Hallados rastros del zurdo Leonardo da Vinci en la Monna Vanna
Peio H. Hiaño
La 'Monna Vanna'.
Los científicos franceses vinculados al Louvre hallan en la 'Monna Vanna' ciertas huellas que podrían atribuir “la mayor parte del dibujo” al maestro
No se sabe si
la Monna Vanna fue una gran broma o un retrato de uno de sus
ayudantes convertido en mujer. La firma también es un misterio, como mucho de
lo que tiene que ver con Leonardo da Vinci. Se ha querido ver una versión
desnuda de La Gioconda, coetánea de este dibujo a carboncillo, aunque solo
tengan en común la posición de la protagonista. Ahora, los especialistas del
laboratorio del Centre de Recherche et de Restauration des Musées de France
(C2RMF), bajo la supervisión del Louvre de París, han determinado que ahí
hay mano
de Leonardo. Al menos así lo ha hecho saber Mathieu Deldicque a la agencia
AFP. El responsable de la conservación del dibujo en el Museo Condé, en el
palacio de Chantilly, de propiedad pública, ha asegurado que los expertos han
determinado que “hay una gran posibilidad de que Leonardo haya hecho la mayor
parte del dibujo”.
El C2RMF todavía no
ha hecho público el estudio, pero Deldicque –el mayor defensor en los últimos
años del reconocimiento de la mano del maestro, en la conocida como Monna
Vanna– ha adelantado que los exámenes del laboratorio del C2RMF han
demostrado que la imagen se dibujó desde la parte superior izquierda hacia la
inferior derecha, síntoma propio de un autor zurdo, como Leonardo. Al parecer,
a lo largo de la superficie han quedado grabadas las marcas y las manchas del
carbón utilizado por el pintor. Es otra buena noticia para la celebración este
año de los 500 años del fallecimiento del genio renacentista, aunque el
Louvre todavía debe decidir si Salvator Mundi es autoría de Leonardo.
De hecho, con la compra de la Monna Vanna pasó algo parecido
a la del cuadro más caro de la historia de las subastas (450 millones
de dólares): el duque de Aumale compró, en 1862, el dibujo como si fuera de
Leonardo, por la elevada cifra de 7.000 francos. Y dos años más tarde, los
historiadores se retractaron y arrebataron su autoría, que podría ser de Salai.
“En Milán”, cuenta Vasari, “Leonardo tomó como sirviente a un milanés llamado
Salai. Era extraordinariamente agraciado y atractivo, y tenía un hermoso
cabello rizado que Leonardo adoraba”. Sus rizos y las bellas facciones del
joven se repiten una y otra vez en los bocetos y apuntes en hojas y cuadernos.
Salai es la fuente de inspiración del canon de belleza masculino que crea el
maestro, que podría haber convertido en mujer.
Mejor, acompañado
El muchacho es un
truhan, un ladronzuelo, que el maestro colma con caprichos sin reparar en
gastos: le compra una capa tan cara como llamativa (cuatro brazos de paño de
plata, terciopelo verde para los ribetes, cintas, aros pequeños...). La pareja
pasea tranquilamente ya por Florencia, el más joven protegido por una capa
plateada, el mayor con unas largas calzas rosas. Además de los regalos, forma a
Salai –con 16 años– como un pintor competente, que ya estaba con él en la
preparación del muro de la Última Cena, en Santa María delle Grazie, unos
años antes de realizar esta mujer desnuda, un hito extraño en medio de su
producción y su vida revuelta.
El descubrimiento del C2RMF confirma –una vez más– que Leonardo nunca
trabajó solo y siempre dejó al taller lo engorroso. Vasari tiene un célebre
comentario sobre el artista: “Empezaba muchas cosas y nunca las terminaba”.
Como hizo Verrocchio con él antes, Leonardo delega pequeñas áreas de las
pinturas a sus alumnos y asistentes, dándoles la responsabilidad de continuar
el trabajo que el maestro ha marcado con su primer dibujo. En ocasiones les
hace responsables de un diseño global, otras veces rematan partes en las que
basta con que continúen la coherencia estilística de la firma de la empresa. En
otras ocasiones, copian.
Todos sus pupilos
debían educarse en la ley del dibujo para que los cuadros resistieran como los
edificios. El dibujo antes que nada. El dibujo a todas horas y ellos reproducen
los bocetos que Leonardo traza en sus cuadernos. Revisa sus ejercicios y
siempre incide sobre lo mismo: las sombras. Se queja el maestro de que sus
ayudantes nunca las rematan, que tienen afán y amor por la pintura, pero no
disposición. Necesita ver más voluntad y mimo por el detalle. “Hay más
dificultad en las sombras de las pinturas que en sus perfiles”, escribe. Por
eso insiste en el cuidado y la verdad, en la intención y en la verdad, para
lograr el claroscuro (una de la pruebas de esta Monna Vanna).
Un gesto muy
ensayado
Esta mujer desnuda
recuerda a La Gioconda, pero la obra de arte más famosa del mundo no fue
fruto de la espontaneidad ni un gesto casual. Es la fuerza de la insistencia:
el cruce de manos por delante de la figura ya los practicó en el delicado
dibujo, de 1500, que hace como cartón preparatorio con sanguina para el retrato
que nunca realizará a Isabella d’Este (y que ella le reclamará toda su vida).
El boceto es la compensación por la atención que le ofreció la marquesa de
Mantua, una de las mujeres más poderosas del momento, en su huida de Milán a
Florencia. Esta postura es el primer acercamiento del modelo que llevará a
otros retratos y que culminará con La Gioconda años más tarde.
Los expertos han
datado la Monna Vanna en 1503, año en que Leonardo empieza con Mona
Lisa, cuando acaba de llegar a Florencia, adonde ha regresado 18 años después.
Con casi 50 años vuelve a estar exiliado, sin trabajo y tratando de buscar un
lugar en el mundo que no termina de aceptarle. Le encuentran admirable y
absurdo. Abre una de sus pequeñas libretas y escribe: “El movimiento es el
origen de toda vida”. Pura resignación. Da Vinci es un migrante sin refugio,
que solo encuentra nación en su taller y en sus cuadernos, cómplices de su
devenir errático, libretas que cuelgan de su cintura y dan testimonio de su
vida. Y vuelve a escribir: “¿Por qué no creas entonces obras que hagan que tras
tu muerte sigas pareciendo vivo, en lugar de pasarte la vida durmiendo como si
fueras ya un triste muerto?”.
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