Eduardo Francisco Costantini: “El arte dignifica al ser humano”
Ianko López
Comenzó a comprar arte hace más de cuatro
décadas y hoy, con 76 años, es uno de los coleccionistas de arte
latinoamericano más importantes. Hablamos con el argentino Eduardo Francisco
Costantini, fundador del museo Malba de Buenos Aires y premio al Coleccionismo
de la última edición de arteba.
Si existe algo así como la Mona Lisa de Latinoamérica, por su importancia en la historia del arte del continente, su valor artístico y su poder icónico, ese es Abaporu, un cuadro pintado por la brasileña Tarsila do Amaral en 1928. El empresario argentino Eduardo Francisco Costantini (Buenos Aires, 1946) lo compró en 1995 por un millón y medio de dólares, pero las estimaciones actuales sobre su valor multiplican ese importe por 30.
Cada año miles de turistas acuden desde Brasil al Malba –el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires–, que lo exhibe y custodia, para rendirse ante su aura. Pero no se trata de la única joya que alberga este centro de arte, que el propio Costantini fundó y dotó en 2001: las más de 200 piezas de su donación llevan firmas como Frida Kahlo, Diego Rivera, Wifredo Lam, Roberto Matta o Joaquín Torres García, la élite del arte latinoamericano del siglo XX.
Costantini, que ha amasado una de las mayores fortunas de su país gracias al negocio de la construcción, lleva unas cuatro décadas convertido en un coleccionista de referencia. Hace seis años la fundación ARCO, (Madrid) le otorgó a Eduardo Francisco Costantini su premio “A” al coleccionismo, coincidiendo con una exposición de piezas representativas de su colección en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que comisariaba la crítica y académica española Estrella de Diego.
Y este año otra feria de arte, arteba, la más importante de Argentina, que se ha celebrado en Buenos Aires entre los días 1 y 3 de septiembre, lo ha elegido como receptor de su primer Premio al Coleccionismo. Costantini me recibe aún prácticamente con el galardón bajo el brazo, sin demasiada ceremonia, en su despacho de presidente honorario del Malba –una estancia cómoda y luminosa pero relativamente modesta–, y cuando le doy la enhorabuena se limita a afirmar que recibirlo fue “muy lindo y emocionante”.
Muchos coleccionistas donan obras, pero ¿por qué tuvo usted la idea de crear todo un museo para exponer las suyas?
Ya tenía la idea de donar la colección, pero al principio pensaba hacerlo
después de mi muerte. Sin embargo, como desarrollador inmobiliario vi este
terreno que se vendía, y me dije: “Este es un lugar único que jamás se va a
producir de nuevo, en una zona neurálgica de Buenos Aires, rodeado de otros
museos. Es lo que tengo que hacer”. Después me deprimí y tuve sentimientos
encontrados durante una semana, porque sentía que era un muerto en vida. En mi
cabeza había hecho la asociación de ideas de la donación y la muerte, lo que
realmente es una estupidez. Enseguida me di cuenta de que era todo lo
contrario, de que un museo es vida. La gente lo hace vibrar, la comunidad y sus
actividades hacen del arte algo mucho más potente y enriquecedor que cuando
tienes las obras en la pared de tu casa.
Antes incluso que este premio de arteba, usted ha recibido el premio al coleccionismo de la feria ARCO y ha expuesto en algunas ocasiones su colección en Madrid. ¿Tiene una relación particular con España?
Uno tiene un amor natural a España, por toda la historia de ambos países. Nosotros, los argentinos, admiramos España porque estamos en un país lamentablemente muy inestable y vemos en España un ejemplo de instituciones, de orden y seguridad. Y eso por no hablar de lo que se refiere al arte. Yo a España la tengo categorizada como un modelo deseable para mi país.
Ya que hablábamos de la situación argentina, en España ha llamado mucho la atención la figura de Javier Milei, que triunfó en las primarias a la presidencia de Argentina…
Diría primero que el surgimiento de Milei es sintomático del fracaso de la política en Argentina, que no ha dado respuesta a las necesidades de la población, necesidades como la estabilidad económica, el empleo, la educación, etcétera. La gente, decepcionada, se abraza a un líder, entre comillas, que está en contra de la política. Esas figuras surgen cuando los dirigentes políticos no ejercen su responsabilidad con honestidad en los cargos que tienen. Por otro lado, generan una sensación de inseguridad porque no tienen la madurez necesaria para dirigir un país. En tercer lugar, Milei, por su ideología, es un libertario que anula el rol del Estado de cuajo y que propone soluciones utópicas.
