Ben Rattray: Democratizar la democracia.
Zuberoa Marcos
Cuando estudiaba en la prestigiosa universidad de Stanford en 1999, Ben Rattray quería ser Gordon Gekko. No sólo él. A finales de los noventa -de forma abierta o inconfesable- todos querían ser Gordon Gekko. El personaje creado por Oliver Stone para su película Wall Street e interpretado por Michael Douglas representaba la cumbre del darwinismo social y económico de la época. Rattray quería el dinero, las chicas, los coches y el poder de Gekko. Por entonces Bret Easton Ellis ya había descrito con cruel y fría precisión la miseria moral del mundo de las altas finanzas en su novela American Psycho. Pero la deslumbrante posibilidad de hacerse millonario antes de cumplir los 30 pesaba más que la suerte corrida por ambos personajes en la ficción. Por eso Rattray quería ser Gekko. Para forrarse. Y vio en el despegue de Internet la posibilidad de conseguirlo sin demasiado esfuerzo.
¿Y cómo llega a convertirse un
aprendiz de bróker en el creador de la mayor red de activismo social de
Internet? La respuesta es por vergüenza. Porque aquel joven brillante y
ambicioso, dispuesto a saltarse algunas normas para alcanzar el éxito, tuvo que
enfrentarse cara a cara con su propia conciencia. El catalizador de esta
decisión, tal y como el propio Ratttay narraba en una conferencia, fue una
conversación con su hermano pequeño: 'Nick, de forma inesperada me contó que
era gay. Para mí fue sorprendente. Y después me dijo algo que cambió
completamente la dirección de mi vida. Me dijo ‘lo más doloroso de ser un gay
blanco en Estados Unidos no es toda esa gente que nos discrimina. Lo más
doloroso es la buena gente que se queda quieta y no hace nada. Gente como tú’.
Me sentí absolutamente avergonzado. Estaba siendo tan egoísta. Estaba tan
preocupado de lo que yo iba a ser, de lo que iba a conseguir, que no podía ver
más allá. No podía ver lo que le pasaba a mi propio hermano. Así que aquella
noche me puse a buscar información en Internet acerca de la homofobia. Y me
encontré con la foto de un chico que era como Nick. Su nombre era Matthew Shepard
y tres años antes había sido torturado y asesinado en Wyoming por ser gay. Y
empecé a llorar”.
Rattray asegura que aquella
experiencia le hizo situar su objetivo de hacerse rico en un segundo plano
(aunque su organización no esté exenta de críticas por los beneficios que
obtiene), pero no olvidó que Internet debía estar en el centro de su proyecto.
Inspirado por las redes sociales que comenzaban a crecer en aquellos años, en
especial Facebook que en 2005 ya estaba en plena expansión mundial, Rattray funda
en 2007 junto a uno de sus compañeros de Stanford, Mark Dimas, el sitio
change.org.
Nueve años después, la plataforma
ha crecido tanto que es imposible tener una cuenta de correo electrónico, o de
Twitter, o de Facebook, y no haber sido requerido por algún amigo para firmar
una de sus peticiones. Reducir el coste de los libros de texto, permitir que
las mujeres en Arabia Saudí puedan conducir, obligar al gobierno sudafricano a
perseguir las violaciones contra lesbianas, presionar a farmacéuticas para investigar
una rara enfermedad… No hay causa suficientemente grande ni problema
suficientemente pequeño que no sea susceptible de figurar en change.org. Según
datos de la propia organización, en la actualidad cuentan con más de 140
millones de usuarios de 196 países diferentes. Conquistado el espacio virtual -ninguna otra propuesta
similar cuenta con la potencia demográfica de change.org- Ben Rattray cree que
ha llegado el momento de dar un paso más. A través de changepolitics.org,
iniciativa que ya funciona en Estados Unidos, la plataforma quiere que los
ciudadanos compartan información acerca de cualquier proceso electoral en el
que vayan participar. Una necesidad perentoria porque, según Rattray, “hemos democratizado
la comunicación o el transporte, pero lo que no hemos democratizado es la
democracia”.
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