Polución en China
Macarena Vidal Liy
Los valles alpinos de la provincia de Qinghai, en el oeste de China, parecen el paraíso. Las praderas se extienden hasta donde se extiende la vista. El aire es tan puro que dos hermanas acaban de abrir una tienda on line para venderlo en bolsas. En su suelo se encuentra la mayor planta de placas solares de China; durante una semana este verano, la región se abasteció exclusivamente de energías limpias. La meseta tibetana de la que forma parte, llamada el “tercer polo” del mundo, es el gran pulmón de una China asfixiada por la contaminación de su atmósfera.
Macarena Vidal Liy
Los valles alpinos de la provincia de Qinghai, en el oeste de China, parecen el paraíso. Las praderas se extienden hasta donde se extiende la vista. El aire es tan puro que dos hermanas acaban de abrir una tienda on line para venderlo en bolsas. En su suelo se encuentra la mayor planta de placas solares de China; durante una semana este verano, la región se abasteció exclusivamente de energías limpias. La meseta tibetana de la que forma parte, llamada el “tercer polo” del mundo, es el gran pulmón de una China asfixiada por la contaminación de su atmósfera.
Pero incluso en este paraíso hay zonas con veneno. “A nuestros animales se les han estado cayendo los dientes, por la contaminación”, se queja Dorjee, un granjero de 40 años de la etnia tibetana asentado en Daotanghe, una pequeña localidad a un centenar de kilómetros de Xining, capital y uno de los centros industriales de la provincia.
Dorjee atribuye los problemas de sus rebaños, y de otros de la zona, a la polución que llega de Xining, una ciudad que en los últimos años ha figurado entre las más contaminadas de China. Es difícil establecerlo con seguridad; en la zona operan también empresas mineras, y otros ganaderos apuntan a ellas. Aunque el granjero enfatiza que la salud de sus yaks ha mejorado en el último par de años, quizá porque han ido a "protestar muchas veces ante las autoridades locales”, dice.
La lucha contra la contaminación y el cambio climático son uno de los grandes problemas que han plagado China en los últimos años y que deberá abordar el presidente chino, Xi Jinping, cuando presente el balance de sus primeros cinco años de gestión en la inauguración del 19º Congreso del Partido Comunista (PCCh), la gran cita política quinquenal del país, que tendrá lugar el miércoles. El medioambiente ha pagado el precio de la rápida industrialización y crecimiento económico de China. No se trata solo del aire: dos tercios de los ríos del país están sucios, algunos tanto que beber el agua es peligroso para el ser humano y los animales. Cerca de un 20% del suelo cultivable contiene elementos dañinos.
Pekín proclamó la “guerra a la contaminación” en 2014, después de que una serie de graves episodios de polución en Pekín hubiese dado la vuelta al mundo. Desde entonces ha adoptado medidas como el cierre de fábricas “sucias”, la imposición de duros estándares de emisiones e inspecciones estrictas. Ha adoptado planes de acción específicos para luchar contra la contaminación del aire, del suelo y del agua. El propio Xi ha asegurado que “aguas limpias y colinas verdes valen como montañas de oro y plata”. Pero, según la ONG Greenpeace, la pasada primavera un tercio de las ciudades chinas vio empeorar la calidad de su aire en comparación con el año anterior. De esa contaminación y ese cambio climático causados por la acción humana, no se libran ni las provincias menos industrializadas.
En julio, Pekín reprendió públicamente a un centenar de altos funcionarios por haber causado “graves daños ecológicos” en las montañas de Qilian, una reserva natural en la meseta tibetana, al haber aprobado la construcción de presas y minas y haber permitido que las compañías propietarias vertieran residuos tóxicos en ríos de la zona. También en esas montañas, en Muli, a 300 kilómetros del lago Qinghai, se encuentra una gigantesca mina de carbón, con un potencial extractivo de 23 millones de toneladas de carbón y denunciada en 2014 por Greenpeace como ilegal.
Un informe de la ONG Tibet Watch sostenía en 2015 que China explota los recursos minerales de este altiplano “con creciente intensidad”, desde cobre y oro hasta carbón o magnesio. “Las compañías chinas han trabajado tradicionalmente a pequeña escala, pero ahora ocurren extracciones en grande, principalmente por grandes compañías propiedad de, o que tienen vínculos estrechos con, el Gobierno”.
Un carro transporta heno en las zonas de pastoreo de Erdi, en Qinghai. El deterioro de los pastos ha obligado a los pastores
a comprar forraje extra para alimentar a sus animales.
Los defensores del medioambiente han denunciado con regularidad los efectos nocivos de esta explotación para el ecosistema de una zona vital para China y el mundo, en donde nacen algunos de los principales ríos de Asia. Para la población tibetana, que se lamenta de los efectos sobre el agua o el daño a los pastos, la explotación minera constituye un asalto a sus valores religiosos y a una naturaleza con la que han vivido en armonía durante siglos. Algunos defensores del medioambiente tratan de conseguir que algunas áreas en Qinghai sean declaradas “lugares naturales sagrados”, bajo el control de la comunidad tibetana.
Es difícil establecer hasta qué punto el daño a los pastos deba atribuirse únicamente a la explotación de los recursos naturales. La meseta tibetana es uno de los lugares del mundo donde es más patente el cambio climático global. “Se está calentando tres veces más rápido que el resto de la tierra; sus glaciares se están derritiendo y su capa de hielo permanente desaparece”, recuerda la Campaña Internacional para el Tíbet.
Este calentamiento más rápido puede desestabilizar el delicado ecosistema, advierte un estudio publicado en mayo y encabezado por científicos de la Universidad de Pekín. Las plantas que mejor se adapten a las temperaturas más cálidas pueden crecer demasiado y extinguir a las especies con un crecimiento más lento. Es algo que puede tener un enorme impacto en los 14 millones de yaks y 40 millones de ovejas que crían los pastores en la meseta.
Otro informe paralelo de científicos chinos, publicado el mes pasado, encontró que la llegada de la primavera se ha adelantado una semana entera desde 1960 en el área de Sanheyuan, donde nacen el río Amarillo, el Yangtzé y el Mekong. De allí procede la mayor parte del agua de China, y de otros países de Asia.
“Si el deshielo anual se adelanta cada vez más, puede cambiar los patrones de inundaciones y sequías de estos grandes ríos y afectar a las vidas de mucha gente”, declaró Yan Zhongwei, del Instituto de Física Atmosférica de la Academia de Ciencias en Pekín y uno de los autores del estudio, en el periódico de Hong Kong South China Morning Post.
Como resultado de estos cambios, los lagos en la meseta se están expandiendo. Desde 1970, el número de estanques y lagos en la región ha crecido un 14%, según la Academia China de Ciencias. La superficie de Tíbet cubierta por agua creció en un 19%.
Tras décadas de pérdida de volumen, desde 2011 el lago Qinghai, el mayor de agua salada de China y una barrera natural contra la desertificación, ha visto crecer sus aguas más de un 10% (lo que equivale a 50 kilómetros cuadrados) debido a mayores lluvias y el aumento del deshielo.
Pero no es algo que perjudique a todos. La mayor humedad y el aumento de lluvias han hecho que las praderas en torno al lago sean más verdes y abundantes, algo que ha hecho las delicias de los pastores trashumantes que llevan allí sus rebaños a pastar.
Mientras prepara un té tradicional de mantequilla en sus pastos de verano, junto al lago Qinghai, la nómada Tsewang Zanmo lo reconoce: “Los yaks están ahora mejor alimentados. Pueden comer en abundancia y engordar”.
De El País. España
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