miércoles, 21 de septiembre de 2016

ROSETTA




La piedra Rosetta: para reescribir la historia*












Antes de descifrar el texto que contenía la piedra Rosetta era imposible conocer los entresijos de la civilización egipcia escondidos en sus escritos. Los jeroglíficos eran un enigma incomprensible para arqueólogos, filólogos, lingüistas e historiadores. Sin embargo, a partir de 1.822, el intricado idioma de los egipcios dejó de ser un misterio para convertirse en la herramienta que desvelaría todos los secretos de su civilización.

Un tesoro en la arena

La campaña de Napoleón en Egipto duró tres años (1798-1801), en los que Francia e Inglaterra se enfrentaron en tierras egipcias y sirias. El fracaso militar de los franceses, tuvo a pesar de todo un contrapunto de gloria: en el verano de 1799 un capitán del ejército Francés, Pierre-François Bouchard, descubrió la piedra Rosetta (15 de julio de 1799) mientras realizaba trabajos de excavación para reforzar una zona defensiva en la ciudad de Rashid (Rosetta), a unos 80 kilómetros de Alejandría.
Napoleón estaba fascinado con Egipto y sabía que la conquista de aquella tierra iba mucho más allá del propio territorio. Por ello, había creado un cuerpo especial que acompañaba a los soldados, la Commission des Sciences et des Arts (Comisión de las Ciencias y las Artes, formada por un “ejército” de astrónomos, químicos, ingenieros, economistas, pintores o poetas) que inmediatamente reconoció la importancia del hallazgo y se hizo cargo de la piedra en el Instituto de Egipto (en El Cairo). Sin embargo, el gozo del triunfo científico duró poco, pues tras la victoria de los ingleses, la piedra Rosetta pasó a manos del Imperio Británico, tal y como quedó reflejado en la Capitulación de Alejandría. A día de hoy, es la pieza estrella del Museo Británico y lleva allí más de 200 años.
Rosetta pesa varias toneladas y es de un material parecido al granito (granodiorita), Pero, ¿qué mensaje hay escrito en la famosa piedra? El texto, que está grabado únicamente en una de sus caras y escrito en 3 idiomas distintos, hace referencia a un decreto de Ptolomeo V Epifanes (con fecha del 27 de marzo de 196 a.C):
  1. Las primeras 14 líneas están escritas en jeroglífico.
  2. La parte central en Demótico (un derivado del jeroglífico), y ocupa 32 líneas.
  3. La parte inferior está dedicada al griego, con un total de 54 líneas.


¡20 años para entenderte, Rosetta!



Hicieron falta 20 años (1799-1822) para descifrar el código escondido en la piedra Rosetta, pues el idioma jeroglífico se había perdido desde que el Imperio Romano tomase el control de Egipto (30 a.C., aproximadamente). Fueron muchos los estudiosos que recibieron la transcripción de los textos a lo largo de esas dos décadas, pero muy pocos los nombres que aportaron datos relevantes para el descubrimiento final. Entre ellos estuvo el británico Thomas Young (físico, lingüista, filólogo), que mantuvo una declarada rivalidad con Jean François Champollion en la carrera por la conquista de los jeroglíficos. Finalmente, fue el francés quien culminó en el exitoso descubrimiento del código un 14 de septiembre (1822), cuando entró corriendo en el despacho de su hermano al grito de “¡lo tengo!”, para inmediatamente después caer desmayado.

Champollion el Joven, como se hacía llamar Jean-François, nació en un pequeño pueblo francés (Figerac, 1790) muy cerca de la ciudad de Grenoble, donde comenzó sus estudios, y donde descubrió su enfermiza pasión por Egipto. Corría el año 1802 y el joven Champollion tenía solo 12 años cuando conoció a uno de los  expedicionarios que acababan de volver de Egipto: era Jean-Baptiste Joseph Fourier, matemático y físico que dejaría su huella en la historia con diferentes descubrimientos (entre ellos, la famosa “serie de Fourier”).  Por aquel entonces estaba trabajando en la obra encargada por Napoleón, la “Descripción de Egipto”. Fourier venía del Instituto de Egipto (El Cairo) y encontró en Champollion un brillante “escudero”. El joven, a su vez, se valió de los ojos de Fourier para acercarse a una tierra que nunca había visto, pero sobre la que deseaba saberlo todo.
No habría podido descifrar el lenguaje de los egipcios (jeroglífico) si no hubiera dominado el copto, un idioma compuesto por el alfabeto griegos más algunos caracteres demóticos. El Demótico, por su parte, era un lenguaje derivado del hierático (una simplificación posterior del jeroglífico) que se usaba frecuentemente en los grabados de piedra. Gracias a que uno de los textos estaba escrito en griego, se pudo entender plenamente el contenido y deducir, al identificar los nombres propios, que el texto era el mismo, aunque en 3 versiones diferentes (una por cada idioma). Pero, ¿cómo fue posible establecer esa comparativa? Los nombres de los reyes tenían la clave: aparecían rodeados por un óvalo.
Además, el número de palabras totales en cada idioma era muy diferente, en concreto había muchos más jeroglíficos que palabras en griego, por lo tanto, ¿implicaba eso que cada signo no tenía un significado independiente, sino que, quizás tenía también un valor fonético? Así descartó Champollion que el idioma jeroglífico fuera puramente ideográfico (un símbolo, un significado). El idioma jeroglífico dejó de ser un misterio y Champollion llegó a clasificar y componer una tabla de 300 signos jeroglíficos, hieráticos y demóticos, lo que le permitió hacer las transcripciones entre los tres textos.
13 días después de su efusivo “¡lo tengo!” ya había argumentado los fundamentos de su descubrimiento y leyó públicamente la carta que envió a Monsieur Dacier, por aquel entonces secretario de la Academia de Inscripciones y Lenguas Antiguas de Francia, y que se considera el documento inaugural de la egiptología. En ella explicaba el sistema descifrado y planteaba un orden alfabético que todavía hoy es respetado.








Dory Gascueña para OpenMind









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