‘Liberté, égalité, infidélité’
MIGUEL MORA
Diana de Gales asiste en 1994 junto al ex presidente francés, Valery Giscard, al teatro en el Palacio de Versalles.
Los franceses, que tienen fama de protestar por todo, aceptan
sin mayores problemas que hay una relación natural y afrodisíaca entre
el poder y el sexo. Y creen que si el sexo viene con un poco de
libertinaje, peligro y misterio, tant mieux! Lejos del puritanismo anglosajón,
de la mojigatería española y del falso moralismo italiano, muchos presidentes
franceses han sido grandes tombeurs de femmes (seductores) desde que nació la I
República en 1792.
Esa costumbre libertina, que unos juzgan sana, moderna y
liberal, y otros imperial y machista, ha sido a veces silenciada a conciencia y
con medios ilícitos, y otras veces ejecutada torpemente y sin la necesaria
discreción. Pero siempre ha sido tolerada por el pueblo y ha llegado intacta
hasta hoy mismo.
Ahora, el muy impopular François Hollande ha
sido cazado por una revista traicionando a la aún menos popular primera dama
con una actriz 18 años más joven que él. Y se ha visto que la actitud de
tolerancia hacia la vida privada de los gobernantes cuenta con numerosos y
apasionados defensores en Francia
Dominique Wolton, investigador emérito del Centro Nacional
de Investigaciones Científicas (CNRS) y autor del libro Indisciplinado. La comunicación, los hombres y la política (Odile
Jacob, 2012), es uno de ellos: “¡Es la vida, amigo mío, la historia del
mundo!”, comenta. “Pasa en todos sitios, pero quizá en Francia se tolera más
porque somos algo más libertinos, algo más laicos y algo menos hipócritas que
otros. La tradición de respeto a la vida privada es así, aquí todo el mundo
defiende la libertad individual. La transparencia anglosajona es lo peor, un
ramalazo de hipocresía insoportable. Nosotros separamos vida privada y vida
pública, y eso es una prueba de libertad. ¿Que el presidente engaña a su pareja
con una amante? ¡Muy bien! Todo el mundo lo hace. ¿Si eso puede implicar que
engaña también a los franceses? ¡Qué tontería! ¿Engañaría usted más a sus
lectores si tuviera una amante que si no la tuviera?”. Aclarado el elevado principio
filosófico, veamos qué dice la agitada microhistoria íntima y sentimental del
Elíseo.
El repaso empieza por el emperador y presidente-príncipe,
Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III. Fue un fornicador implacable, una
especie de Dominique Strauss-Kahn con corona. Llegó soltero al Elíseo, como
Hollande, pero en 1853 se casó con la belleza granadina Eugenia de Montijo, lo
que no le impidió tener amantes a mansalva. La lista incluye a Miss Harriet
Howard, que financió su campaña presidencial en 1848; a Pascale Corbière, ama
de cría de sus hijos naturales, y a Virginia Oldoini, condesa de Castiglione y
célebre cortesana italiana. Para no ser observado por sus empleados —la moto y
el casco aún no se habían inventado—, Napoleón III mandó construir un pasadizo
secreto desde la sacristía del Elíseo hasta un hotelito cercano donde retozaba
con la “deliciosa”, dicen las crónicas, Louise de Mercy-Argenteau.
Félix Faure fue llamado el Presidente Sol. Poco interesado
en la política, pasó a la historia por la imbatible puesta en escena: finos
trajes, abrigo entallado, cuerpo de deportista, y calesa de seis caballos
seguida por pelotones de coraceros. Su esposa, Berthe, era obligada a caminar
20 pasos detrás de él. El 16 de febrero de 1899 Faure murió felizmente en el
salón azul del Elíseo, agarrado al corsé de la mundana Marguerite Steinheil.
Los diarios y chansonniers se permitieron algunas bromas. La mejor, de
Clemenceau: “Quiso vivir como César y murió como Pompeo (Pompée, en argot, es
felación)”. La dama se ganó el apodo de pompe funebre.
Gaston Doumergue también llegó soltero al cargo, y también
se casó, a los 68 años, en 1931, cuando faltaban 12 días para el fin de su
mandato. Hasta Sarkozy, fue el primer presidente realmente republicano en abrazar
el sacramento que Hollande considera anatema. La rica viuda sureña Jeanne Marie
Josephine Gaussal, amor de infancia, fue la elegida. La prensa no publicó una
línea sobre el evento: la vida doméstica de los presidentes era cosa suya. Pero
el deseo de privacidad de Doumerge fue vano. Al salir, el personal del Elíseo
les esperaba para regalarles flores. Sorprendido, Gastounet preguntó cómo lo
habían sabido. “Por la Embajada de Inglaterra”, le dijeron. Como ahora, los
británicos se interesaban más por las intimidades francesas que los franceses.