La cuestión es que Milei se presenta con un programa que al menos en España percibimos como cercano a esa extrema derecha que también ha surgido con ímpetu en los países europeos. Entre sus propuestas está la de eliminar las ayudas a la cultura y el propio ministerio. ¿Cree que eso es un peligro para la creación y la cultura en general?
Javier Milei dice que el Estado no debería intervenir en el mundo de la cultura. Sería libre en cuanto a las expresiones culturales, pero le daría el mínimo apoyo económico para reducir los gastos del Estado. Así que él diría: “Si quieres un museo, hazlo, pero con gestión privada”. Pero no es una persona autoritaria o que vaya en contra de la libertad; al contrario, dice que está a favor de la máxima libertad. Por otro lado, hay que decir que la población argentina estaba muy desesperanzada de la política, Milei ha hecho que un porcentaje importante de la población, equivocadamente o no, crea que una persona va a traer una solución política. Pero esto es algo general: hay una parte muy importante de la población que está desencantada de la política y no cree en las instituciones, y eso es peligroso, ¿no es cierto?
¿Cree que la cultura puede y debe sobrevivir sin la financiación y protección del Estado?
No, yo creo que el Estado tiene un rol. Es un tema de dosificación. Porque también el sector privado tiene una responsabilidad en la cultura, como la tiene en otras áreas, incluida la salud o la investigación. Así que ambos tienen esa responsabilidad, y la idea es encontrar el equilibrio. Creo que no debemos ser dogmáticos al respecto.
Lo interesante es que usted plantea esto en términos de obligación, de deber moral.
Sin duda. El ser humano tiene un rol social que debe ejercer. En la cultura latina se nos enseña que todo se cierra dentro de la familia, como en las familias patriarcales italianas que se ven en las películas de mafiosos, donde uno mata a 10 personas pero después reza a la Virgen y se sienta a comer con toda su familia y ya está todo bien. Yo creo que la cultura latina trae ese problema de que no nos sentimos tan obligados con la sociedad como con nuestra familia, y eso es algo que se refleja también en la ley, que dice que estás obligado a legar dos terceras partes de tu patrimonio a tu familia, aunque te lleves a las patadas con tu hijo, por ejemplo. Mientras, la cultura anglosajona te da la independencia de decidir a quién dejar tu patrimonio. Esa cultura da más importancia a lo social. Y en Estados Unidos si eres millonario está hasta mal visto que no formes parte de instituciones y dones dinero. Esa actividad es la que habría que promover más en Argentina. Aquí, si compras 10 autos de lujo o donas el dinero a un hospital o a un museo, fiscalmente es lo mismo. Así que no hay incentivos fiscales. Y creo que esto está mal. El sector privado en el capitalismo tiene mucho dinero, así que ha de promoverse la inversión privada que complemente la inversión pública.
Lorca y García Márquez, entre otros, dijeron que ellos escribían para que los quisieran. ¿Para qué colecciona usted?
Yo colecciono porque amo el arte. Y después porque le encontré un sentido social que ya no puedo evitar. Cuando compro una pieza ya la imagino exhibida. Hay obras que compro sin verlas, y que incluso cedo a instituciones para que se expongan antes de haberlas visto. Mi cabeza ya es doble, tiene una dimensión personal y otra institucional.
¿Cuándo y por qué decidió empezar a coleccionar?
Resultó algo totalmente espontáneo, sin estrategias. Yo tenía veintipocos años, iba camino de una heladería y me topé con el escaparate de una galería de arte. Entré, y como no tenía dinero, compré dos obras a plazos. Nadie en mi familia coleccionaba. Pero desde ese momento seguí comprando otras esporádicamente. Y con el tiempo fui dándome cuenta de que estaba convirtiéndome en un coleccionista. Aunque aquella primera compra fue a finales de los años sesenta, fue desde la década de los ochenta cuando todo empezó a encauzarse.
Muy pronto decidió especializar su colección en piezas icónicas del arte latinoamericano. ¿Por qué motivo?
Primero, obviamente, porque soy argentino. Y por tanto latinoamericano. Me pareció que el alcance de la colección se enriquecía juntando los artistas más importantes de la región latinoamericana a la que Argentina pertenece. Los países latinoamericanos tienen problemáticas similares, aunque haya también grandes diferencias entre ellos, así que esta opción me parecía la más interesante y coherente. Además pensé, con ojo estratégico, que la colección tendría más visibilidad juntando grandes obras de los grandes maestros del arte latinoamericano. Aunque fue un largo camino que, como todo proyecto bien hecho, se fue definiendo con el tiempo.
