Cuando Camilo José Cela apuñaló un cuadro de Miró (y todo lo que pasó después)
El 25 de diciembre de 1983, Joan Miró falleció en Palma de Mallorca. Nacido en Barcelona, el pintor siempre mantuvo una relación muy estrecha con la isla, de la cual eran naturales su madre y abuelos. De hecho, después de residir en la Ciudad Condal, París y Normandía –en muchos casos no por gusto, sino obligado por la coyuntura histórica y bélica de la primera mitad del siglo XX—, Miró decidió establecerse en Mallorca junto a su esposa, Pilar Juncosa, porque allí no era más que "el marido de la Pilar".
Esa situación no tardaría en cambiar. El éxito internacional del pintor hizo que la presencia de Miró no pasase desapercibida a los lugareños. Además de periodistas, curiosos y equipos de televisión que visitaban al artista, en 1954 comenzó a erigirse en la isla un nuevo taller para Miró proyectado por Josep Lluís Sert, amigo del pintor y que, por cuestiones políticas, llevaba veinte años inhabilitado para ejercer en España. Cinco años más tarde, aprovechando el dinero del Guggenheim International Award, Miró compraría también Son Boter, una antigua casa Mallorquina aneja a su residencia, Son Abrines.
En definitiva, a principios de los años 60, la presencia de Miró en Mallorca no pasaba desapercibida y muchos de los que por allí iban hacían lo posible por frecuentar la compañía del artista. Entre ellos, Camilo José Cela que, en 1954 se había afincado junto a su esposa e hijo en Mallorca, isla en la que había puesto en marcha Papeles de son Armadans, revista literaria en la que dio espacio a muchos de los escritores españoles exiliados tras la guerra como Max Aub, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre.
Durante años, Cela había insistido a Miró para que lo fuera a visitar a su casa del barrio de Bonanova, pero no sería hasta 1972 cuando el pintor aceptase finalmente la invitación. El día del encuentro, Cela llevó a Miró a su despacho y le mostró un cuadro, supuestamente del artista y que, decía, había comprado.
Nada más ver la tela, el pintor declaró que era falsa. Entonces, el escritor “se levantó bruscamente y agarró un cuchillo de encima de la mesa. Miró se sobresaltó, quizás temiendo por su vida, y casi ni se atrevió a abrir los ojos mientras el escritor, con gesto decidido y a grandes pasos, se iba hasta el cuadro, hendía de arriba abajo, lenta y dramáticamente, hasta dejarlo completamente mutilado”, recordaba Camilo Cela Conde en su libro "Cela, mi padre."
Según escribía Manuel Vicent desde el primer momento Cela sabía que el Miró era falso. Entre otras cosas, porque en los años 50, junto a González Ruano y Manuel Viola, Cela había tenido la ocurrencia de vender a algunos incautos cuadros falsos pintados al estilo de otros autores. Una de esas telas que se habían quedado sin colocar, la conservó Cela y fue esa la que le mostró al pintor catalán.
Tras esa espectacular e impostada reacción, Rosario Conde remendó la tela y el pintor se la llevó consigo a su taller. Allí la retocó añadiendo motivos de su propia creación y escribió una dedicatoria en el reverso que decía: “En memoria de una falsa tela apuñalada que dio nacimiento a una tela auténtica. A C.J.C. Su amigo Miró. 23-VIII-1972”.De esta forma, el falso Miró pasó de no tener ningún valor a ser una pieza cotizada por su rareza y peculiar historia que, sin alcanzar los precios de las obras convencionales del catalán, fue tasado en 120 o 150 millones de pesetas (700.000 y 900.000 euros, respectivamente).
En todo caso, el verdadero valor del Miró era el sentimental. Por eso, cuando Camilo José Cela se divorció de Rosario Conde para casarse con Marina Castaño, el matrimonio decidió donar el Miró a su hijo, entendiendo que era el objeto más relevante de la que había sido su vida en común. Poco después de recibirlo, Cela Conde acudió a las galería de arte mallorquinas para que tasasen la obra y tener así una base cierta sobre la que negociar la venta del cuadro.
Bien por tener conocimiento de estos intentos de venta, bien por los enfrentamientos que Cela tuvo con su hijo tras el divorcio de su esposa, lo cierto es que el escritor revocó la donación y, en 1995, exigió la devolución del cuadro alegando “ingratitud”, lo que fue desestimado por un juzgado de Palma de Mallorca en 1996.
El fallo no mejoró la relación entre Cela y su hijo, por lo que ya el por entonces Premio Nobel decidió sacar de su herencia a Cela Conde en la medida de lo posible. Habida cuenta de que no había razones para desheredarlo, consideró que con la entrega del Miró rasgado ya estaba suficientemente pagado en lo que a la legítima se refiere, algo con lo que Cela Conde no estaba de acuerdo.
Tras el fallecimiento del escritor y la lectura de su testamento, Cela Conde mostró su desacuerdo e intentó iniciar una ronda de negociaciones; pero “No hay nada que negociar. ¿Que no están de acuerdo? Cuando uno no está de acuerdo con el testamento de su padre, tiene varias vías: o aguantarse o emprender acciones legales. No podemos decir otra cosa. ¿Negociar nosotros sobre una cosa que es la voluntad del testador? Sería un insulto al propio Camilo”, declaraba un abogado a principios de 2002.
En febrero de 2002, la Agencia EFE informaba que el famoso Miró estaba colgado en la galería italiana Cortina d’Ampezzo a la espera de comprador.
Una vez metidos en juicios, Cela Conde entre aguantarse o emprender acciones legales sobre el testamento de su padre, optó por lo segundo e impugnó el testamento, argumentando que el Miró rasgado no cubría la parte de legítima herencia porque el patrimonio del Nobel era mucho mayor de lo declarado.
Después de varios años de pleitos, en 2014 la Audiencia de Madrid ratificó la resolución de Primera instancia favorable a Cela Conde. En ella se establecía que la cantidad que le correspondía ascendía a más de cinco millones de euros.
Del Miró rasgado, sin embargo, nunca más se ha sabido.
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