El laberinto de espejos
David López Canales
Seis meses después
de que empezara todo ESTO, me temo, no somos ni más fuertes ni mejores. Ni
siquiera diferentes. Tres meses de encierro más tarde y otros tantos en calma chicha han servido de poco, o de nada, para cambiarnos. Ninguna
sorpresa. Quien confiase en que todo ESTO nos transformaría para bien o es un
optimista irredento o un ignorante mayúsculo. O ambos. Porque todo ESTO, en
realidad, no ha sido más que un filtro, como los que se usan en Instagram para
inventar o adornar vidas. En este caso, un filtro que, como las lupas, funciona
como un cristal de aumento para magnificar, acentuar o exagerar lo que hay
debajo: nosotros.
A quien estaba
solo, el confinamiento le hizo sentirse más solo. Quien ya no soportaba a su
pareja hoy se ha separado o quisiera hacerlo pero no se atreve. Lo mismo con
los hijos, pero de esos no puede deshacerse uno, que está mal visto. Quien estaba desquiciado ha salido de casa
volando sobre el nido del nuco. También se aplica a la inversa. Las parejas y
familias dichosas hoy lo son más y están más unidas y los solteros en paz
consigo mismos ahora están más cerca de eso que el marketing y los manuales de
autoayuda llaman felicidad y que no es sino calma. Y lo mismo sucede en la
política. El inepto, se señale hacia donde se señale se encontrarán muchos, se
ha revelado peligrosamente incompetente; el bueno, miremos por ejemplo a
Portugal, ha brillado como la estrella Polar para que no perdamos el norte; y
el loco, miremos simplemente a Trump, se ha olvidado directamente no ya de ese
norte, sino de la realidad.
Todo ESTO es un
laberinto de espejos como los de las ferias de los pueblos. Se mete uno y se ve
gordo o enano o estirado o deformado pero tras la caricatura se sigue siendo el
mismo. La esencia de lo que somos, por mucho que no queramos asumirlo, como
siempre decimos que salimos mal en las fotos. Es ese laberinto en el que nos
sorprendemos al final del mismo riéndonos de nuestra cara de tontos ante el
cristal, hasta que alguien nos dice que ya se ha terminado la atracción y que
ese espejo no tiene truco ninguno. Has salido del laberinto, como atravesamos
el virus, pero te llevas contigo a tu minotauro vivito y coleando.
Gracias Mis Musa por mostrarnos un espejo en el cual nos vemos... como somos.
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