¿Y cómo ha evolucionado desde entonces su relación con el arte y con la propia actividad de coleccionista?
Ha sido un proceso de menos a más. El coleccionismo es como una construcción en la que se va agregando obra, nunca retrocediendo, siempre acumulando, y a través del tiempo te vas dando cuenta de que esa colección adquiere un valor cultural, artístico, social. Y luego vino la idea de donarla a una institución, que en principio iba a ser pública, aunque después llegué a la conclusión de que era mejor crear una privada con arte latinoamericano. La idea era que la colección le diera una identidad clara y una fortaleza. El coleccionista se convirtió entonces en guardián del museo, y el sentido del museo era promover el arte latinoamericano y atraer público
¿Y el museo, el Malba, ha evolucionado con usted?
Pronto empezó a haber préstamos e intercambios con otras instituciones provinciales, nacionales e internacionales, y al mismo tiempo se fue articulando un programa con literatura, un festival de cine, educación y se fue reforzando el coleccionismo con el programa de adquisición, la asociación de amigos, el board… La evolución en estos más de 20 años ha sido vertiginosa. Por cierto, ahora estamos además abriendo una segunda sede de Malba.
Si no me equivoco, se trata de un proyecto del arquitecto español Juan Herreros, autor de centros como el museo Munch de Oslo. ¿Cuándo está previsto abrirlo?
La previsión es abril de 2024. Se llamará Malba Puertos, se ubicará en la
provincia de Buenos Aires, y estará más destinado a arte contemporáneo.
¿Cree que el arte puede servir para mejorar cosas socialmente, que puede cambiar el mundo o las mentes?
Se suele criticar a quienes pensaban que el arte podía cambiar el mundo y no lo
ha hecho. Como toda expresión humana, tienes arte que es totalmente aséptico, y
luego tienes arte que es político, y arte que sin ser tan político tiene un
mensaje o una querencia idealista o armónica. En todo caso, creo que el
arte dignifica al ser humano. Y los museos son como un templo laico de la
posmodernidad. Nosotros damos un sentido aséptico al Malba. Aceptamos cualquier
posicionamiento siempre que se trate de buen arte. No tomamos posición alguna.
Si bien el arte latinoamericano se ha difundido mucho internacionalmente en los últimos años, en parte por la acción de coleccionistas bien posicionados como usted, no ha sucedido lo mismo con el arte español, que ha conocido mejores tiempos en cuanto a notoriedad fuera de nuestras fronteras. ¿A qué cree que se debe esto?
Eso yo no lo puedo juzgar, porque no sé cuánto difunden el arte español los
españoles. Pero creo que el arte español debe tener mucha más visibilidad que el
nuestro, aunque haya crecido menos. Ustedes tienen el artista más importante de
la modernidad, que yo sepa. ¿O no?
Puede ser, si habla de Picasso, pero ya hace más de un siglo de sus mayores logros.
Lo cierto es que tampoco conozco mucho el arte contemporáneo español…
Ahí lo tiene. Quizá eso ya sea indicativo.
Ya. En realidad, tampoco soy un gran conocedor del arte contemporáneo global.
Soy desarrollador inmobiliario, y el Malba me ocupa también tiempo, y el
coleccionismo latinoamericano... Así que no puedo abarcarlo todo.
¿Qué papel debe cumplir el coleccionista en el ecosistema del arte, con relación a otros agentes como artistas, críticos o galeristas?
La primera función del coleccionismo es ser receptor de obras valiosas, de una
riqueza artística y preservarlas a través del tiempo. Luego el coleccionista
–aunque no lo hagan todos– presta las obras a instituciones que las exponen
públicamente: esto es poner a disposición del público una obra de arte, que
tiene de por sí una dimensión pública. Después están las donaciones, porque
muchas obras terminan así en manos de instituciones que las exhiben
permanentemente, salvo por las restricciones de espacio. El coleccionista, como
tiene amor por el arte, dona obras y dinero, anima las ferias de arte y
promueve el arte. Y sostiene a los artistas a través de sus compras.
¿Cree entonces que existe un papel social del coleccionista?
Sin duda. No para todos, porque algunos hacen del coleccionismo un acto
meramente individual, egocéntrico. No prestan nada, ocultan las obras… de
pronto ves una obra que estaba desaparecida desde hace 30 años y reaparece
porque la persona muere y se pone en el mercado. A mí me ha pasado.
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