jueves, 7 de marzo de 2019

FEMINISMO EN SEX AND THE CITY



''Sex and the City": transgresora, influyente y ¿feminista?














Una mujer magnética, atractiva, pasea por las aceras de Nueva York con expresión sugerente mientras un piano jazzero acompaña el montaje acelerado de planos de la ciudad. Un autobús de línea pasa cerca de ella, salpicándola. La cámara sigue al vehículo, sobre el que un periódico anuncia la columna de esta mujer en tutú y camiseta de tirantes: 'Carrie Bradshaw knows good sex '

Treinta y cinco segundos bastaron a 'Sexo en Nueva York' ('Sex and the City') para hacer saltar por los aires unos cuantos apriorismos televisivos y cambiar la forma de relacionarnos con la ficción por entregas.






Una serie para todo el mundo... pero no para todo el mundo






Más voladuras controladas de la mano de Darren Star:''Sex and the City" fue probablemente la primera serie con vocación de llegar a un público masivo que a la vez renunciaba al multitarget. ¿Oxímoron? Quizá, pero no esta vez. Funcionó. ¿Era la serie para ver con tu abuela? Seguramente no, pero esa era la idea.
Aquella serie de la que todo el mundo hablaba y que sólo algunos abonados habían podido ver un año antes para, a continuación, emitirla de madrugada y en tandas de dos o tres capítulos. Más cambios: los espectadores más observadores aprendieron qué era un piloto. La diferencia formal entre el primer episodio y el segundo, las decisiones artísticas y de producción tomadas en ese abismo entre la grabación del piloto y el "sí" de la cadena quedaba expuesta sin tapujos, para confusión inicial de algunos.

Los responsables de ''Sex and the City"pronto se dieron cuenta de que podían prescindir del falso documental como hilo conductor ya que la serie se sostenía sola y la columna semanal de Carrie con aquellos planos detalle de la pantalla de su Mac mientras tecleaba las preguntas que lanzaba al espectador eran suficientes para dar cohesión a cada episodio. Miremos a 'Sexo en Nueva York' y sus pequeñas revoluciones. El sexo como elemento central de una serie que encontraba su fuerza no tanto en las tramas como en los diálogos. Nos daba igual el polvo, queríamos la secuencia posterior, el brunch durante el que abrían hilo al respecto. Sexo, sexo y sexo, sí.


Una serie sobre sexo donde las protagonistas se lo cuentan todo


Pero un sexo atacado desde el cerebro, en ocasiones desde la emoción. Un sexo lúdico del que se hablaba, que se comentaba y analizaba. Sexo por todas partes sí. Decía Marc Cherry durante la promoción de la primera temporada de 'Mujeres desesperadas' ('Desperate Housewives') que su objeción a ''Sex and the City" era que no podía creerse una serie donde las protagonistas fueran tan transparentes y sinceras respecto a su intimidad.




En  'Sexo en Nueva York': las protagonistas se lo contaban todo. Y cuando se ocultaban algo se enfadaban y prometían no volver a hacerlo. No había barreras y el lenguaje se exprimía hasta sus últimas consecuencias. El efecto en el espectador era casi terapéutico: el sexo no era tabú, ni objeto de comedia zafia, ni se buscaba erotismo o morbo.
Por supuesto no era pornografía. Ni cosificación. El sexo devenía comunicación, placer y juego, y me atrevo a decir que ésta fue una pequeña gran revolución abanderada por las cuatro neoyorkinas que todos quisimos ser. Eso sí, la representación de los personajes homosexuales en 'Sexo en Nueva York' nos encontró con el paso cambiado, aunque visto en perspectiva, se tomaron decisiones honestas y valientes.


Una serie pionera en el retrato de personajes gays







En aquellos años el modelo de conducta mediático que cambió las reglas del juego era Will Truman, protagonista de 'Will y Grace'. Pues bien, 'Sex & the City' sorprendía presentando unos personajes homosexuales que celebraban su pluma, recelaban entre ellos, se enamoraban, se criticaban, se apoyaban en sus amigas y sobre todo, se alejaban de cualquier canon estético reivindicando su individualidad también con su aspecto.

