El Papa latinoamericano: de Bergoglio a Francisco
MIGUEL ÁNGEL BASTENIER
En este 2014 en el que
siete presidentes latinoamericanos serán elegidos y otros dos asumirán el cargo
para el que fueron votados el pasado año, hay, sin embargo, un presidente in
pectore de toda América Latina: el Papa de Roma, cuyo tránsito inicial ha despertado
enormes esperanzas en el mundo entero y no solo en esa familia de entre 1.100 y
1.200 millones de fieles que la
Iglesia computa como suyos. Jorge Mario Bergoglio, como se llamaba antes de acceder al
solio pontificio con el nombre de Francisco, ha entusiasmado por su talante,
sencillo, directo, nada euro-céntrico, dispuesto a combatir la corrupción
vaticana y el derroche de una Iglesia que un día se concibió como amparo del
necesitado. Pero la carga de profundidad implícita que comportaba su elección
en marzo pasado va dirigida a América Latina.
Los Países Americanos
reúnen todavía hoy el mayor acopio de católicos –o mejor diríamos ¿bautizados?-
del planeta. De sus 540 o 550 millones de habitantes, de los cuales dos
terceras partes hablan español y el resto, portugués, entre un 75% y un 80%
permanece dentro de la Iglesia
de Roma, cuando hace solo medio siglo era bastante más del 90% . El grueso de esa diáspora de la fe se ha convertido a
una u otra secta del protestantismo pos-calvinista norteamericano, los
llamados ‘evangélicos’. Y el Vaticano, por
fin, ha hecho cuentas y entendido donde tiene que poner toda la carne en el
asador, si quiere hablar con voz normativa en el emergente mundo
latinoamericano.
El Papa Francisco no parece especialmente interesado en modificar
el dogma y la enseñanza secular de la Iglesia , pero le está dando una nueva imagen a la
institución y, sobre todo, parece empeñado en reformar la manera en que opera y
está dirigida, para hacerla más inclusiva y acorde con su vitola pastoral. Todo
ello se traduce en América Latina en un esfuerzo por contener y sajar la
hemorragia de conversiones a una variedad de iglesias milagreras, propensas al
‘happening’ cristológico.
Esa penetración del protestantismo afecta tanto a la América andina y caribeña
como mesoamericana o mexicana, y aunque está presente en todas las capas de la
sociedad, recluta gran número de seguidores entre la población no blanca, como
negros, indígenas y racialidades intermedias. Lo que podría ser su mayor cabeza
de puente probablemente hay que buscarla en América Central, donde la
desigualdad y el dominio político-económico del ‘criollato’, han sido, junto
con Colombia, excepcionalmente visibles. En Guatemala, donde ya existen
evangélicos de tercera o cuarta generación, hay quien fija entre un 40% y 50%
el número de adeptos a estos credos. La Iglesia católica maneja la cifra más modesta de
un 25%, lo que es perfectamente compatible con lo anterior porque, al igual que
en otros países centroamericanos, es normal la ‘doble contabilidad’, o que un
mismo feligrés aparezca en los cómputos del catolicismo en el que nació, y en
el de los hermanos de una u otra doctrina, sin que por ello haya sido dado de
baja en la fe originaria. Guatemala ha tenido ya dos presidentes evangélicos,
el general Ríos Montt, por medio de un golpe, y en elecciones, el converso,
también dado a tentaciones golpistas, Jorge Serrano Elías, y se está
produciendo una penetración que toca a lo más central del poder, el Ejército,
institución donde no funcionan tanto, como entre la aristocracia económica y
burocrática, los criterios de exclusión por motivos raciales. Asimismo, debería
retener el mayor interés papal, Brasil, que con más de 140 millones todavía es el país con más
católicos del mundo, pero la Iglesia de Roma experimenta una hemorragia de
proporciones amazónicas, con
lo que hoy no habrá más de un 70-75% de bautizados.
Bergoglio tiene también
una cierta conversión personal pendiente. Puestos a elegir un Papa periférico,
los 120 electores se decantaron por el menos iberoamericano de la tribu, un
italo-argentino, que es como decir el mínimo común denominador de lo
latinoamericano. Pero el Papa ha elegido, significativamente, para ejercer su
ministerio un patronímico tan universalmente español como Francisco. Estamos
ante un proceso de latinoamericanización, que en Argentina resulta menos
evidente porque su número de ciudadanos de descendencia no-europea no pasa del
10%. Por todo lo anterior, el desarrollo de la imagen papal estará probablemente
orientado a ir dejando progresivamente de ser Jorge Mario Bergoglio para
encarnarse en el Pontífice Francisco.
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