Sorolla: reseña del Maestro de la Luz español
Jonathan Jones
Herencia triste, 1899, Joaquín Sorolla.
Era el rostro mundial del arte español, un pintor peculiar y extravagante de un país bañado por el sol. Pero este sensual español nunca podría pintar más de lo que podía ver.
Luis Buñuel llamó
al primer capítulo de su autobiografía "Crecer en la Edad Media"
porque recordaba a España a principios del siglo XX como un país apenas tocado
por el mundo moderno, dominado por la iglesia católica y la pobreza casi
feudal. Si quieres echar un vistazo a esa España arcaica, párate frente al
lienzo de 1899 de casi tres metros de ancho de Joaquín Sorolla y Bastida, Herencia
triste .
Si entrecierras los
ojos y solo miras el mar turquesa ondulado en ondas de color azul claro, es un paisaje
marino vívido que recuerda a Manet. La escena en la playa de Sorolla, sin
embargo, está muy lejos de las sombrillas y picnics del arte
impresionista. Un monje vestido de negro se eleva sobre una multitud de
niños desnudos discapacitados mientras se dirigen al mar para darse un baño
terapéutico. Son víctimas de la sífilis hereditaria, implica el
título. Sorolla, un artista de inmenso estilo, yuxtapone el mar azul, los
cuerpos pálidos y el sacerdote de cuervo con un efecto realmente inquietante.
Herencia triste ganó un premio en la Exposición Universal de París en 1900 y ayudó a hacer de
Sorolla la cara global del arte español. Pocas personas hasta ahora sabían
algo sobre un adolescente llamado Pablo Picasso, que viajó de Barcelona a París
ese mismo año para ver la exposición. Hoy Sorolla es doblemente
arcaico. Sus pinturas no solo capturan la claustrofobia de la España
tradicional antes de que el surrealismo, el anarquismo y la guerra civil
sacudieran sus piedades, sino que su estilo académico extravagante, tocado por
las innovaciones francesas en la pintura y aun así con ideales mucho más
antiguos del arte figurativo, es descaradamente premoderno. ¿Por qué
alguien hoy querría gastar tiempo y dinero en visitar una retrospectiva de
semejante rareza? La galería
nacional no parece pensar que esa pregunta deba responderse, y quizás no lo
haga. En su lugar, este espectáculo te lleva en un viaje por el peculiar
sendero del jardín de Sorolla a un lugar exuberante, bañado por el sol y
ambiguamente sensual.
Joaquín Sorolla, Cosiendo la vela, 1896.
Los jardines
españoles eran una especialidad de Sorolla. Una de sus últimas pinturas,
realizada en 1920, muestra
las suyas, adornadas con luz de sol plateada y dorada , enfriadas por
hojas verde pálido. Su silla está vacía, una premonición de su muerte,
como la imagen de Van Gogh en la Silla de Vincent. Todas sus escenas de
jardín son melancólicas bajo el brillo del sol. Sorolla se detiene en los
jardines formales de Granada y Sevilla, haciendo turismo a la sombra de sus
palacios árabes, pero no hay un alma a la vista. Su pintura de 1908 Jardines
del Alcázar de Sevilla en invierno es un escalofrío de tristeza.
Pero Sorolla no
puede elevar estos momentos pastorales a la grandeza simbólica de sus grandes
nenúfares de Monet contemporáneos, porque le falta algo como artista. Es
un sensualista, no un pensador. La ausencia de concepto en sus pinturas lo
convierte en el esclavo de la vista. Guiado por sus ojos, parece
increíblemente inconsciente de lo que está haciendo. Esto tiene resultados
francamente vergonzosos. En 1909, pintó Niños en la playa, una imagen de
tres adolescentes desnudos tumbados en un agua iluminada por el sol. El
catálogo de la Galería Nacional comenta sin ironía la forma en que explora
"la textura de sus pieles mojadas ..."
Pintada poco antes
de que Thomas Mann escribiera Death in Venice, la historia de un escritor de
mediana edad que se enamora de un adolescente que ve en la playa, esta y otras
escenas de la playa de Sorolla tienen la calidad de Death in Valencia.
Joaquín Sorolla, Desnudo Femenino, 1902.
Bueno, este es un
lugar extraño en el que estar: una psique de clase media española confundida y
quizás engañosa en los albores de la modernidad. Pero es una de las
alegrías del arte llevarnos a donde nunca pensamos ir. La realidad pintada
de Sorolla es perversa pero sincera. Él está en su mejor momento cuando se
tambalea hacia la locura por el sol, logrando que su esposa pose desnuda sobre satén rosa en una tarde de horno. En otra parte puede ser un aburrimiento.
Las tensiones de la
identidad española pronto producirían las visiones surrealistas de Picasso,
Dalí y Buñuel. Sorolla carece de su coraje o profundidad. Pero si no
es surrealista, a veces es absolutamente surrealista. Y eso es algo que
tomar de este meandro.
En la National Gallery,
Londres , del 18 de marzo al 7 de julio.
