La
muerte del tigre
Rolando Hanglin
'Es un sentimiento que anida en nuestra perversa naturaleza. ¿Qué podemos hacer si nacimos así, como somos, auténticos monstruos?'
Borges escribió mucho sobre el tigre. Animal que lo
fascinaba. En un inolvidable poema se refiere a su infinita energía, encerrada
tras los barrotes del Zoológico de Palermo, una cierta mañana de los años 60. En
realidad, todo el que tenga ojos para ver contemplará admirado la belleza fatal
del tigre, síntesis de fuerza y color, frente a la cual los seres humanos nos
sentimos incurablemente feos y despatarrados.
¿Qué es un tigre? Es el más grande de todos los
felinos, la fiera asiática por excelencia, y disputa su trono al león, el rey
de los animales, que está dotado de una envidiable corona de pelo y disfruta de
privilegios supremos. El famoso tigre de Bengala, también conocido como
panthera tigris tigris, tigre indio o tigre real, es una subespecie que habita
en India, Nepal, Bangladesh (la antigua Bengala), Bhutan, Birmania y Tíbet. Se
adapta a todo tipo de ambientes, incluyendo los bosques tropicales y las
cumbres nevadas. Su pelaje es de color amarillo o naranja surcado de bandas
negras, aunque existe una mutación de color blanco. Es el animal nacional de
India y Bangladesh. La longitud del lomo de los machos alcanza los tres metros.
Las hembras son un poco más chicas. Se trata de un animal solitario que recorre
sus dominios (un territorio establecido) defendiéndolos de otros machos. Cada
tigre es dueño de un área donde viven varias hembras, con las que se aparea
alternativamente. Se ha verificado que, en libertad, el 25% de los tigres
machos pierde la vida en combates territoriales. En cambio, la hembra cría a
sus cachorros y les enseña a cazar. Pero se ha comprobado que, en ocasiones,
muerta la madre, el macho se encarga de cuidar a los cachorros. Como todo carnívoro predador, el tigre mata y
devora a otros animales, empezando por las vísceras. Es capaz de atrapar a
todos los habitantes de su entorno, desde un pavo hasta un búfalo, pasando por
otras fieras que rivalizan en ferocidad, como el leopardo.
Cuando fuimos chicos de escuela, el prestigio del
tigre nos llegó -más que por Borges- a través de Emilio Salgari, autor de Sandokán,
el tigre de la Malasia y la gran saga de aventuras ambientadas en
Sumatra y Java. Si no recordamos mal, el filibustero malayo, o su socio el
portugués Yáñez, arengaba a sus corsarios al grito de "¡Adelante, mis
tigrecillos!"
Después hemos visto tigres, en el zoológico, en el
circo, en el cine. Siempre nos pasó lo de Borges: la majestad del paso, la
elegancia del color, la serena energía de la fiera, nos produjo algo entre el
respeto y el estupor. Los machos más grandes pesan casi 300 kilos.
No era
normal, entonces, que un tigre de estas dimensiones circulara, libre e
inquieto, por las calles de Paso Viejo, localidad cordobesa cercana a Cruz del
Eje, con una vida somnolienta para sus 2000 habitantes. Cosa que sucedió el
jueves pasado. Los vecinos quisieron atraparlo con
una soga, pero como la fiera (de unos 200 kilos) se mostraba nerviosa, no
encontraron nada mejor que llamar a un policía retirado del pueblo, que vino
con su escopeta y lo acribilló.
Vemos la foto absurda del magnífico animal, tendido
en la calle. Leemos las dolidas declaraciones del intendente, llamado Luis
Andrade: "Me molestó verlo muerto, porque soy ferviente defensor de los
animales, pero estaba de por medio la seguridad de las personas. Quisieron
enlazarlo y no pudieron".
Resulta lógico sentir temor ante un tigre en
libertad, y además responde al instinto básico del hombre: todo bicho salvaje,
peligroso o no, debe ser encarcelado y/o asesinado. Es un sentimiento que anida
en nuestra perversa naturaleza. ¿Qué podemos hacer si nacimos así, como somos,
auténticos monstruos?
