El triunfal regreso de Mucha
Manuel Morales
“El sol tenía un brillo estival, a las seis ya se oían
los trinos y el ajetreo de la Rambla. Los gritos y el ruido de los carruajes
llenaban el aire desde el amanecer”. Quien describió así las primeras horas de
un día de abril de 1898 en Barcelona es el artista checo Alphonse Mucha,
llegado entonces para ilustrar una Historia de España. Mucha fue uno de los
artífices del art nouveau, el modernismo que tanto brilló precisamente en
la ciudad catalana. Casi 120 años después de aquel viaje que le llevó, durante
tres meses, también por Tarragona, Valencia, Granada, Córdoba, Toledo, San
Sebastián, Madrid... llega a la capital la exposición Alphonse Mucha, que
resume su enorme variedad creativa, con más de 200 piezas entre óleos,
carteles, fotografías, esculturas y objetos decorativos.
'Bières de la Meuse' (1897), bella litografía a color que podrá verse en el palacio de Gaviria, reabierto como espacio expositivo
tras haber sido sede de unos comercios.
tras haber sido sede de unos comercios.
Del periplo Mucha dejó escritas unas memorias inéditas,
que ahora se han traducido del checo al inglés. En ellas describe su euforia por la naturaleza que
veía y por una belleza “presente por doquier”; su fascinación por las corridas
de toros (“orgías de heroísmo”) y la diversidad de las gentes, “españoles de
tez oscura, unos descendientes de África; otros, herederos de los celtas de
cabello castaño o de los visigodos rubios". Resfriado en el fresco
interior de la Mezquita de Córdoba, admirado del “milagro árabe de la Alhambra”
o impresionado por “la mortal tristeza” de El Escorial, quedaron también un
cuaderno de dibujos, y tres óleos y una acuarela, uno de ellos representa a Fernando
el Católico aceptando las llaves de Granada.
Sin embargo, el motivo principal de su recorrido
español se truncó con la muerte, en 1900, del editor de París que le había
encargado tan placentera tarea. Tampoco podemos deleitarnos con las fotografías
que tomó porque en la aduana, unos agentes con exceso de celo, le velaron los
negativos. Mucha fue un apasionado del arte de la imagen, se divertía tomándose
como modelo o fotografiando a sus amigos, como a Gauguin, tocando el armonio,
sin pantalones, en el estudio del checo.
Nacido en 1860 en la región de Moravia, entonces en el
Imperio Austriaco, Mucha fue otro de los muchos aspirantes a artista que recaló
en París. Llegó en 1887 a una megalópolis que preparaba la Exposición Universal
y construía su Torre Eiffel. Sobrevivió como ilustrador de libros y revistas en
unos años en que las principales ciudades europeas hervían por los cambios
políticos y tecnológicos, que se iban a trasladar al art nouveau. Nombre
que procede de una galería de arte parisiense, pero una etiqueta que a Mucha no
le gustaba, cuenta su hijo Jiri en el catálogo de la exposición.
Su estilo se caracteriza por las reminiscencias
bizantinas, con flores, arabescos y una aureola mística que impactaron en el
París finisecular, todo ello favorecido por una novedosa técnica de impresión:
la litografía en color, un proceso que supervisaba en todos sus pasos. Sin
embargo, lo que cambió la vida de Mucha fue su cruce con la popularísima actriz
francesa Sarah Bernhardt, tras el encargo del cartel para la obra Gismonda,
en 1894. Cuando la intérprete lo vio, le dijo: "¡Qué bonito! Desde ahora
vas a trabajar para mí, no te vas a separar de mí".
El afiche tapizó las paredes de París y le convirtió en
un artista popular. Los parisinos se enamoraron de ese anuncio alargado y de
tonos pastel con el que logró un contrato de seis años con Bernhardt. Las grandes
marcas querían al fenómeno que había convertido los carteles en obras de
arte: Moët and Chandon, etiquetas para perfumes, calendarios, paneles
decorativos, jarras... “Mi arte, si se puede llamar así, se puso de moda.
Se difundió por fábricas y talleres”, declaró. En 1904, visitó Estados Unidos, donde trabajó en murales y decorados de obras de teatro. La prensa lo agasajó como “el mejor artista decorativo del mundo”.
Eslavo defensor de la independencia de su tierra del
yugo Habsburgo, imprimió su patriotismo a lo que producía porque “el artista
tiene que ser fiel a sus raíces nacionales”, sostenía. Fue quien diseñó los
primeros sellos y billetes de la recién nacida Checoslovaquia, en 1918, por la
desintegración del Imperio Austro-Húngaro. Su nacionalismo fervoroso rebrotó al
final de su vida creativa, con los 20 grandes cuadros de un proyecto que
llamó Epopeya eslava. Para un hombre que de palabra y obra había
mostrado tanto amor por su patria, no es difícil imaginar lo que supuso la
invasión nazi de Bohemia y Moravia, el 15 de marzo de 1939. Mucha fue arrestado
e interrogado por la Gestapo. Cuando lo liberaron se encontraba en un estado
tan lamentable que murió poco después, el 14 de julio. Sin embargo, su arte
sobrevivió y los cuadros de la Epopeya eslava, escondidos durante la
Segunda Guerra Mundial, reaparecieron en los años sesenta en Checoslovaquía.
Junto al amor por su patria, Alphonse Mucha mostró un
elevado interés por lo espiritual. Si conocer a Sarah Bernhardt le llenó el
bolsillo de dinero, contactar con el dramaturgo sueco August Strindberg le
sumergió en la masonería. En enero de 1898, Mucha se unió a la logia parisiense
del Gran Oriente de Francia, la más antigua de la Europa Continental, explica
el catálogo de la exposición. Su credo fue desde entonces difundir con su arte
el amor y la belleza, para contribuir a la evolución del ser humano. Mucha
expresó esa espiritualidad en óleos como Visión (estudio en azul) y
la experimentó en autorretratos con doble exposición que le daban un aspecto
espectral.
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