viernes, 6 de agosto de 2021

VIAJEROS

Viajeros del tren

David López Canales











"Te subes a un tren y no recorres mundos, sino que los encuentras".

El tren se ha parado veinte minutos después de arrancar y está posado inútil y absurdo sobre las vías como un pájaro de cartón. Dos filas por delante de la mía una señora lleva un rato hablando a voces por teléfono. No creo ni que se haya enterado de la avería, pero todo el vagón, en cambio, sabemos ya que viene de estar con Elena, que llevaban 20 años sin verse y 15 sin hablarse pero que el día que se encontraron descubrieron que ambas desayunan avena y eso, más que el desayuno más triste del mundo, para ellas era una señal. Elena está casada con Carlos, que trabaja en el FMI en Washington y allí tienen una casa con un jardín en el que unos días aparece un jabalí y otros un zorro. Como en los despachos del FMI. Todos sabemos ya también que Elena tiene muy buen gusto para los bolsos y que habla de las joyerías de la Plaza Roja de Moscú con acento de clienta habitual pero con tan poca importancia como si fueran puestos de bisutería en un paseo marítimo. El tren sigue parado y la señora se pone a decir después lo feliz que ha estado con el reencuentro y lo querida que se ha sentido. Luego cuenta otras excursiones que tiene previstas para el verano, aunque su verano no será como el de Elena, que se va a Hawái. Ella regresa a su vida y Elena a la suya y la de ambas sólo coinciden en el desayuno. Y así hubiera seguido, con todos los pasajeros resoplando de hastío, si no me levanto y le pido que por favor se salga al pasillo, que ha convertido el vagón en un locutorio y que si va a hablar ahora de ella y no de Elena nos interesa aún menos la conversación.

Después pasa un revisor. Por megafonía han anunciado ya que hay una avería técnica y que no se sabe cuánto tardará en repararse. Pero todo el mundo detiene al revisor y le pregunta qué sucede y cuánto vamos a estar sin avanzar y el hombre se va parando cada dos asientos para encogerse de hombros y decir que no lo sabe y que cuando se sepa lo anunciaran. Superada una pesada al teléfono, lo peor que puede haber en un tren es incertidumbre.

A mi lado viaja una adolescente que acude a terapia. Está escribiendo en un papel cómo ve su vida. Al otro lado del pasillo va su tía. Ella le dice: “Tita, piensa cinco cosas de mí, buenas o malas, y me las dices, que tengo que apuntar cómo me ven otras personas”. La tita le responde que sí, que claro, y después le anuncia que le dirá primero tres cosas muy malas y la chica pega un respingo y le tiene que advertir que tampoco tienen que ser cosas muy malas, que pueden ser regulares, porque ve que la mujer está cogiendo impulso para decirle lo que nunca le ha dicho. En ‘El gran bazar del ferrocarril’, su histórica crónica atravesando Europa y Asia sobre raíles, Paul Theroux escribe: yo buscaba trenes y encontraba pasajeros. Así es. Te subes a un tren y no recorres mundos, sino que los encuentras.















 

 

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