Minorías
Macarena Vidal Liy
Un grupo de mujeres de la etnia Salar se dirige hacia la mezquita en Xunhua, Qinghai (China)
Para entrar en la mezquita de Chotamba, una abigarrada mezcla de arte islámico y arquitectura clásica china, hay que pasar ante dos cámaras de seguridad de buen tamaño. Y de una enorme pancarta roja que, en mandarín, ordena a los fieles a “mantener la situación política de estabilidad y unidad, para el éxito del 19º Congreso del Partido Comunista”.
“No lleva mucho
tiempo allí”, dice sobre el cartel Masudi, de 75 años; “Más o menos desde que
ordenaron quitar los altavoces” para llamar a la oración, en agosto. De larga
barba canosa y con el traje negro típico de su comunidad, es miembro de la
etnia musulmana Salar, predominante en Xunhua, un apacible rincón en un valle a
orillas del río Amarillo en Qinghai, en el noroeste de China.
Este miércoles se inaugura en Pekín, a 1.700 kilómetros, en la otra punta de China, el congreso del PCCh. . Es el gran cónclave político quinquenal en el que el presidente chino, Xi Jinping, renovará su mandato para otros cinco años y será aclamado como el líder con más poder desde Mao Zedong, fallecido en 1976. Durante su primer lustro, Xi ha hecho hincapié en la importancia de la “estabilidad social”. Y ha dejado claro que considera la religión, especialmente si es de origen “extranjero” como el islam o el cristianismo, una amenaza para esa estabilidad en un país nominalmente ateo y donde el Partido Comunista es la única autoridad suprema.
“La religión se
percibe como una amenaza existencial al mandato del Partido Comunista, y Xi Jinping reclamó
el achinamiento de las religiones extranjeras como el islam en 2015.
A otros les gustaría ver una sociedad china completamente laica”, explica James
Leibold, de la universidad australiana de Latrobe y experto en las minorías
musulmanas en China.
Los fieles son
relativamente pocos en ambos casos. Se calcula que, entre los 1.370 millones de
chinos, practican el cristianismo unos 70 millones. Y el islam, aproximadamente
23 millones (el 2% de la población). Ambas son religiones añejas en suelo chino
aunque de origen foráneo. El cristianismo está presente desde el siglo VII. El
islam llegó con las caravanas de la Ruta de la Seda: el Corán más antiguo de
China (del siglo XI) se custodia precisamente en otra mezquita de Xunhua.
Masudi reconoce que
hay rachas en las que se intensifica el control. “Se nos insiste más en que
tengamos cuidado”. Pero este musulmán, cuya familia ha vivido en el barrio hace
80 años, insiste en que jamás ha tenido un problema: “Gracias a la política de
sociedad armoniosa del Gobierno, no hay animosidad. Todos nos llevamos bien”.
La situación es bien distinta en la vecina región autónoma de
Xinjiang. Centenares
de personas han muerto en ataques violentos desde 2009, cuando los
enfrentamientos entre la etnia musulmana uigur y la mayoría Han dejaron más de
200 cadáveres.
El Gobierno chino
ha respondido con mano muy dura, en lo que los defensores de los derechos
humanos sostienen que genera un ciclo de represión y radicalización: ha
aumentado en 30.000 sus efectivos en la zona, ha confiscado los pasaportes de
los uigur que los tuvieran e incluso ha prohibido a los varones dejarse la
barba larga. Nombres considerados demasiado islámicos, como Meca o Mohamed, han
quedado vetados para los recién nacidos. Ante el inminente congreso comunista,
los hoteles han recibido orden de no admitir huéspedes uigures, so pena de
fuertes multas. Pekín alega que son medidas necesarias porque China afronta
una grave
amenaza de separatistas uigur vinculados con el Estado
Islámico (el ISIS) o Al Qaeda.
La vigilancia, a todas luces, va a seguir aumentando. Las advertencias
han llegado hasta los hui, la mayor etnia musulmana y bien integrada en China.
En agosto, Pekín aprobó una reforma de sus normas sobre práctica religiosa, que
entrará en vigor en febrero y que aumenta la supervisión del Estado para
impedir, a su juicio, el extremismo.
Según el
responsable del departamento de Asuntos Religiosos chino, Wang Zuoan, la
revisión era urgente porque “el uso extranjero de la religión para infiltrar
[el país] se intensifica cada día y el pensamiento extremista religioso se está
extendiendo en algunas áreas”. La desconfianza no solo proviene de las altas
esferas del régimen. La mayoría Han percibe un trato de favor hacia las etnias
musulmanas, y sus quejas han ido a más, especialmente en Internet, desde los
disturbios de 2009 en Xinjiang.
“Hay una larga historia de
resentimiento de los Han contra el trato preferente que las minorías étnicas
como los Hui o los Uigur reciben según la ley china de Autonomía Regional
Étnica”, apunta el profesor Leibold. “La revolución de Internet ha provisto de
nuevas vías de expresión pública al nacionalismo racial Han, y la islamofobia
es una expresión de su chauvinismo. Como en otros países, los ataques
terroristas de inspiración yihadista han creado un miedo desproporcionado a ‘el
otro musulmán’, y las redes sociales son formatos donde prolifera este tipo de
discurso de odio irracional”.
Las decisiones que
originan las quejas por discriminación pueden sonar un tanto fútiles pues
incluyen la asignación de duchas individuales en una universidad a estudiantes
musulmanes; el anuncio de que una empresa de reparto de comida a domicilio
ofrecería platos halal en contenedores separados; o que la gala de Fin de Año
en la televisión estatal evitara alusiones a la carne de cerdo, que el islam
prohíbe. “China es un país laico, gobernado por un partido ateo, y debe
boicotear con firmeza las leyes islámicas”, es un comentario típico en las
redes sociales.
Hasta tal punto han llegado los denuestos que las autoridades han
prohibido el uso de algunos de los términos islamófobos más frecuentes en las
redes. “La religión verde” o “el cáncer verde”, por el color símbolo, están
bloqueados por el bien de la “sociedad armoniosa” a la que aludía el fiel
Masudi. Aunque ello no evita que continúe la polémica en Internet. El anuncio
de una universidad en Pekín de que los pastelillos típicos que repartiría entre
sus estudiantes para celebrar la fiesta del Medio Otoño, hace diez días, serían
únicamente halal, volvió a encender los foros.
La prohibición, si
se hace cumplir de manera uniforme, “no eliminará este resentimiento, pero
quitará un poco de leña del fuego, y ojalá impida que este sentimiento degenere
en violencia antimusulmana en las calles”, apunta el profesor Leibold. “La
verdadera cuestión es por qué le ha llevado tanto tiempo a las autoridades
chinas el reaccionar; parte de la razón es el apoyo entre altas esferas del
Partido a este sentimiento antimusulmán”.
En Xunhua, las
autoridades locales ordenaron retirar este agosto los altavoces de las
mezquitas por los que se llamaba a la oración; un millar de ellos desapareció
de 355 lugares de culto en tres días, según el diario Haidong Times. Los
funcionarios alegaron que los vecinos habían protestado porque les molestaba el
ruido.
“Echo de menos las
llamadas a la oración. Podemos saber a qué hora ir a la mezquita mirando el
reloj, claro”, contemporiza Masudi. “Pero no siempre la gente lleva el reloj en
hora, y es fácil perderse algún rezo”.
De El País. España
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