fecha para celebrar un referéndum.




Territorio Norte: Alcohol, cárcel y muerte
La noche del 21 de mayo de 2015, la policía arrestó a un hombre indígena de 59 años que recorría las calles de Darwin, en el norte del país, bajo los efectos del alcohol. Las leyes especiales para aborígenes, aprobadas gracias al artículo de la Constitución que permite legislar a este efecto, permiten a la Policía del Territorio Norte retener a indígenas durante cuatro horas sin presentar cargos. Pero tras tres horas en detención, los agentes constataron que el hombre había muerto. En esta región, el Servicio de Ayuda Legal Aborigen del Centro de Australia asesora y defiende a los indígenas. Su director, Mark O’Reily, explica que “el maltrato de aborígenes a manos de la Policía no es habitual, pero sucede por una cuestión de probabilidad”. Entre 2000 y 2013 los encarcelamientos de adultos indígenas han incrementado un 57%, mientras que las detenciones de jóvenes son 24 veces más habituales entre aborígenes que entre el resto de australianos. En la mayor parte de los casos, el alcoholismo, el maltrato de género o ambos son la causa de las detenciones. “A medida que las ayudas del Gobierno disminuyen, vemos aumentar los casos de alcoholismo, que está generalizado en algunas de las comunidades del Territorio Norte”, cuenta O’Reily. El abogado lamenta también que para estos casos las sentencias suelen ser duras y las condenas, largas: “Faltan medidas más constructivas como programas de rehabilitación”.
Australia del Oeste: Minas y tierras




Cuenta una antigua leyenda de los widi, de la región de Perenjori, en Australia del Oeste, que la serpiente Beemara vivía en lo más profundo del lago Mongers. Beemara creó los animales y los pájaros de la zona y se ocupó de que nunca les faltara el agua y la vegetación, tan escasos en esta zona semidesértica.


En marzo, el Gobierno del Estado comunicó a los widi que el lago Mongers y sus alrededores serán eliminados de la lista de lugares protegidos. Clayton Lewis, widi y activista defensor de los lugares aborígenes sagrados, denuncia que “el Gobierno está cediendo a la presión de las empresas mineras, porque bajo el lago Mongers hay oro, níquel y hierro”. Lewis explica que no solo es importante proteger la región para preservar el espíritu y la leyenda de Beemara. “Puedes creer o no creer en nuestras tradiciones, pero la realidad es que el agua en Australia del Oeste es escasa. La mina transformará completamente el terreno, la tierra se secará y morirán los pájaros y el resto de los animales”, predice. En un país que esquivó la crisis económica global gracias a la explotación de recursos mineros, los aborígenes han perdido buena parte de las batallas para proteger sus tierras de la voracidad de quienes buscan bajo tierra metales preciosos. Desde las afueras de Perth, la capital minera de Australia, Marianne Headland confirma que algunos destrozos son irreparables. Esta mujer del pueblo de los nyoongar denuncia que la empresa que explota la cantera de Perth Hills “sobrepasa continuamente los límites asignados y las vibraciones llegan hasta nuestros lugares más sagrados”. El conjunto más amenazado es el de la Piedra de Búho, “una roca suspendida sobre otra desde el principio del sueño”, cuenta Headland, en referencia al tiempo en que surgieron las historias y leyendas de su gente, hace miles de años.
“El problema es que esta tierra no es nuestra, es del Gobierno. Ellos siguen un sistema completamente capitalista que apoya a las empresas y nosotros no tenemos derecho a decir que no a la explotación minera”, denuncia.
Sídney: la lucha eterna


Los ingleses declararon que Australia era terra nullius–es decir, sin habitantes humanos–y así justificaron el saqueo de las tierras indígenas y del continente. Les arrebataron las tierras y arrojaron a los aborígenes a las zonas áridas del interior. Llevaron enfermedades desconocidas y en dos años la viruela mató casi la mitad de la población aborigen de la zona donde hoy se encuentra la ciudad de Sydney

La historia contemporánea de los aborígenes empieza y acaba en el barrio de Redfern, en Sídney. Durante la colonización, poblados enteros fueron trasladados a este barrio obrero para trabajar en las fábricas y en la vía del ferrocarril. En los años 60 brotaron manifestaciones que pedían que el Estado los reconociera como ciudadanos australianos. Como en otros lugares de Australia, el derecho a la propiedad de la tierra era una reivindicación clave. A tal efecto se formó en 1976 la Corporación de Vivienda Aborigen (AHC en sus siglas en inglés), una organización indígena que durante cuatro décadas ha ido comprando, metro a metro, las dos manzanas que comprenden la zona conocida como The Block. Mientras algunos colectivos indígenas critican la lentitud de la AHC a la hora de comenzar a construir casas de protección oficial, su directora general Lani Tuitavake defiende la gestión: “Tenemos la aprobación del proyecto desde 2012 y estamos acabando los últimos detalles de la financiación”. Tuitavake destaca que la AHC es una iniciativa privada enteramente aborigen y única en Australia. “La importancia de esto va más allá de lo físico. Para nosotros es un símbolo de autodeterminación, de que podemos erigirnos como una compañía y controlar lo que se construye”, destaca.
Pero otros como la anciana Jenny Munroe acusan al director ejecutivo de la compañía, Micky Mundine, de especular con el terreno y de haber sometido la AHC a sus intereses personales. “The Block es un lugar sagrado, es el lugar donde crecimos los aborígenes de Sídney, el lugar donde comenzaron nuestras protestas, donde luchamos por nuestros derechos”, subraya Munroe, que en 2013 fue una de las impulsoras de una nueva acampada de protesta en The Block, esta vez en contra de los planes de Mundine y la AHC.












No hay comentarios:

Publicar un comentario