Veinte años nos ha costado levantarnos contra una homonormatividad tan estricta que lo rechaza prácticamente todo y que impone exigencias estéticas imposibles de asumir. Veinte años, pero Darren Star lo vio antes y cuando lo hizo su planteamiento se cuestionó por no ejercer una representación positiva de la homosexualidad. Por suerte hoy ponemos en duda todo lo que se esconde detrás de ese adjetivo y empezamos a abrazar la diversidad como una verdad que no debería ser incómoda.

Una vez dicho todo esto, vale la pena señalar cuán injusto es someter un producto de hace veinte años a juicios morales bajo criterios de hoy. A finales de los 90 hacía un cuarto de hora que los personajes homosexuales sólo servían para hablar de VIH o hacer escarnio. La comunidad estaba hambrienta de referentes positivos y desde el sofá o en un cine de pueblo apetecía más verse reflejado en Rupert Everett... Pero eso hoy ha cambiado y Darren Star fue un pionero.


sexo y la ciudad gif



En la balanza de lo no tan positivo pesan algunas decisiones narrativas tomadas en el desarrollo de las seis temporadas. A medida que la serie avanzaba y Samantha, Charlotte y Miranda ganaban entidad los minutos de cada episodio iban llenándose con más y más personajes que pertenecían a las tramas individuales de cada una de ellas.

Que a un personaje le salga una hermana, una pareja o una madre es una señal inequívoca de que se ha consolidado para los guionistas, y es entonces cuando los actores piden una hipoteca. Así que bien por nuestras chicas, pero la consecuencia directa para la serie fue que cada vez había menos espacio para las secuencias en las que veíamos a las cuatro juntas.
Y ese era el motor del show. Era entonces cuando guionistas, dirección y actrices ponían su talento al servicio de lo que tenían entre manos y sacaban oro

''Sex and the City": ¿feminista o todo lo contrario?

De 'Sexo en Nueva York' se ha escrito que era una serie feminista. También se ha escrito todo lo contrario. Se ha escrito que empoderaba a la mujer por el enfoque sobre el sexo del que he hablado antes. Y también se ha dicho que bajo esa fina capa de transgresión se escondía el mismo discurso heteropatriarcal de siempre. No lo creo.






El discurso tradicional que coloca a la mujeres en roles pasivos cuya única función es ser rescatadas, elegidas y sacadas de un núcleo familiar para construir otro por la figura de un hombre joven heterosexual es profundamente nocivo, aunque encaja perfectamente en la descripción de roles básicos en la narrativa universal.
Me atrevería a decir que ''Sex and the City" no se enmarca (del todo) en este discurso heteropatriarcal. No hay dudas en el caso de Samantha y Miranda. En el caso de Carrie y Charlotte todo es más ambiguo. Son dos personajes que tienen una vida emocional activa y que en ocasiones ocupa mucho de su tiempo. 

Después de todo: ¿no son, simplemente, personajes a los que no les asusta decir en voz alta que quieren amar y ser amadas? ¿La secuencia en la que Charlotte corre entre el tráfico, presa de un ataque de nervios mientras grita de desesperación porque nada en su vida emocional sale bien... nos incomoda? Lo profundamente incómodo es ver a alguien con el corazón en la mano gritando que necesita amar. Unirse al equipo Miranda o Samantha es muy fácil. Pero para poner las emociones sobre la mesa sin pudor hacen falta los ovarios de Charlotte.
Por otra parte, 'Sex & the City' se une a la lista de espectáculos que describían y potenciaban la sororidad, décadas antes de que el termino se colara en nuestras conversaciones. Antes que ellas vimos hacer piña a las señoras de 'Las chicas de oro' ('Golden Girls') y después llegaron universos femeninos tan dispares como los de 'Mujeres desesperadas', 'Las chicas Gilmore' ('Gilmore Girls') o 'Girls'. Todas ellas, series en las que un grupo de mujeres construye una comunidad basada en redes de soporte, cooperación y comunicación alejada de los clichés sobre la competitividad femenina.


Han pasado veinte años. Y eso es un pequeño baño de realidad para quienes las seguimos a tiempo real. Nos preguntábamos cómo sería nuestra vida de treintañeros mientras las veíamos cenar en esos restaurantes mitad discoteca, mitad pasarela y ... ¡¡ aquí estamos  !!. El futuro ha llegado y los noventa vuelven  en una suerte de segunda oportunidad millenial.













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