Literatura y política: cuando la
derrota se vuelve épica
Alfredo Alejandro Calloni.
En algunos momentos muy críticos de la Historia Argentina, el pueblo se ha visto en la dramática situación de tener que elegir entre dos bandos de ideologías opuestas e irreconciliables. Esto, naturalmente, fue reflejado en nuestra literatura nacional, generando diversas obras, algunas de ellas de considerable importancia. No nos detendremos aquí a hablar del maniqueísmo en el que han incurrido algunos escritores durante el siglo XIX. La demonización del otro, presentes en Facundo, de D. F. Sarmiento, y Amalia, de José Mármol, fue una estrategia fallida. Desde el punto de vista político, hacer de una persona real y tangible un personaje demoníaco y romántico atraía más que espantaba al mundo entero. En cuanto a lo literario, la demonización de los personajes había sido un recurso muy usado por el romanticismo europeo, con lo cual, la literatura argentina no creaba nada nuevo.
Mucho más interesante es detenerse
en el momento en que uno de los bandos toma el poder, se hace cargo de la
hegemonía cultural, económica y social de un país, mientras el bando perdedor
busca desde los márgenes abrir nuevos rumbos. Algunos autores notables, para
denunciar la iniquidad de los de arriba, para desmerecer el prestigio de los
dominadores y poner en cuestión su grandeza, construyeron una verdadera épica
de la derrota. Perder, sí, porque no queda más remedio, pero perder de pie,
erguido, casi con orgullo. Esto ha sucedido tanto en el siglo XIX como en el
XX.
Entre 1838 y 1840, en algún lugar de
La Pampa, Esteban Echeverría escribe “El Matadero”, cuento que sería publicado
recién en 1871 por su amigo Juan María Gutiérrez. Echeverría jamás podría
haberlo escrito en la ciudad, completamente dominada por lo que él consideraba
la barbarie. En el texto, los únicos “civilizados” son los dos jinetes que
aparecen al final del relato: el inglés y el unitario. Los carniceros, las
negras y toda esa multitud de gente que viene al matadero para conseguir algo
de carne conforman esa “barbarie” con la cual el autor quiere terminar.
Sin embargo, el pueblo está con el
bando enemigo. Ese es el gran inconveniente. Los matarifes, las mulatas, hasta
el Juez del Matadero, todos son mostrados con realismo. Así es la gente de la
campaña. El héroe del cuento, el unitario, no es verosímil. Su modo de hablar
es incomprensible para los federales, tanto por su contenido ideológico como
por sus expresiones. Cuando discuten, no se produce ningún atisbo de comunicación.
De todos modos, el héroe mantiene su dignidad y fallece antes de ser humillado.
Una minoría ilustrada no puede cambiar el sistema vigente, pero puede mostrar
grandeza en su derrota.
En 1872, con El gaucho Martín Fierro,
José Hernández hizo una denuncia de las injusticias sociales ocurridas durante
el gobierno de Sarmiento. Vemos, por sobre todas las cosas, el desamparo en el
que vivían los gauchos, quienes eran sacados cruelmente de sus ranchos,
separados de sus esposas e hijos para servir al ejército. Al igual que en el
cuento de Echeverría, en este poema gauchesco también vemos la separación entre
civilización y barbarie. Sin embargo, el fortísimo distanciamiento que adopta
el poema con respecto al modelo de sociedad vigente, surge en los versos
finales, cuando Martín Fierro le propone a su amigo Cruz ir a vivir con los
indios. El problema ya no es la soledad ni la pobreza, sino la civilización que
lo usa, le quita sus tierras y lo maltrata:
Ya no soy pichón muy tierno
y sé manejar la lanza
y hasta los indios no alcanza
la facultá del gobierno.
Si antes sufrían la pobreza porque
el ejército no les daba dinero por el servicio que prestaban, ahora serán
independientes y no necesitarán de ningún salario:
De hambre no pereceremos,
pues, según otros me han dicho,
en los campos se hallan vichos
de lo que uno necesita...
gamas, matacos, mulitas,
avestruces y quirquinchos.
La barbarie les dará aquel bienestar
que la civilización no sólo no les dio, sino que les arrebató:
Allá habrá siguridá,
ya que aquí no la tenemos
El poema le está proponiendo al
proletariado rural desertar del ejército, hacerse gauchos matreros e irse con
los indios, aquellos que arremeten en malones para robar y llevarse algunas
cautivas.
El discurso de Martín Fierro llegó
de un modo contundente al pueblo, porque tenía un lenguaje entendible, y un
mensaje que podía ser compartido por muchos. Además, la oralidad del poema hizo
posible que algunos paisanos lo leyeran en voz alta, lo recitaran y cantaran en
almacenes y pulperías, en medio de todo el gauchaje: de esta manera, la
historia y la ideología del texto iban más allá del público alfabetizado.
