Hacia los
orígenes del selfie
Daniel Verdú*
Uno de los pasillos del depósito de 1.200 metros cuadrados donde la Galería de los Uffizi guarda la colección de 2.300 autorretratos.
La Galería de los
Uffizi abrirá en enero 14 nuevas salas para exponer algunos de los 2.300
autorretratos de genios del arte escondidos desde hace años en sus depósitos
Mucho antes de que
el autorretrato fuese triturado por el narcisismo selfie, hubo un tiempo en que
el arte libró una de sus revoluciones a través de la autorreferencialidad. El
cardenal Leopoldo De Medici, un obsesivo coleccionista que intentó sin éxito rehabilitar
a Galileo desde dentro de la Iglesia, fue el primero en darse cuenta. Junto a
un pionero de los comisarios, un historiador del arte de la época llamado
Filippo Baldinucci que glosó la vida de distintos artistas, concluyó que el
relato biográfico debía ir acompañado de un testimonio visual para trazar el
vínculo definitivo entre vida y obra.
Nació así la colección de autorretratos más importante del mundo, un recorrido de cinco siglos por los rostros de pintores como Velázquez, Rembrandt, Delacroix, Van Dyck, Liotard, Chagall o Ai Weiwei ocultos en los depósitos de la Galería de los Uffizi desde hace años. El museo florentino abrirá en enero 14 nuevas salas para devolverlos a la superficie.
María Magdalena de Austria, y el
alemán Eike Schmidt, director del museo desde 2015, son el comienzo y el
final de este viaje a través de 2.300 obras escondidas tras la puerta de un
almacén de 1.200 metros cuadrados.
El museo expuso algunas piezas en una sala hasta después de la Segunda Guerra Mundial, pero pronto empezaron a amontonarse en el Corredor Vasariano y tuvieron que trasladarse por motivos de conservación. “Los artistas formaban parte de las artes mecánicas consideradas relativamente bajas hasta el Renacimiento. Pero rápidamente usaron el autorretrato para ejemplificar su teoría artística en manera alegórica o simbólica”, explica Schmidt mostrando la conocida obra de Joshua Reynolds, con un fajo de dibujos y un discurso en la mano. “Es la famosa conferencia que pronunció en la Academia de Londres. Quiso mostrarse con una obra no pictórica para aparecer como un intelectual, un hombre rico y, a la vez, un artista. Había un gran componente de marketing en aquellos autorretratos”.
Nació así la colección de autorretratos más importante del mundo, un recorrido de cinco siglos por los rostros de pintores como Velázquez, Rembrandt, Delacroix, Van Dyck, Liotard, Chagall o Ai Weiwei ocultos en los depósitos de la Galería de los Uffizi desde hace años. El museo florentino abrirá en enero 14 nuevas salas para devolverlos a la superficie.
Velázquez: Autorretrato, óleo sobre lienzo
Marc
Chagall : Autorretrato, 1968
Delacroix: Autorretrato con chaleco verde
El museo expuso algunas piezas en una sala hasta después de la Segunda Guerra Mundial, pero pronto empezaron a amontonarse en el Corredor Vasariano y tuvieron que trasladarse por motivos de conservación. “Los artistas formaban parte de las artes mecánicas consideradas relativamente bajas hasta el Renacimiento. Pero rápidamente usaron el autorretrato para ejemplificar su teoría artística en manera alegórica o simbólica”, explica Schmidt mostrando la conocida obra de Joshua Reynolds, con un fajo de dibujos y un discurso en la mano. “Es la famosa conferencia que pronunció en la Academia de Londres. Quiso mostrarse con una obra no pictórica para aparecer como un intelectual, un hombre rico y, a la vez, un artista. Había un gran componente de marketing en aquellos autorretratos”.
Joshua Reynolds, autorretrato
Una de las salas del depósito de los Uffizi donde cuelgan miles de autorretratos
El artista diseñaba
su propia tarjeta de visita en un mundo en el que comenzaba a ser un dios. Las
inclinaciones del posado, el postureo ante uno mismo, se transformaron en cada
periodo. George Romney (1734-1802), por ejemplo, se muestra como un pensador
para darse un aire de intelectual algo forzado.
Bouchardon (1698-1762), el gran
escultor francés, se presenta tranquilamente mientras da forma a un busto de sí
mismo como si no fuera con él la historia; Rembrandt y Van Dyck se observan de
lado por primera vez con cierto desprecio en la parte baja de un muro
abarrotado, un lugar empeñado en desmentir la soledad que inflige el
autorretrato a sus autores.
