Jan Martínez Ahrens
El martes 1 de
octubre de 1963 un hombre enjuto liquidó su cuenta en el hotel Comercio.
Después de cuatro días completos en Ciudad de México no había logrado ningún
resultado. Con expresión perdida, se dirigió a la terminal de Transportes del
Norte y ahí tomó el asiento número 12 del autobús de línea 332. Eran las 8.30
cuando el vehículo partió. El billete marcaba como estación de término Nuevo
Laredo, en la frontera con EEUU. Un destino que se le quedaba corto a ese
estadounidense mal encarado que 53 días después mataría de un tiro en la
cabeza al trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy.
La estancia
de Lee Harvey Oswald en
México encierra una de las grandes incógnitas del crimen que hizo temblar al
siglo XX americano. Menospreciado al inicio de la investigación, el
extraño viaje se ha vuelto con los años uno de los capítulos más intrigantes
del caso. Los contactos del magnicida con agentes del KGB y diplomáticos
cubanos en la capital mexicana han inspirado todo tipo de teorías conspirativas
al tiempo que han mostrado el doble rasero de la inteligencia estadounidense.
Los pasos de Oswald
fueron advertidos y seguidos por la CIA, pero los informes que detallan sus
andanzas nunca han salido por completo a la luz. Pertenecen a ese secreto
corpus de 3.100 documentos que el presidente Donald Trump ha ordenado liberar y
que, si nada lo impide, va a sacudir los cimientos de la memoria colectiva
estadounidense. “Son cables, correspondencia, memoriales, reportes,
presupuestos, fotografías y grabaciones. En el caso de la CIA, sus documentos
más importantes se refieren a operativos de agentes contrarios a Kennedy,
inmersos en operaciones anticastristas”, explica el experto Jefferson Morley,
antiguo periodista de The Washington Post y autor de El
fantasma: la vida secreta del maestro de espías James Jesus Angleton.
Guardados en los
Archivos Nacionales, los expedientes están blindados por una ley de 1992 que
expiró este jueves. Entre bastidores se sabe que la CIA está presionando para
que no salgan a la luz. “La central está especialmente preocupada por los
documentos de los años sesenta que se refieren a programas que aún seguían
activos en los noventa y que podrían exponer a las redes de espionaje”, detalla
el especialista Phil Shenon, autor de JFK. Caso Abierto. Junto a este
temor, se oculta también un mecanismo de autodefensa ante la posibilidad de que
emerja la incompetencia de las agencias de inteligencia.
“La Comisión
Warren, encargada de la investigación del magnicidio, concluyó que Oswald
solo era objeto de revisiones rutinarias por el FBI y la CIA. Pero se trataba
de una persona que el mismo jefe de contrainteligencia de la CIA, James
Angleton, tenía bajo atención constante y cercana. Y es muy posible que los
documentos arrojen luz sobre este interés nada rutinario”, indica Morley.
“Los informes mostrarán que la
CIA y el FBI sabían mucho más de Oswald que lo que contaron a la Comisión
Warren. La historia oficial le dibuja como un lobo solitario cuya trama para
matar a Kennedy nunca fue advertida. Pero las agencias disponían de más datos
de lo que dijeron. Si hubieran actuado conforme a su información, posiblemente
Oswald habría sido frenado antes de la llegada de Kennedy a Dallas”, explica
Shenon.
Las omisiones de
los servicios inteligencia van a ser la clave de los papeles. De la magnitud de
este error darán cuenta las investigaciones internas a las que se sometieron
las agencias, hasta ahora ocultas, pero también los seguimientos de Oswald en
México. “Es el capítulo más importante y secreto del asesinato de Kennedy. El
índice documental muestra que la estación de la CIA en México le tuvo bajo
vigilancia. Y un informe desclasificado de 1966 revela que Oswald llegó a
hablar abiertamente de matar a Kennedy en el consulado cubano. ¿Lo supo la CIA
en tiempo real? ¿Informó de ello?”, se interroga Shenon.
Las respuestas
pueden quedar enterradas otros 25 años. Todo dependerá del alcance final de la
desclasificación. Pero los pasos de Oswald por México tienen, de momento, otra
fuente. La Dirección Federal de Seguridad. La policía secreta mexicana. Bajo
las órdenes de Fernando Gutiérrez Barrios, el mismo oficial que en 1956 detuvo
a Fidel Castro y al Che Guevara, los agentes redactaron detallados informes
e interrogaron a todos con quienes se había entrevistado.
La lectura de los documentos, depositados en el Archivo General de la
Nación y a los que ha tenido acceso EL PAÍS, dan cuenta de la personalidad
zigzagueante y herida de Oswald, un marine desertor, casado con una rusa y que
tras un fracasado exilio en la Unión Soviética pretendía abandonar Texas y
regresar a Moscú.
Para ello,
haciéndose pasar por fotógrafo, cruzó el Río Bravo el 26 de septiembre de 1963.
