La guerra que cambió el destino de Europa
Julián Casanova *
"La
primavera y el verano de 1914 estuvieron marcados en Europa por una
tranquilidad excepcional", recordaba años después Winston Churchill,
alimentando esa idea nostálgica de la estabilidad europea en tiempos de la Alemania imperial de
Guillermo II o la
Inglaterra de Eduardo VII, de contraste entre los “good
times” y el período de grandes convulsiones políticas y sociales inaugurado por
el estallido de la
Primera Guerra Mundial en agosto de 1914.
Cuando comenzó
esa guerra, Europa estaba dominada por vastos imperios, gobernados —excepto
Francia, donde había surgido una república de la derrota en la guerra con
Prusia en 1870— por monarquías hereditarias. La nobleza ejercía todavía un
notable poder económico y político. En Gran Bretaña, Francia o Alemania, por
citar a las naciones más poderosas, una oligarquía de ricos y poderosos, de
buenas familias, de nobles y burgueses conectados a través de matrimonios y consejos
de administración de empresas y bancos, mantenía su poder social a través del
acceso a la educación y a las instituciones culturales
Muchos ciudadanos
europeos tenían restringida la libertad para hablar su idioma o practicar su
religión y sufrían notables discriminaciones por el género, la raza o la clase
a la que pertenecían. Las mujeres no votaban, con excepciones como la de
Finlandia que les había concedido el voto en 1906, y en raras ocasiones se les
permitía poseer propiedades o llevar sus propios negocios. Antes de 1914, la
democracia y la presencia de una cultura popular cívica, de respeto por la ley
y de defensa de los derechos civiles, eran bienes escasos, presentes en algunos
países como Francia y Gran Bretaña y ausentes en la mayor parte del resto de
Europa.
Fue ese orden el que comenzó a desmoronarse cuando
Austria declaró la guerra a Serbia el 28 de julio de 1914, un mes después del
asesinato en Sarajevo del heredero al trono austriaco, el archiduque Francisco
Fernando. A partir de ahí, las tensiones y rivalidades entre los diferentes
Estados la convirtieron en una guerra general, primero europea y, tras la
entrada de Estados Unidos el 6 de octubre de 1917, mundial. Y aunque los
gobiernos de los principales poderes, desde Rusia a Gran Bretaña, pasando por
Alemania y Austria-Hungría, contribuyeron a poner en riesgo la paz con sus
movilizaciones militares, ninguno de ellos había hecho planes militares o
económicos para un prolongado combate.
La escasez de comida y de materias primas y los numerosos conflictos que se derivaron de las duras condiciones en que se desarrolló la guerra formaron el telón de fondo de las revoluciones de 1917 en Rusia que sucesivamente derribaron al régimen zarista y llevaron a los bolcheviques al poder, el cambio revolucionario más súbito y amenazante que conoció la historia del siglo XX. En 1919, solo quedaban los imperios británico y francés. Todos los demás habían desaparecido y con ellos, un amplio ejército de oficiales, soldados, burócratas y terratenientes que los habían sostenido.
En el siglo que transcurrió entre el Congreso de
Viena en 1815, que puso fin a la era de Napoleón, y el estallido de la Primera Guerra
Mundial, Europa fue el escenario de dos grandes guerras que destacaron sobre
otros conflictos más localizados: la guerra de Crimea, de 1854-56, dejó unos
400.000 muertos; la que enfrentó a Francia y a Prusia, en 1870-71, causó
184.000 víctimas.
Más de ocho millones de personas murieron enla Gran Guerra de
1914-1918, una cifra a la que habría que añadir las víctimas de la pandemia de
gripe de 1918-19, que golpeó con severidad a una población debilitada por los
efectos de la contienda.
Más de ocho millones de personas murieron en
Antes de 1914, los civiles muertos en las
guerras eran pocos comparados con quienes las combatían. En la Primera Guerra
Mundial, las víctimas civiles mortales ya representaron un tercio del total; en
la Segunda ,
superaron los dos tercios. El “embrutecimiento” causado por la primera de esas
guerras, con terribles consecuencias, dio paso a que las poblaciones civiles se
convirtieran en objeto de acoso y destrucción.
Con el estallido de la Primera Guerra
Mundial, el destino de Europa comenzó a decidirse por la fuerza de las armas.
Fue un conflicto de una escala sin precedentes, con dos frentes principales,
uno occidental y otro oriental, con la aparición, por primera vez en la
historia, de los bombardeos aéreos, después de que las batallas por tierra y
por mar hubieran sido durante mucho tiempo las principales manifestaciones de
la guerra. Ya a comienzos de 1915 hubo ataques con bombas desde el aire,
ejecutados por británicos y alemanes. Y las atrocidades cometidas sobre la
población civil demuestran que esa guerra inauguró una nueva época en la
violencia entre Estados, que alcanzó su cénit en la Segunda Guerra
Mundial.
Según la investigación de John Horme y Alan
Kramer, 6.427 civiles belgas y franceses fueron asesinados por las tropas
alemanas invasoras en agosto de 1914, apenas comenzada la guerra, y la
persecución y muerte de civiles fue también habitual en el frente este,
protagonizada por soldados alemanes, austriacos y rusos. Cientos de miles de
lituanos, letones, polacos y judíos fueron deportados al interior de Rusia.
Aunque el ejemplo más claro de ese “embrutecimiento” alimentado por la Gran Guerra , un claro
precedente del genocidio nazi, fue el asesinato a sangre fría de al menos
800.000 armenios, entre 1915 y 1916, por las fuerzas armadas otomanas, una acción
deliberadamente planeada y llevada a cabo por las élites del Estado otomano.
La mayoría de los dirigentes de los grandes
poderes en el momento del estallido de la Primera Guerra
Mundial pertenecían a ese mundo exclusivo y elitista, estrechamente vinculado a
la cultura aristocrática del Antiguo Régimen, con escasos conocimientos sobre
la sociedad industrial y los cambios sociales que estaba provocando. Tras ella,
ya nada fue igual. A los intelectuales y artistas les resultó casi imposible
quedarse al margen de los grandes debates públicos. El comunismo y el fascismo
se convirtieron en alternativas a la democracia liberal, vehículos para la
política de masas, viveros de nuevos líderes que, subiendo de la nada,
arrancando desde fuera del establishment y del viejo orden monárquico e
imperial, propusieron rupturas radicales con el pasado. Como declaró Sir Edward
Grey, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, las luces se estaban
apagando en Europa.
*Julián Casanova es autor de Europa contra Europa, 1914-1945 (Editorial
Crítica).
Uno de las más lúcidas síntesis sobre la llamada 'gran guerra' y sus consecuencias.R.
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