Si el protagonista, aunque pobre y
desamparado, se muestra fuerte para sobrellevar sus penurias, los poderosos son
ridiculizados por su canto. En la sexta parte de El gaucho Martín Fierro se
menciona de manera tergiversada el apellido del Ministro de Guerra de
Sarmiento, Martín de Gainza. Hernández había escrito:
Pero esas trampas no enriedan
a los zorros de mi laya;
que esa Ganza venga o vaya,
poco le importa a un matrero
El apellido del ministro es
animalizado y feminizado. Luego, Hernández modificó el verso, para hacerlo más
legible al público y puso: “que el menistro venga o vaya”. 1 De todos modos,
ese político aparece mencionado en la sexta parte como “don Ganza”. Si a eso le
sumamos otras palabras que hacen referencia a la política, pero distorsionadas,
como “comiqué”, “candilatos” y “menistro”, vemos que esas distorsiones
desmerecen a los hombres públicos que ejercen el poder. Los padecimientos de
Martín Fierro provienen de la arbitrariedad e impunidad con la que actuaban los
jueces de paz y comandantes de campaña, siempre hostiles con los gauchos
durante esos años. Es por eso que en El gaucho Martín Fierro, Hernández nos
narra la historia de un personaje que, habiendo tenido querencia, esposa e
hijos, los pierde y se vuelve “matrero” por causa de la “civilización”. El
poema tiene una posición confrontativa con el gobierno de la época. Muy
distinta sería la posición del autor en 1879, cuando publica La vuelta de
Martín Fierro. Quien gobierna el país es ahora Nicolás Avellaneda, y éste le
encomienda al general Julio A. Roca la conquista del desierto.
En esta segunda parte del poema
vemos a un Martín Fierro resignado que decide volver a la civilización y quiere
trabajar. A sus hijos les aconseja:
El trabajar es la ley
porque es preciso alquirir
No se espongan a sufrir
una triste situación:
sangra mucho el corazón
del que tiene que pedir
Ahora el protagonista reconoce que el dinero se ha insertado en la vida y en las relaciones sociales del gaucho. Ha dejado atrás esa época en la que su heroísmo estaba ligado a su rebeldía y a su marginalidad.
En el siglo XX también encontramos
obras literarias que se han opuesto terminantemente a los modelos de sociedad
predominantes. Un buen ejemplo de esto es el policial negro en Latinoamérica.
El crimen es un desafío a la moral de una sociedad. Es imperioso resolverlo y
castigar al culpable. En este sentido, el relato policial clásico inglés era un
género tranquilizador: siempre había un detective inteligente que develaba el
misterio y llevaba al culpable a la cárcel. Pero a partir de la década del ´20,
con el aumento del crimen organizado en Estados Unidos, vemos que el crimen
deja el margen de la sociedad para ligarse al poder y la política de esa
sociedad. Ya no se trata de usar la inteligencia, sino la experiencia. De todos
modos, los autores norteamericanos siempre terminaban sus obras trayendo algo
de justicia. Sus héroes resolvían el caso, a pesar de vivir en sociedades
corruptas. El desvío lo trajeron los autores latinoamericanos, quienes usaron
el policial negro para denunciar los horrores de las dictaduras militares. El
género se politiza. Ya no hay armonía entre la sociedad y la justicia, porque
las instituciones amparan a los criminales, y porque las instituciones mismas
son criminales. En estas obras la resolución de los crímenes se vuelve
compleja. Una obra paradigmática en la Argentina es Manual de perdedores, de
Juan Sasturain. En el capítulo “Un libro necesario”, el detective Etchenike
está jugando al ajedrez con su amigo, “el gallego”. En esa escena el detective
se niega a publicar el libro que tiene escrito sobre ajedrez y dice:
Habría que escribir un libro útil, al alcance de todos, de instrucciones para la derrota. Eso...Porque yo no le puedo enseñar a nadie a ganar al ajedrez ni a nada. Tendría que ser una especie de recetario del perdedor vocacional. Porque hoy, ¿a quién le vas a enseñar a ganar?
Habría que escribir un libro útil, al alcance de todos, de instrucciones para la derrota. Eso...Porque yo no le puedo enseñar a nadie a ganar al ajedrez ni a nada. Tendría que ser una especie de recetario del perdedor vocacional. Porque hoy, ¿a quién le vas a enseñar a ganar?
Y más adelante sigue: “Hay que
enseñar a perder, viejo: con altura, con elegancia, con convicción”.
El ajedrez es un símbolo en el
relato policial clásico, dado que el detective, al igual que el ajedrecista,
debe usar la lógica matemática para saber qué hacer, cómo mover las piezas y
prever lo que hará su adversario. Pero en la novela de Sasturain, Etchenike no
domina las nuevas reglas del juego. Nunca se sabe completamente qué ocurrió ni
quién cometió el crimen. La verdad se obtiene por fragmentos. La policía se
involucra en negociaciones turbias, al igual que un grupo guerrillero. En los
últimos capítulos, las negociaciones incluyen papeles y cuerpos. Cora, una
estudiante, quiere negociar con Etchenike: “Son solamente papeles. Siempre son
papeles que cambian de mano y nada más; y Vicente, claro”.
Cuando los gobiernos son corruptos y
responsables de muchos crímenes, el triunfo se vuelve vergonzoso. Sólo puede
triunfar el que hizo trato con los de arriba. Etchenike, al igual que los
detectives de las novelas negras latinoamericanas, es un antihéroe. En Argentina,
obras como No habrá más penas ni olvido y Triste, solitario y final, de Osvaldo
Soriano, Respiración artificial, de Ricardo Piglia, Operación masacre, Caso
Satanovsky y ¿Quién mató a Rosendo?, de Rodolfo Walsh, parecen decirnos que en
un mundo injusto, sólo pueden tener dignidad los perdedores.
1_Ver la edición crítico genética del Martín Fierro (coordinadores, Élida Lois y Ángel Núñez, París-Madrid, Archivos, 2001).
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