jueves, 14 de marzo de 2019

LAS 'MANCHAS' DE SOROLLA


Sorolla, un impresionista en 20 centímetros

Peio H. Riaño    





Estudio de Sorolla en el pasaje de la Alhambra, en 1897 en Madrid. 














El museo del pintor en Madrid exhibe 240 pequeños bocetos realizados al aire libre por el paisajista valenciano: veloces, espontáneos y de una técnica radical

Joaquín Sorolla vivió la pintura en la urgencia, con la esperanza de ser tan rápido como la luz (para no dejar escapar el instante). ¿Cómo lograr un gesto tan espontáneo como la espontaneidad, cómo hacer para no olvidar esa impresión? Libretas. Además de sus miles de apuntes dibujados, Sorolla realizó cerca de 2.000 pinturas al óleo en muy pequeño formato. Muchas no alcanzan ni los 20 centímetros. Son “manchas” con las que detuvo el tiempo, como impactos caprichosos que prosperan entre la deliberación y el azar. En ellos, el pintor anota y avanza, lo importante no es entender: son la esencia más impresionista de Sorolla, uno de los paisajistas más importantes de la historia de la pintura.













“Muchas las pintó para sí mismo, para satisfacer su propio placer de pintar; otras fueron ensayos y esbozos de obras que estaba pensando hacer, y que hizo o no, y, de entre todas, un buen número fueron regalos para su familia y amigos más cercanos. Fueron apreciadas y conservadas en su taller, donde cubrían sus paredes, y un buen número fueron expuestas y vendidas por el artista en sus grandes exposiciones internacionales”, explica María López Fernández en el catálogo de la exposición Cazando impresiones, Sorolla en pequeño formato,dedicada a los bocetos del pintor valenciano, que estará  hasta el 29 de septiembre en el Museo Sorolla de Madrid.
Son impresiones rápidas y directas, que conforman, a menudo, ejercicios radicales de abstracción.

La muestra, que reúne 240 de estas piezas,  representan asuntos con los que el pintor se encontraba como escenas cotidianas de su familia, motivos de un paisaje (cantábrico o mediterráneo), un pedazo de playa, unas olas que rompen. Impresiones rápidas y directas, que conforman, a menudo, ejercicios radicales de abstracción, que dan lugar a partituras encriptadas, escritas a golpes veloces de pincel. Estas telas pequeñas son el laboratorio donde ensayará sus fórmulas para practicarlas en los grandes lienzos de sus playas.

La brisa marina

En estos apuntes la imagen siempre va por delante del pensamiento y Sorolla, abierto a lo inesperado, se entrega a la sorpresa y atrapa lo que suceda. “Encierran en pocos centímetros cuadrados toda la brisa marina, toda la magia huidiza del Mediterráneo, con un brío, con una ciencia, con un ardor, con una flexibilidad y un virtuosismo en los valores que maravillaban la vista y el espíritu”, escribió el crítico francés Camille Mauclair, en 1906.




Pero encierran mucho más que la habilidad. Estas impresiones veloces son la parte más íntima de Sorolla, un cuaderno de vivencias al aire libre, abierto a los lugares con los que se cruza en su camino hacia ninguna parte. Son anotaciones valientes y arriesgadas, ejercicios sin pretensiones de agradar, pura esencia de talento en acción. Como explica López Fernández los realiza en sesiones fortísimas, “de menos de una hora”, sin vacilaciones ni arrepentimientos. “Son un alarde de rapidez”.
Sorolla —como Monet, Manet, Degas o Sargent— no quiere dejar nada al azar cuando se lo encuentre a la cara. El creador de lo fugaz necesita ensayar sobre el instante, para convertirse en maestro de lo espontáneo. “Hay que pintar deprisa, porque ¡cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!”, escribe Sorolla. También por carta a su mujer Clotilde: “Tengo hambre de pintar”. 

Ramiro de Maeztu decía de él que debía tener la avaricia de querer pintarlo todo. Y cuando le sobraba espacio, apuntaba el menú que acababa de comer. Se conservan algunos apuntes de Sorolla en los que compartía ese momento con amigos íntimos, a los que solía regalar buena parte de sus notas. Estos lienzos pequeños son sus pruebas fotográficas, pero también un fin en sí mismo, que el mercado empezó a desear porque lo quiere todo de las estrellas.







Así es como el pequeño formato cobra a finales del siglo XIX más importancia que nunca en las compraventas internacionales, donde Sorolla tiene un papel relevante, pues “pierde su carácter de obra preparatoria para adquirir la connotación de obra personal, realizada para sí mismos”. Esto le otorga el valor de talismán que encierra el genio del artista. Esa fiebre creativa dio para cubrir las paredes de su estudio en el número 3 del madrileño pasaje de la Alhambra. En una foto que se conserva de 1897 la pared está completamente cubierta de apuntes. Hasta arriba. La luz, dijeron los que pasaron por allí, resbalaba sobre los millares de tablitas que tapizaban y encantaban las paredes de aquel delicioso retiro.

La exposición está llamada a ser el mayor hito organizado en un museo estatal este año. En ella queda clara la principal reivindicación de López Fernández, quien prefiere no considerar estas notas de color como “estudios preparatorios”. “Porque constituyen la esencia de la mirada del pintor hacia su pintura”, apunta en el catálogo. Su mirada y su obsesiva actitud creadora, como escribía Sorolla: “Mis estudios al aire libre no admiten una ejecución larga. Siento que si tuviera que pintar despacio no podría pintar nada en absoluto”.














































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