Stephen Hawking
El físico británico Stephen Hawking, el científico que explicó el universo desde una silla de ruedas y acercó las estrellas a millones de personas alrededor del mundo, ha fallecido esta madrugada en su casa de Cambridge, a los 76 años.“Estamos profundamente entristecidos de que nuestro amado padre haya fallecido hoy”, dicen sus tres hijos, Lucy, Robert y Tim, en un comunicado publicado a primera hora de la mañana del miércoles. “Era un gran científico y un hombre extraordinario cuyo trabajo y legado sobrevivirá por muchos años. Su coraje y persistencia, con su brillo y humor, inspiraron a personas por todo el mundo. En una ocasión dijo: ‘El universo no sería gran cosa si no fuera hogar de la gente a la que amas’. Le echaremos de menos para siempre”
Abajo un recuerdo de Javier Sampedro.
Hawking sobre dos piernas
Javier Sampedro
Javier Sampedro
Poca gente quedará
sobre el planeta Tierra que no esté familiarizada con la imagen de Stephen Hawking,
cosmólogo, físico teórico, escritor de éxito, polemista agudo y personaje de Los Simpsons, postrado por la
esclerosis lateral amiotrófica (ELA) en su silla de ruedas de alta tecnología y
comunicándose con el mundo mediante un sintetizador de voz que va cambiando de software pero
mantiene –por expreso deseo del usuario— su inconfundible y algo inquietante
timbre robótico. La figura resulta tan familiar, de hecho, que resulta fácil
olvidar que el físico fue hasta los veintipocos años una persona sana que se
movía sobre dos piernas, soñaba con un futuro brillante y se enamoraba como
cualquier joven, o al menos como cualquier joven educado en Oxford. Su primera
mujer, Jane Hawking, nos aporta ahora un retrato intenso y vívido de aquellos
años de formación intelectual y emocional. Y también de todo lo que vino
después.
Hacia el infinito;
mi vida con Stephen Hawking no es exactamente una biografía del físico,
ni tampoco una autobiografía de su autora. Consciente de que la celebridad de
su ex marido no cesará en décadas ni en siglos por venir, la escritora y
conferenciante Jane Hawking ha decidido contar ella misma su relación con él
antes de que "dentro de cincuenta o cien años alguien se inventara
nuestras vidas". Esta es la narración de la mujer que mejor conoció a
Stephen Hawking durante su juventud, y la que decidió casarse con él pese a su
trágica enfermedad. También es por tanto la historia de un dilema moral: uno de
los más graves a los que se puede enfrentar un ser humano a lo largo de su
vida.
Hawking pertenecía
a una de esas familias británicas que parecen sacadas de una película de Frank Capra, excéntricas,
intelectuales y despreocupadas de su imagen entre los más o menos horrorizados
vecinos. El padre, el médico Frank Hawking, no solo era el único apicultor de
Saint Albans, una ciudad de 60.000 habitantes, 30 kilómetros al norte de
Londres, sino también el único que tenía un par de esquís. “En invierno”, narra
Jane, “pasaba esquiando por delante de nuestra casa camino del campo de golf”.
Los Hawking eran conocidos en Saint Albans por costumbres como la de sentarse a
comer en la mesa leyendo un libro cada uno, y la abuela vivía en la habitación
de la buhardilla, que tenía una entrada independiente desde la calle, y solo
bajaba con ocasión de algún acontecimiento familiar o para dar un concierto de
piano, instrumento del que era virtuosa.
Jane Hawking fue
por primera vez a casa de los Hawking en 1962, invitada al 21 cumpleaños de
Stephen, y tuvo ocasión de conocer allí a sus amigos de Oxford, que se
consideraban a sí mismos “los aventureros intelectuales de su generación”, en
palabras de la autora, “consagrados en cuerpo y alma al rechazo crítico de todo
lugar común, a la burla de los comentarios manidos o tópicos, a la afirmación
de su propia independencia de criterio y a la exploración de los confines de la
mente”. Jane, una muchacha de firmes convicciones cristianas y opiniones
convencionales, se sintió siempre algo abrumada por todo ese despliegue de
cohetería, pero desde el principio vio en Stephen algo más que eso, una
naturaleza empática e independiente de la que, casi sin darse cuenta, cayó
enamorada en pocos meses.
La noticia llegó un sábado de febrero de 1963 de boca de su amiga
Diana: “Oye, ¿os habéis enterado de lo de Stephen?”. El joven talento llevaba
dos semanas en el hospital de Saint Bartholomew, porque había estado tropezando
continuamente y no se podía ni abrochar los cordones de los zapatos. Los
médicos le habían diagnosticado la esclerosis y le habían dado dos años de
vida. Jane se quedó perpleja. “Aún éramos lo bastante jóvenes para ser
inmortales”, escribe. Diana le contó que Stephen estaba muy deprimido, y que
había visto morir al chico de la cama de al lado en el pabellón del hospital.
Stephen se había negado a aceptar una habitación individual, fiel a sus
principios socialistas. Genio y figura.
Pero el libro de
Jane Hawking no tiene el tono de una tragedia, como tampoco lo ha tenido la ya
larga vida de Stephen. Quienes conocen de cerca al físico se quedan
indefectiblemente perplejos por un detalle: lo muy poco que le importa su
discapacidad. Hawking no solo ha dejado perplejos a sus médicos por sus décadas
de supervivencia a la ELA –un caso insólito para la medicina—, sino que
demuestra cada día que puede llevar una vida tan normal como pueda llevar un
físico teórico. Su productividad científica le sitúa en la élite de la
disciplina, disfruta como cualquiera de una buena cena con los amigos, y jamás
ha renunciado a su agudo sentido del humor.
La esclerosis se
presentaba en aquellos primeros años con crisis alternadas con episodios de
relativa normalidad, y poco después de su deprimente ingreso en el hospital de
Saint Bartholomew, Jane tuvo ocasión de comprobar el estrepitoso estilo de
conducción de su novio. Stephen la llevó a Cambridge en el gigantesco Ford
Zephyr de su padre –un coche que había vadeado ríos en Cachemira durante la
estancia india de la familia— en lo que acabó constituyendo una de las
experiencias más espeluznantes a las que se había enfrentado la joven. “Parecía
utilizar el volante para alzarse y ver por encima del salpicadero”, cuenta
Jane. “Yo apenas me atrevía a mirar a la carretera, pero Stephen parecía
mirarlo todo salvo la carretera”. Qué años aquellos.
Hay mucho más en
este libro, una mirada extraordinaria a la vida de una figura aún más
extraordinaria: el físico más popular de nuestro tiempo enfrentado al amor y al
destino, los dos agujeros negros a los que acabamos sucumbiendo todos los
miembros de esta especie paradójica.
Algo/más:https://www.theguardian.com/science/2018/mar/14/from-the-simpsons-to-pink-floyd-stephen-hawking-in-popular-culture
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