*Fin de jornada, una
de las obras de
la exposición que la National Gallery de Londres está dedicando a Sorolla,
es un cuadro en litigio. El Tribunal Superior de Justicia (TSJM) de Madrid
decidirá en breve el futuro del lienzo, que convive con la familia Sorolla
desde que Joaquín lo pintó hace casi 119 años. En 2018, la Comunidad de Madrid puso en marcha el expediente para
declararlo Bien de Interés Cultural (BIC).
En los últimos 70
años, esta obra ha estado colgada en el salón de un piso de menos de 100
metros, en el centro de Madrid. Sus dueños, según fuentes cercanas a la familia,
quieren venderlo en el extranjero por cinco millones de euros, dado que en
España no encuentran comprador dispuesto a desembolsar esta cantidad. Sin
embargo, se han encontrado con la oposición del Ministerio de Cultura, que les
ha prohibido la venta fuera del país al considerar que se trata de “una obra de
particular importancia para el patrimonio histórico español”.
La familia Sorolla
ha recurrido ante la sala de lo contencioso-administrativo del TSJM la
resolución de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del
Patrimonio Histórico Español, que les deniega la autorización para
exportar Fin de jornada. “Es una de las mejores pinturas realizadas por el
artista durante su estancia en Jávea en el verano de 1900, periodo de especial relevancia dentro de su
producción, ya que marca el inicio de su etapa más brillante”, declara la Junta
de Calificación, que aplica el artículo 51 del real decreto que desarrolló en
1986 la Ley del Patrimonio Histórico Español del año anterior y lo declara
inexportable. En las alegaciones presentadas por Cultura ante el tribunal se
destaca el valor del lienzo dada “la escasez de obras relevantes de ese momento
concreto de su producción”, así como su buen estado de conservación.
La obra pertenece a
siete hermanos, bisnietos de Sorolla, que atraviesan una situación económica
difícil: solo dos de ellos tienen trabajo fijo y uno padece párkinson. “Por
desgracia necesitamos el dinero. Nos gustaría quedárnoslo toda la vida, pero no
podemos. Nosotros queremos que quede en un museo público, mejor que en casa de
mi madre”, aclara un representante de la familia.
Los motivos del
recurso de los Sorolla contra la decisión de la Junta de Calificación son,
según consta en las alegaciones del ministerio, la “vulneración de la propiedad
privada”, la “vulneración de la libre circulación de mercancías en la Unión” y
que en 2007 se concedió permiso de exportación, con dos informes favorables,
escritos por Javier Barón, conservador del Museo del Prado, y Florencio de
Santa Ana, entonces director del Museo Sorolla. Ante el juzgado, los
descendientes del pintor valenciano han argumentado que Cultura “ha dejado
salir en estos años cuadros más importantes”, y reclaman “la misma generosidad”
que su familia tuvo con el Estado al ceder los fondos y el edificio del Museo
Sorolla.
En 2007, cuando la
familia disponía de permiso y comprador, el nieto del pintor se arrepintió en
el último momento. Nació en la casa que hoy es el
Museo Sorolla y venderlo habría sido traicionarse a sí mismo. La
autorización para exportar el cuadro caducó al año.
Cotización
artística
Cuando las cosas se
complicaron para la nueva generación de los Sorolla a partir de 2016 y el padre
ya no estaba, la familia reclamó un nuevo permiso de exportación. Pero esta vez
Cultura se lo negó. Por eso, reclaman revocar la orden de Cultura y que les
permitan vendérselo a un gran museo. Tanto el de Orsay, en París, como la
National Gallery, en Londres, se han interesado por Fin de jornada, que
marca un punto de inflexión artística en la carrera de Sorolla.
Desde el ministerio
prefieren no hacer declaraciones porque “es un caso sub iudice”, pero
alegan que la inexportabilidad está regulada por la Ley de Patrimonio
Histórico. Tampoco han querido aclarar si el Estado tendría interés en la
compra del cuadro.
Las pretensiones
económicas de la familia no pueden ser atendidas en el mercado español: el
precio más alto pagado por una obra de Sorolla fue de 1,5 millones de euros
hace 29 años por el cuadro Francisqueta, figura de pescadora valenciana,
en la casa de subastas Edmund Peel, durante la década dorada de las ventas de
la pintura del siglo XIX. Su cotización permanece estancada o en descenso, ya
que la cifra más suculenta de los últimos siete años no alcanzó el medio millón
de euros, por Pescador de quisquillas (1908).
En el extranjero el
mercado sigue apreciando los sorollas: en 2003 Sotheby’s vendió La hora del baño (1904) por 5,5
millones de euros, la cantidad récord en subasta de Joaquín Sorolla. La
familia mantiene que es un pintor muy representado en España y poco conocido en
otros países. “No es un cuadro imprescindible para España y es su mejor marca
en el extranjero”, añade el portavoz consultado. Que no es tan conocido lo
avala el comentario del príncipe Carlos de Gales durante la inauguración de la
exposición Sorolla: Spanish Master of Light, en la National
Gallery: “Nunca había oído hablar de este pintor”.
Ver también: https://lamusaencantada.blogspot.com/2019/03/las-manchas-de-sorolla.html
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