Ladislao Biró y la historia de las palabras
Ladislao José Biró (1899-1985) nació en Hungría (László József Bíró) y
terminó su vida en Argentina, huyendo del nazismo que asolaba Europa.
Periodista, inventor, empresario…, El padre del bolígrafo (o birome
en Argentina) era un hombre ávido de conocimiento y con múltiples intereses:
desde la química o la pintura, a la organización social de las hormigas, a las
que observaba durante horas, según su hija Mariana Biró, a cargo de la fundación creada en honor a su padre. Llegó a
Argentina con su hermano Jorge (George) y su socio Juan Mayne, y poco después
se les unirían su esposa Elsa y su hija. Argentina lo acogió con los brazos
abiertos y hoy lo recuerda como toda una institución: el día del inventor es
el día de su cumpleaños (29 de septiembre) y cada año se conceden unos
importantes premios a nivel nacional que llevan su nombre.
“El problema de la escritura ya está resuelto”
Así contestaban a Ladislao cuando explicaba su
invento, según relata Mariana Biró. En pleno periodo de entreguerras y con la
imprenta a todo gas, las máquinas de escribir en pleno auge y la pluma estilográfica
al alcance de muchos bolsillos, parecía que el inventor húngaro-argentino
estaba “rizando el rizo”: había otras prioridades. Pero Biró estaba
acostumbrado a tratar con las palabras, pues fueron su materia prima mientras
ejerció como periodista: sabía bien lo que era lidiar con los borrones de tinta
cuando la inspiración no permite prestar atención a detalles como el ritmo o el
tiempo de secado.
El bolígrafo ni siquiera ha cumplido un siglo,
mientras que sus “primas”, la pluma de ave y sus derivados, llevan más de un
milenio entre nosotros; y otra “pariente”, la imprenta, más de 500 años. El
bolígrafo es a primera vista un invento sencillo, casi obvio a los ojos del
homo digitalis. Sin embargo, se trata de una herramienta que tardó en
evolucionar desde su antecesor (la pluma) para empezar a convivir en muy poco
tiempo con una legión de sucesores (los teclados, las pantallas táctiles…).
Pero ese es precisamente el matiz que hace de Ladislao un inventor brillante:
supo ver más allá de lo que muchos daban por hecho y nunca desistió en su afán
por mejorar un proceso que el resto asumía había desarrollado ya todo su
potencial. ¿Cómo pudo el ser humano desarrollar el teléfono antes que el boli?
¿o la máquina de escribir? El boli nació después que los primeros teclados
(los de las máquinas de escribir) pero, quizás, el primero se utilizará
siempre, mientras que los segundos, quién sabe cuándo y por qué serán
reemplazados.
"Instrumento para escribir a punta esférica
loca"
Así llamó Ladislao a su invento, que por cierto, funcionaba
con un sistema que no ha evolucionado desde entonces. Biró, con la ayuda de su
hermano Jorge (químico de formación), desarrolló un mecanismo para evitar que
la tinta se amontonase y produjera borrones en el papel: una “bolita” en
la punta del tubo que contenía la tinta. ¿De dónde sacó la idea? Hay varias
versiones de la historia según las fuentes y quizás, detrás del momento eureka
de Biró haya un poco de cada una. Según su fundación,
Biró se inspiró en los mecanismos de las rotativas de los periódicos: un
rodillo que imprimía la tinta en el papel, pero más pequeño, por lo que
evolucionó hacia una forma esférica. Otras fuentes afirman que fue algo mucho más cotidiano lo que
arrancó su idea: unos niños jugaban a las caninas en la calle y vio cómo una de
las bolas de cristal salía rodando sobre un charco, dejando a su paso un
perfecto y homogéneo reguero de agua.
Una startup y un garaje
El desarrollo empresarial del invento de Biró
empezó en un garaje con 40 operarios, cual startup del Silicon
Valley actual. El bolígrafo nació bajo el nombre comercial de Birome (Acrónimo
formado por las sílabas iniciales de Biro y Meyne,
socios principales). Para vender los beneficios del nuevo invento se
destacaban características como el secado instantáneo, la tinta indeleble o
sencillamente, que no requería ser cargado, al contrario que las
estilográficas de la época.
Como buen emprendedor tecnológico, Ladislao
también vendió su startup a una compañía más grande, la multinacional
estadounidense Evershap Faber. Ladislao era un hombre pragmático y una mente
inquieta, por lo que ideó distintos dispositivos, más allá del mundo de los
inventos “periodísticos”, como una pionera máquina de lavar la ropa, que
funcionaba con la energía producida por una cocina de uso casero y que se hizo
popular en los años treinta, o un sistema de cambios automático (1932) cuya
patente vendió después a la General Motors en Berlín, quienes lo compraron no
para fabricarlo, sino para evitar que lo hiciera la competencia.
a figura de Ladislao no ha caído en el olvido, pues en su segunda patria los argentinos celebran el Día del Inventor el 29 de septiembre,
en honor a su cumpleaños. El bolígrafo es pues, un invento nacido de un
maestro de las palabras. Un invento joven pero de momento, sin rival,
en cuanto a que no hay un mecanismo que supere o modifique su
funcionamiento. Mariana Biró dice de su padre que siempre fue un
pensador incansable, que siguió inventando y creando después o a pesar
de su éxito comercial con la birome, y que tuvo
siempre como mantra lo que el definía como la naturaleza de todo
inventor: “ver las fallas como desafíos y conservar su imaginación
personal como su propio incentivo”
Dory Gascueña para OpenMind
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