En un autobús Flecha Roja se dirigió a Ciudad de México. Veinte horas duró ese
viaje y en ningún momento ocultó sus simpatías comunistas. A dos turistas
australianos les habló de sus años en la URSS y les recomendó que se alojaran
en el hotel Cuba. Él lo haría en el hotel Comercio, ubicado en la calle de
Sahagún, colonia Guerrero.
Ya en la capital
mexicana, lo primero que hizo fue dirigirse a la Embajada cubana. Allí solicitó
un visado en tránsito para la URSS. Mostró su pasaporte, su antigua cédula de
trabajo soviética, su documento marital y afirmó ser miembro del Partido
Comunista de EEUU. La empleada que le atendió, Silvia Tirado de Durán,inició
la tramitación y le requirió fotografías nuevas. Oswald salió a por ellas y,
siempre según los documentos confidenciales mexicanos, aprovechó para acudir a
la legación soviética, donde se entrevistó con dos agentes del KGB que actuaban
como funcionarios consulares. Tras asegurarles que el FBI no le dejaba vivir,
les expresó su deseo de obtener lo antes posible un visado. Cuando le
explicaron la lentitud del proceso, Oswald estalló y con el rostro enrojecido
espetó a uno de los rusos: “¡Esto va a terminar para mí en tragedia!”.
Posteriormente se
encaminó a la Embajada cubana a entregar las fotografías. Ahí volvió a entrar
en barrena al saber que sin la autorización soviética no podía conseguir el
permiso cubano. Sus gritos hicieron que la secretaria Tirado llamase al cónsul
para que tratase de calmarle. Fue en vano. Ante la actitud violenta del
estadounidense, el diplomático se incendió y le anunció que no le concedería la
visa.
Oswald, con 23
años, estaba en caída libre. Los que le vieron le describen como un hombre mal
vestido, colérico y terco. Tanto que al día siguiente, regresó a la legación
rusa. Era sábado y los funcionarios se preparaban para un partido de voleibol.
En tono dramático insistió en que necesitaba el visado. Lloró, hizo saber que
temía al FBI y sacó un revolver como muestra de que estaba amenazado. Lo dejó
sobre una mesa. Un funcionario, con cuidado, lo descargó. Oswald, ante las
negativas, se marchó quebrado.
A partir de ahí el hilo se difumina. Se sabe que el domingo acudió a
los toros, visitó museos y que el lunes fue a la Ciudad Universitaria en busca
del apoyo de estudiantes castristas. De nada le valió.
Su último
movimiento se registró la misma noche del lunes, cuando se le vio en una fiesta
twist organizada por funcionarios cubanos. En la celebración, a la que acudió
la escritora Elena Garro, exmujer de Octavio Paz, Oswald se encontró
supuestamente con la empleada Silvia Durán con quien se ha llegado a concluir
que tuvo una relación sentimental. Garro le recordaría después hablando
con dos hombres junto a una chimenea.
A la mañana
siguiente, a las 6.30, abandonó el hotel Comercial para volver a Estados
Unidos. Casi ocho semanas después, el 22 de noviembre, mataría al presidente de
Estados Unidos. Y a los dos días sería asesinado por el mafioso Jack Ruby.
A su espalda dejó
un inmenso misterio. La investigación oficial estadounidense le apuntó como
único culpable. Los interrogatorios mexicanos no hallaron ningún punto de
quiebra. Pero las fuerzas de la DFS llegaban tarde y solo actuaron después del
magnicidio. Antes, la estación local de la CIA había seguido los pasos a
Oswald. Lo que vio, lo que informó, aún es secreto. Ahora puede dejar de serlo.
Sinembargo: https://elpais.com/internacional/2017/10/27/estados_unidos/1509068080_239317.html
"Pero más que nuevas claves sobre Oswald, lo que muestra una primera aproximación a los papeles es lo que todo el mundo sabía: Estados Unidos tenía en Latinoamérica su patio trasero. Hacía y deshacía. Mataba, intoxicaba y espiaba a placer. Un juego de poder sostenido y, en muchos casos aberrantes, que no le sirvió para evitar la muerte de su trigésimo quinto presidente.
En los informes
liberados ayer por los Archivos Nacionales conviven, a primera vista, mucha
chatarra informativa, memoriales desfasados, justificaciones de gastos e
informes dispares junto con tramas ya conocidas de operaciones exteriores
contra líderes que les eran incómodos. Veneno para matar a Fidel Castro, vuelos
clandestinos a Cuba, cargamentos de armas destinados a liquidar a Leónidas
Trujillo, espías en la embajada cubana de México, dinero negro en Costa Rica,
colaboradores de la CIA en Honduras, El Salvador, Guatemala… Un manual del
espionaje que practicó Estados Unidos en plena Guerra Fría y que promete dar en
los próximos días nuevas sorpresas."
Algo más : https://elpais.com/internacional/2017/10/27/estados_unidos/1509124353_957029.html
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