miércoles, 3 de octubre de 2018

ESCLAVAS DE LA MODA II




Italia: Las marcas de lujo de la moda y sus salarios miserables

Elizabeth Paton 

Milena Lazazzera













Bari, Italia. En el pueblo de Santeramo in Colle, en el sur de Italia, una mujer de mediana edad estaba sentada trabajando arduamente en la mesa de su cocina. Cosía cuidadosamente un abrigo de lana, del estilo que se venderá en entre 800 y 2 mil euros (entre 935 y 2340 dólares) cuando llegue a las tiendas como parte de la colección otoño-invierno de MaxMara, la marca italiana de moda de lujo.

Pero la mujer, que pidió no ser identificada por temor a perder su medio de vida, recibe sólo un euro de la fábrica que la emplea, por cada metro de tela que termina. “Me toma alrededor de una hora coser un metro, así que de cuatro a cinco horas completar un abrigo completo”, dijo la mujer, que trabaja sin contrato ni seguro. “Intento hacer dos abrigos al día”.


El trabajo se lo subcontratan a ella desde una fábrica local que manufactura para algunos de los nombres más conocidos en el negocio del lujo, entre ellos Louis Vuitton y Fendi.




















El trabajo en casa es una piedra angular de la cadena de suministro de la moda pret à porter. Es predominante en India, Bangladesh, Vietnam y China, donde millones de trabajadoras caseras de bajo sueldo se cuentan entre las menos protegidas en la industria, gracias a su status de empleo irregular, aislamiento y falta de recursos legales.

El que existan condiciones similares en Italia en la producción de algunas de las prendas más costosas podría dejar pasmados a aquellos que ven la etiqueta “Made in Italy” como un sinónimo de artesanía sofisticada.
Aunque no están expuestas a condiciones de explotación, quienes trabajan en casa reciben sueldos parecidos a los de explotación. Italia no tiene un salario mínimo nacional, pero entre unos 5 y 7 euros por hora es considerado un 

estándar apropiado por muchos sindicatos y firmas de consultoría. Un trabajador altamente calificado puede ganar entre 8 y 10 euros la hora. Pero las trabajadoras en casa ganan mucho menos.


En Ginosa, Maria Colamita, de 53 años, dijo que hace una década, cuando sus hijos eran más pequeños, había trabajado desde casa en vestidos de novia, bordando vestidos por entre 1,50 y 2 euros la hora. Terminar cada uno requería de 10 a 50 horas, y Colamita dijo que ella trabajaba de 16 a 18 horas diarias. “Sólo tomaba descansos para cuidar a mis hijos y familiares, eso era todo”, dijo y agregó que ahora trabaja como mucama y gana 7 dólares por hora.

Ambas mujeres dijeron que conocían a otras costureras que producían prendas de moda de lujo en una base de tarifa por pieza desde su casa. Todas viven en Puglia, el talón rural de la bota de Italia que combina pueblos pesqueros y aguas cristalinas adoradas por los turistas con uno de los centros de manufactura más grandes del país. “Sé que no me pagan lo que merezco, pero los sueldos son muy bajos aquí en Puglia y a final de cuentas me encanta lo que hago”, dijo otra costurera.

Construidos sobre la infinidad de pequeñas y medianas empresas orientadas a las exportaciones que componen la columna vertebral de la cuarta economía más grande de Europa, los cimientos de siglos de la leyenda “Made in Italy” se han estremecido bajo el peso de la burocracia, los crecientes costos y el elevado desempleo.

Las empresas del norte, donde hay más empleos y salarios más altos, han sufrido menos que las del sur, que fueron golpeadas por el auge de mano de obra barata que llevó a muchas compañías a cambiar la producción al extranjero. Las tasas de desempleo en Puglia eran de 19,5 por ciento en el primer trimestre de 2018.

