Vodka
Gabriela Kizer
Que una tarde acabe con lluvia
y poco espesor de azúcar en la sangre
no es demasiado.
Que uno se reconcilie de pronto
con el amor peor dejado
y que vuelvan los cuerpos y las voces
sobre la casa hundida,
sin pretender alzar otra columna
ni soñar que habitamos otra casa,
es casi como un golpe que hace vida a la vida.
Y henos aquí
jugando a que estos besos son los besos de otros,
a que resbalan por la piel y no resfrían el alma.
Henos aquí jugando,
recorriendo de vuelta el polvoso camino
y pocos serios ante la gravedad del asunto
como si la risa viniera de una irónica calma,
de corazones ya suficientemente burlados.
Nosotros,
los que desconocíamos cualquier camino de retorno
¿Qué hemos hecho para venir a dar con el amor al que se vuelve?
Dónde estabas
mientras yo te enterraba
y enterraba contigo –cavadora egipcia-
toda la maraña del amor imposible
para que te llevara tus tesoros al otro mundo.
¿En qué limbo de paciencia aguardabas?
Te he soltado.
Ya no estás preso a mi pecho ni a imagen alguna
y no puedo dejar de preguntarme
en qué momento tu animal enfurecido
aceptó que se le quebrara el corazón.
Porque hoy he venido a mirarte largo rato a los ojos
sin sentir la tentación de pedirte
que me sostengas el mundo cuando los pisos se agrieten,
porque hoy he venido a mirarte
sin querer que me salves de nada.
Alguna vez confiamos en el tiempo
y cada quien –a su modo- supo postergarlo.
Ahora
que ya tenemos tan poco para postergar,
que robamos pasión a un tiempo que ya no es “nuestro tiempo”
que el portero del edificio me mira con recelo.
Ahora que el despecho para mí es estar en ascuas
entre el final de un poema
y el comienzo de otro que se tarda
como se tarda el amor
y que puede incluso no llegar nunca.
Ahora
que tantas tardes se han ido sin esperarte
y que he aprendido tan bien a sostener entre las noches
el as de un juego solitario,
que no puedo negar el desierto que habita este corazón
y lo reclama.
Ahora
que un clavo no saca otro clavo,
el pecho se tranca, de seguro, no le queda otra cosa.
Ha sido hermosa la tarde
aunque tan difícil sea hablar de amor,
aunque sepamos que hay una casa que se levanta sin estructura
y que esa casa es la nuestra.
No te pregunto por lo que haremos otras tardes,
eso lo sé
y voy a ti sin dobleces.
Vuelvo a sacar dos cubos de hielo,
los pongo en un vaso
y abro la botella
como quien retoma un gesto detenido por distracción,
como quien no ha dejado una noche de hacerlo.
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