A tempo
Virginia Cantó
Estoy aprendiendo a quererte sin premura
sin las grietas abiertas de la carne
con los primeros besos,
cuando dilatabas el mundo entre mis manos
con solo mirarlo,
con esa recreación física del verbo
con que me acariciabas.
Recuerdo cómo me sentaba en tus rodillas
y me quebraba la piel entre los muslos,
el deseo enmohecido
—la tierra reseca—
de sentirte amándome los poros
el vello frugal del brazo ya entregado.
Ahora estás como recién llovido
y aunque sigas suspirando casi besos
me reposan los músculos del alma
cuando hablamos,
cuando me observas de espaldas
y se derrumba mi pirámide de huesos,
la que rige el tobillo con mi nuca
y tu lengua con mis manos.
Ahora te quiero en la carne meditada
y te prefiero así,
con los músculos laxos de tu boca
y tu mirada tranquila y profunda
tragándome despacio
acariciando mi cuerpo con tu glotis
—y aún más adentro—
donde ya no hay carne.
La desmedida realidad de junio
atraviesa la ciudad por verte.
Y aunque nunca llueve
—es árido el clima de tu boca—
la tierra humedece cuando estoy contigo
y germinan lentas las frutas del verano.
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