Pocos sectores dependen tanto del prestigio manufacturero de Italia como el negocio del lujo. Es responsable del 5 por ciento del Producto Interno Bruto italiano, y alrededor de 500 mil italianos estaban empleados por el sector en 2017.
Esas cifras reflejan la salud del mercado global del lujo, cuyo crecimiento se espera que aumente entre un 6 y 8 por ciento, a entre 276 y 281 mil millones de euros en 2018, impulsado en parte por el apetito de mercancías “Made in Italy” de los mercados emergentes.



Fabbriche invisibili. Storie di donne, lavoranti a domicilio
















Tania Toffanin, autora de “Fa­bbriche Invisibili”, un libro sobre la historia del trabajo en casa en Italia, estimó que actualmente hay de 2 mil a 4 mil trabajadoras caseras irregulares en la producción de ropa. “Entre más descendemos por la cadena de suministro, mayor es el abuso”, dijo Deborah Lucchetti, de Abiti Puliti, la división italiana de Clean Clothes Campaign, grupo activista contra la explotación laboral.
Muchos de los gerentes de fábrica de Puglia enfatizaron que se apegaban a las regulaciones sindicales, trataban justamente a las trabajadoras y pagaban un salario digno. Muchos dueños de fábricas añadieron que casi todas las marcas de lujo revisan con regularidad las condiciones.
Un vocero de Max Mara dijo que una cadena de suministro ético era parte de sus valores, y que la compañía había iniciado una investigación.
Las marcas primero comisionan a contratistas principales a la cabeza de la cadena de suministro, que luego comisionan a subproveedores, que a su vez cambian parte de la producción a fábricas más pequeñas presionados por los reducidos tiempos de entrega y precios rebajados”, dijo Lucchetti. “Eso hace muy difícil que haya transparencia o rendición de cuentas. Sabemos que existe el trabajo en casas. Pero está tan oculto que habrá marcas que no tienen idea de que sus pedidos son hechos por trabajadoras irregulares fuera de las fábricas contratadas. Algunas marcas deben saber que podrían ser cómplices”.

Aunque las marcas nunca sugerirían oficialmente sacar provecho de los empleados, algunos dueños de fábricas han dicho a Romano que hay un mensaje subyacente para usar una variedad de medios, incluido pagar de menos a los empleados y pagarles para trabajar en casa.

Un reporte de Abiti Puliti que incluía una investigación realizada por Il Tacco D’Italia, un periódico local,  encontró que empresas de la región que cosen partes superiores de zapatos hacían que las mujeres trabajaran por 70 a 90 centavos de euro por par. En 12 horas una trabajadora ganaría entre 7 y 9 euros.
Sí sabemos sobre costureras que trabajan sin contratos desde casa en Puglia, en particular aquellas que se especializan en coser aplicaciones, pero ninguna de ellas quiere acercarse a nosotros a hablar sobre sus condiciones, y la subcontratación las mantiene en gran medida invisibles”, dijo Pietro Fiorella, representante de CGIL, el sindicato nacional más grande del país. Muchas de ellas están jubiladas, dijo, o quieren la flexibilidad para cuidar a familiares.

Un representante sindical, Giordano Fumarola, señaló otra razón de que los salarios textiles en el sur de Italia hayan permanecido tan bajos: la reubicación de la producción en Asia y Europa Oriental en las últimas dos décadas.
Una elección nacional en marzo llevó a un nuevo gobierno populista al poder en Italia, colocando el control en manos de dos partidos Gel Movimiento 5 Estrellas y la Liga G y un propuesto “decreto de dignidad” pretende limitar la prevalencia de los contratos laborales a corto plazo y de firmas que cambian empleos al extranjero. Por ahora, la legislación en torno a un salario mínimo no parece estar en la agenda.

Para mujeres como la costurera de Santeramo in Colle, la reforma parece muy lejana. No es que a ella realmente le importe. Estaría devastada si perdiera este ingreso, dijo, y el trabajo le permitía pasar tiempo con sus hijos.
“¿Qué quiere que diga?”, expresó con un suspiro. “Es lo que es. Esto es Italia”.








© 2018 The New York Times 











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