El lado malo de las cosas
Virginia Feito
En defensa del pesimismo como arte y entrenamiento cognitivo para prevenir el Alzheimer. Un día pesimista equivale a 100 sudokus.
Me imagino que en el 98% de los casos se utiliza por un sentimiento de culpa tras 40 minutos haciendo precisamente eso que has dicho que no puedes hacer. O para cortar una conversación con tu madre, porque sabes que si no lo dices tú lo dirá ella, utilizando una estrategia similar a la que empleaba cuando no querías terminarte la comida de pequeño y te recordaba que hay niños en el mundo muriendo de hambre (“Ese niño no soy yo, sin embargo”, podías haber replicado. No lo decías porque, en fin, la vida es corta). Para mí, quejarme es algo tan automatizado como respirar, o como ignorar los extractos de mi tarjeta bancaria. Ni siquiera necesito que mis quejas sean escuchadas; me vale con lanzarlas al aire como un pequeño puñado de confeti putrefacto. Actualmente tengo un orzuelo del que me quejo aproximadamente cada media hora. Saco el orzuelo en cada conversación que tengo. Lo he hablado con un mujer en la calle.
Mi marido dice que cuando supero una queja me agarro a otra, como si fueran lianas y yo el Tarzán extremadamente neurótico que las navega. Claro que hago esto. ¿Cómo se vive si no? ¿Te quejas una vez y ya? ¿Te tragas la queja como si fuese una flema que no puedes escupir en público? ¿Cómo superas entonces las gigantes dosis de ansiedad que puede provocar un plomero que nunca será tan apto como los que contrata tu madre, o un e-mail que mandaste hace 48 horas y no te están contestando, o una pizza que te llega tarde a casa y encima no tiene todo lo que pediste porque pediste muchísimas cosas? Uno se queja por supervivencia. Siempre puedes y debes quejarte.
Por si alguno necesita practicar, adjunto ejemplos de cómo ver el lado malo de las cosas, para ir entrenando esa parte del cerebro que no quiere que la escuchen ni que la quieran sino que la dejen vivir en su desgracia, porque al fin y al cabo la insatisfacción es la única manera de progresar:
Qué buen día hace.
—Ahora te sudan las ingles. Ya es primavera, ahorraremos en calefacción. —Pero entonces las toallas del baño estarán mojadas y olerán a moho.
Ya es verano, puedo estrenar ropa fresquita nueva.
—Tendrás que estrenar también todas las arañas que te han salido por las piernas.
Ya es otoño, puedo taparme las arañas de las piernas.
—Es época de catarros. Además, cada día eres más vieja.
Han abierto una tienda que me encanta en mi barrio.
—Qué pena daría tener que mudarte algún día, algo probable ya que tu piso es alquilado. (Imaginemos todos los pisos y barrios inferiores a los que tendremos que mudarnos eventualmente.)
Este año he ganado más.
—Tendrás que pagar más a Hacienda.
Tengo muchos buenos amigos.
—Suena sospechoso. Seguro que varios no son tan buenos como crees.
Estoy de vacaciones.
—Pero estás durmiendo peor por las almohadas / el colchón / los ruidos del hotel.
Estoy de vacaciones y estoy durmiendo mejor que en casa.
—Pero cuando vuelvas a casa dormirás peor y echarás de menos la cama del hotel.
Estoy vivo, estoy sano.
—Pero tienes poco pelo
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