Recuerdo una tarde, hace más de 60 años, en el
campito que estaba junto a mi casa, en Ramos Mejía. Había en ese potrero
(Avellaneda 96, casi esquina Belgrano, donde hoy se alzan torres y bancos) una
linda higuera de higos verdes. Aquel día apareció, trepado a la higuera, un
gato amarillo que no era del barrio. Al menos, no lo teníamos visto.
Nuestra reacción -éramos un angelical grupo de
niños con la pelota bajo el brazo- fue tirarle piedras. No pudimos acertarle.
Nos quedamos mirándolo, intrigados. Era un gato forastero y, como lógica
consecuencia de la lluvia de piedras, no pensaba bajar de la higuera. Uno de
los chicos descubrió algo extraño en aquel lindo gato capón.
- ¡Está rabioso! - exclamó.
En aquellos tiempos se hablaba mucho de los perros
y/o gatos rabiosos. Aseguraba la leyenda que echaban baba por la boca. Nadie
nos había enseñado nada sobre los síntomas y peligros reales de la hidrofobia.
Era un fantasma.
Y de cualquier modo, a los niños nos excitaba la
idea de que alguien matara a un animal o persona, ante nuestra vista.
- ¡Vamos a llamar al coronel!
Porque en nuestra cuadra, como en cualquier cuadra
de clase media, había un coronel. Un hombre de pelo blanco, alto, con la frente
despejada, muy serio y reservado.
Increíblemente, anoticiado de que en la higuera
había un gato rabioso, el coronel vino al campito, callado y heroico, pistola
en mano. Apuntó al gato con serenidad. Nosotros lo mirábamos fascinados y en
silencio. Se escuchó el tiro y el animalito cayó, golpeando contra las ramas.
De pronto lo tuvimos a nuestros pies, agitando las
manos, como tratando de sacarse la bala. Murió enseguida. Lo llevamos al borde
del potrero para empezar nuestro partido de todas las tardes. Nadie dijo nada.
El coronel, sin decir una palabra, había regresado a su casa.
No era una
partida de caza de Ernest Hemingway, pero a todos nos marcó. Habíamos matado a
un inocente gato faldero, que sin duda pertenecía a una señora del barrio. Y su
muerte, tan chiquita, tan intrascendente, al fin y al cabo se parece bastante
al triste fin del tigre de Paso Viejo
Diario La Nacion. Buenos Aires. Argentina.
La noticia que motiva el texto de Rolando Hanglin:
'La aparición de un tigre de bengala suelto en la
localidad cordobesa de Paso Viejo causó estupor entre los vecinos. Ante
la situación, un policía retirado lo ultimó con su escopeta. La decisión tuvo,
sin embargo, una derivación inesperada ya que la fiscal de Cosquín María
Alejandra Hillman, investiga la muerte del animal, informó que procurará establecer si se le disparó al animal
"en legítima defensa".La magistrada
dispuso el secuestro de la escopeta para ver si estaba"autorizado
para la portación" y
si el arma estaba registrada. Hillman, a su
vez, sostuvo que está trabajando para "verificar si se dieron las
circunstancias y condiciones" como para que se justificara que los vecinos
de la zona lo mataran, lo que significaría que fue "en legítima
defensa", puntualizó. Eso sería "causal de absolución", dijo,
sino el autor de los disparos podría ser sancionado según la denominada Ley
Sarmiento que pena el maltrato animal.También dio
intervención a la "Secretaría de Ambiente de la provincia" para que
se "aboque a investigar" el origen del animal, ya que "está
prohibida la tenencia de fauna silvestre sin la autorización correspondiente".La fiscal
sostuvo que "aparentemente" al tigre
"lo tenían en calidad de mascota", ya que
"estaba bien cuidado y alimentado".
Si fue así,
puntualizó, "evidentemente" fue víctima de tráfico de animales, ya
que son especies que sólo las tienen en forma legal entidades autorizadas como
los zoológicos.'
Miss Musa.