La alegoría va mucho más allá de la propia autorreferencialidad en
algunos de ellos, advierte Schmidt, y el artista se convierte cada vez más en
objeto de su propia teoría sociológica. Sucede en la obra de Chagall
(1887-1985) a través del gallo y Notre Dame de fondo, de los bustos de Jan
Fabre con cuernos y orejas de burro o la obra del chino Cai Guo-Qiang (Quanzhou,
61 años), una de las últimas donaciones que ha recibido el museo (cada semana
rechazan dos o tres).
Autorretrato, 1802 de George Romney
Portrait d'Edme Bouchardon (1698-1762)
Jean-Étienne Liotard.
Una de las joyas de la colección es la pieza de Jean-Étienne Liotard (1702-1789), descomunal pintor suizo que trazó un espectacular retrato de sí mismo en 1744. “Fíjese en la precisión de los pelos de la barba”, sugiere Schmidt. “La obra tiene valores casi táctiles, parece que puede sentir la humedad y suavidad del gorro de piel, la barba invita a mesarla en su realismo fotográfico. Pero conviene observar también el trazo inacabado de la ropa: podría ser obra de un impresionista, pero un siglo antes”.
Autoportrait avec un turban, Maria Cosway 1778
Los Uffizi, el
museo con la mayor colección de cuadros pintados por mujeres antes del siglo
XX, ha mostrado predilección por la obra de artistas femeninas desde que
Schmidt llegó a la dirección. “Mucho antes del #MeToo”, bromea. El depósito de
autorretratos contiene algunas piezas como la de la italobritánica Maria Cosway
(1760-1838), superviviente a la matanza de una niñera que asesinó a cuatro de
sus siete hermanos y fugaz amante del presidente de EEUU, Thomas Jefferson.
También el de Tintoretta, hija del maestro veneciano, o de Vigée Le Brun, en cuyo retrato puede verse reflejada a María Antonieta (trabajó durante años en su corte). “Mucha gente cree que en los siglos pasados no había mujeres artistas: es mentira. Al principio pintaban solo las monjas, pero luego pasó a otro tipo de perfiles. Aquí en Florencia hubo un número muy elevado, aunque al comienzo muchas fueran esposas (Cosway era la mujer del artista Richard Cosway) o hijas de pintores. A partir del siglo XVIII empezó a suceder de manera libre”
También el de Tintoretta, hija del maestro veneciano, o de Vigée Le Brun, en cuyo retrato puede verse reflejada a María Antonieta (trabajó durante años en su corte). “Mucha gente cree que en los siglos pasados no había mujeres artistas: es mentira. Al principio pintaban solo las monjas, pero luego pasó a otro tipo de perfiles. Aquí en Florencia hubo un número muy elevado, aunque al comienzo muchas fueran esposas (Cosway era la mujer del artista Richard Cosway) o hijas de pintores. A partir del siglo XVIII empezó a suceder de manera libre”
Elisabeth Vigée-Lebrun, Autorretrato, 1790
Un técnico con uno de los dos autorretratos de Velázquez
Angelica Kauffmann (1741-1807), miembro original de la Royal Academy of
Arts de Londres, fue una de las más destacadas. En la obra que se expondrá en
los Uffizi se muestra con los pinceles, reivindicando su posición de artista
contra viento y marea de un tiempo poco inclinado a aventuras emancipadoras. En
parte por ello viste como un noble, pero con el pelo suelto. “Aparecer así en
aquella época era como los hippies en los 70. El fondo del cuadro tiene los
colores azul, rojo y blanco, asociados a la Revolución”.
Rosalba Carriera
En medio de una de las salas del depósito, sobre un caballete especial, comanda el autorretrato de la veneciana Rosalba Carriera (1675-1757), quintaesencia de la misión publicitaria. La artista se pinta al natural, pero en el mismo plano se observa en el cuadro el autorretrato que está haciendo, donde aparece mucho más guapa de lo que es realmente. “Es una forma de anuncio donde dice: ‘Si me contratáis, os voy a sacar mucho mejor de lo que sois’. Su trazo podría ser un precursor del Photoshop o de los filtros de Instagram. Para embellecer solo se necesita la mente y la mano”, bromea Scmidt. Un eslogan, pensaría el cardenal Leopoldo, tremendamente útil para esta arquelogía del selfie.
Eike Schmidt muestra el autorretrato de Jean-Étienne Liotard, pintado en 1744
*Texto de El País. España
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