Valéry Giscard-d’Estaing, gran amante
de las amantes y los diamantes —de Bokassa—, acabó con el aura de inocencia de
los jefes del Estado. En septiembre de 1974, el apuesto VGD sufrió un
inoportuno accidente de coche mientras regresaba de una cacería nocturna ya de
mañana. Policía, bomberos y médicos fueron enviados al lugar del choque y
hallaron al presidente visiblemente piripi, a bordo de un Ferrari que le prestó
Roger Vadim, y en compañía de la bella actriz, argelina de nacimiento, Marlène
Jobert —aunque esto jamás se confirmó—. Giscard embistió la camioneta de un
lechero que empezaba su día de trabajo, y este, furioso, le tocó la cara. Por
supuesto, la prensa no violó el pacto de silencio y no hizo sangre con tan
privada y ejemplar aventura. En 2009, el académico Giscard publicó una sabrosa
novelita, La Princesse et le Président, que narra el idilio entre un académico
y presidente francés... y Lady Diana Spencer.
En 1981 llegó el turno del socialista François Mitterrand,
y la revista de extrema derecha Minute lo festejó publicando que tenía una hija
secreta de siete años, Mazarine, con una amante secreta y estable, Anne
Pingeot. Los medios pasaron 13 años sin rozar la historia, quizá porque
Mitterrand ordenó pinchar un centenar de teléfonos para evitarlo. En 1994,
Paris Match publicó una foto del presidente conocido como La Esfinge saliendo
de un restaurante con su hija bastarda. El paparazi es el mismo que tomó la
foto a Hollande en la calle du Cirque: Sébastien Valiela. La leyenda dice que
Mitterrand autorizó la foto porque quería reconocer a su hija. En 1996,
Mazarine y su madre asistieron al funeral junto a la familia legítima. Todo muy
sobrio y civilizado —pero con los teléfonos pinchados—.
Su sucesor, el viril y campechano Jacques Chirac
(1995-2007), único presidente condenado aparte de Pétain, ha tenido una vida
larga y plena de romances poco o nada secretos, según ha asumido incluso la que
ha sido su esposa durante cerca de medio siglo, Bernadette. La lista, que no
cabe en esta página, es más digna de un playboy que de un estadista. Y solo se
encuentra en las webs de la prensa rosa.
Nicolas Sarkozy (2007- 2012) fue el primer presidente
macarra de Francia: mediático hasta el mareo, se inspiró en Silvio Berlusconi
para utilizar su vida privada y su alma de hormiga atómica como armas
políticas. Se dejó filmar a placer correteando en sudadera sudada; veraneó en
yates prestados; amó los relojes grandes; convirtió a su primera mujer,
Cécilia, en agitadora electoral y vicepresidenta; intentó zanjar su crisis
conyugal por sms (“si vuelves, cancelo todo”), y nombró primera dama (“lo
nuestro va en serio”) a la viajada cantante y modelo Carla Bruni, llenando el
palacio de un inédito tufo bling bling
(vulgar)
Hollande (2012-?), soltero, padre de cuatro hijos, alias
Flamby, desalojó a Sarkozy del trono prometiendo que sería un presidente normal
y cumplió su palabra al dejarse retratar in fraganti cuando visitaba a la
actriz Julie Gayet, 18 años más joven que él, montando de paquete en un escúter
oficial y ataviado con un casco estilo Daft Punk. Al enterarse, la primera
dama-concubina, la guapa y dominante periodista Valérie
Trierweiler —conocida por la plebe como Rottweiler—, sufrió un coup de
blues (síncope de tristeza) e ingresó de urgencia en La Pitié. Nueve días
después, sigue allí. Ante 500 periodistas, Hollande fue preguntado un par de
veces por el asunto, y dijo: “Francia es un país de gran libertad y eso es
bueno. Y hay también, no como en otros países, respeto a la vida privada y a la
dignidad”. Ayer se supo que “François Casanova”, según le ha bautizado Frédéric
Mitterrand, llevaba dos años largos hablando de cine en sus ratos libres.
Solo hay un colofón posible: “Vive la France! Vive la
République!”.
C'est la vie...R.
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