En el sótano del British
Museum
Jacinto Antón
Galería presidida por un busto de Ramsés II en el British Museum.
En los sótanos
del British Museum de Londres hay un gran cocodrilo del Nilo de
cuatro metros con fauces terribles y mirada hostil. Hace mucho que no se mueve,
pero no por ello su presencia es menos perturbadora. Además, está en compañía
de un montón de momias.
Momias egipcias, por todas partes (el museo posee 80 humanas y 300 de animales), colocadas en altas estanterías que parecen nichos. Algunas en sus ajados e historiados ataúdes, otras sueltas, envueltas en sus viejos vendajes. Una necrópolis inesperada tan lejos de Egipto. Todo está debajo de las salas del centro por las que discurre la ruidosa multitud de los visitantes. Es el misterioso espacio de los almacenes, uno de los lugares más sorprendentes y excitantes de los museos, un sitio donde se guardan cosas tan interesantes como las que se exhiben bajo los focos (¡e incluso más!) y donde se pueden tener visiones muy extrañas y vivir experiencias insólitas. No en balde las salas de reserva —otra forma de denominar a los almacenes— han tenido siempre fama de inquietantes. ¿Qué ocurre allí? ¿Qué se guarda? ¿Qué diálogo establecen entre ellos los objetos depositados fuera de la vista del público?
La preparación de
una gran exposición que incluye obras de los fondos del British Museum (además
de otras que están expuestas) es una ocasión magnífica para asomarse a ese
mundo oculto y desconocido. Y a la vez para descubrir cómo se organiza una
muestra internacional de primer orden, paso a paso, desde la idea original
hasta la selección de piezas y su traslado.
La
exposición Faraón. Rey de Egipto, producida en el marco del acuerdo entre
el Museo Británico y la Fundación La Caixa, se inaugurará el próximo 8 de junio
en Barcelona (hasta el 16 de septiembre) para luego exhibirse en Madrid (del 17
de octubre al 20 de enero de 2019).
Anillo de la XVIII Dinastía, usado como sello real.
Marie Vandenbeusch, responsable del departamento del Antiguo Egipto y Sudán, retratada en los almacenes del British Museum. RAÚL BELINCHÓN
Acceder a los sótanos del British Museum y a todos sus espacios no públicos es un proceso
complejo. La seguridad es exhaustiva. Quedamos en la verja exterior del museo
para un minucioso proceso de identificación y acreditación. De la mano de Marie
Vandenbeusch, responsable del departamento del Antiguo Egipto y Sudán y
comisaria de la exposición que se prepara, atravesamos puertas que se abren con
tarjetas, recorremos pasillos y bajamos escaleras. De repente accedemos a una
de las salas públicas y nos damos casi de bruces con una estatua moái de la
isla de Pascua.
Avanzamos entre la muchedumbre un rato para volvernos a introducir, a través de un espacio vetado al público, en otro dédalo de pasadizos.
Avanzamos entre la muchedumbre un rato para volvernos a introducir, a través de un espacio vetado al público, en otro dédalo de pasadizos.
La comisaria, una
mujer joven y simpática, pasa su tarjeta de identificación por un lector y
aparecemos en la mummy room, la sala de las momias, a la sazón vacía
porque aún no se ha abierto la sección egipcia a las visitas. Es una sensación
extraña, son más los muertos que nosotros los vivos. Las momias parecen
mirarnos con las bocas abiertas en un mudo reproche por perturbar su descanso.
Rodeado de ellas, busco la calidez humana en la conversación con la suiza
Vandenbeusch. Admiramos varias momias, lo que une mucho. Especialmente la del
hombre de época romana con la cara pintada sobre lino, barba e inexplicables
pechos femeninos.
Explica la estudiosa que el British (que guarda 120 momias humanas) no tiene problemas éticos para exhibirlas. “Lo hacemos con respeto y preservando su dignidad, dejando claro que son individuos y no objetos. Tratamos de mostrarlas con una luz más suave cuando van de gira”. A CaixaForum no viajará ninguna (aunque sí algún trozo monumental de sarcófago, como el que muestra la cabeza de Ramsés VI): la comisaria no cree que sea necesario para el argumento de la exposición. “Hay que acostumbrar a la gente a no pensar siempre en las momias cuando hablas de Egipto”. Vale, pero las echaremos de menos.
Al British Museum
se le dio mucho gato por liebre inicialmente con las momias. Las primeras que
adquirió, procedentes de la colección de su fundador, Hans Sloane, eran todas
falsas. Muchas de animales solo contenían unos pocos huesos o incluso nada más
que barro o madera. En el museo no se desenvuelven momias —lo que era todo
un show— desde 1790.
La comisaria señala
varias piezas, tras las vitrinas, que viajarán a España.
El piramidión (remate de la punta) de la pequeña pirámide de la tumba de Intef V en Dra Abu el Naga, con los nombres del rey; un cierre de brazalete de oro con minúsculos gatos recostados que procede del enterramiento en Edfu de la reina Sobekemsaf (Dinastía XVII, 1600 antes de Cristo); un anillo con un niño-rey (luce el uraeus, la cobra en la frente) representado…
La exposición, explica Vandenbeusch, no será cronológica (aunque tendrá todo el apoyo de esquemas y mapas para orientar al visitante), sino temática: irá abordando diferentes asuntos mediante los objetos, revelando las historias que hay detrás de estos y que nos hablan de los faraones, esos formidables autócratas que acumulaban todos los poderes: administrativo, judicial, religioso, militar. Y que eran además dioses encarnados y llegaban a rendir culto a sus propias efigies.
“Los reyes de Egipto”, recuerda, “no siempre fueron hombres y tampoco egipcios, a veces Egipto estuvo dividido por guerras civiles, conquistado por poderes extranjeros o regido por monarcas rivales. Algunos fueron reverenciados, como Tutmosis III, el gran faraón guerrero que extendió las fronteras del país; otros, satirizados u odiados, como Akenatón”. Muchos de los objetos supervivientes del Antiguo Egipto, prosigue, arrojan la imagen del faraón que él quería proyectar. La muestra quiere explorar la realidad que hay detrás y “los retos de reinar sobre una de las grandes civilizaciones de la antigüedad”.
Estatua de Tutmosis III, hoy en el Museo de Luxor.
¿Cómo era ser faraón? “Llevaba una vida muy ritualizada, cada día debía realizar ritos para los dioses. Era el garante de Maat, el orden cósmico. Sus apariciones debían estar muy teatralizadas y en ellas, rodeado de esplendor y oro, mostraba su naturaleza divina”. Todo lo cual no significa que puertas adentro, incluso en la propia familia, no hubiera tensiones y luchas de poder que podían conducir a conflictos dinásticos e incluso a la conspiración y el asesinato.
Hay que recordar
que la propia palabra faraón, a pesar de su fuerza y su capacidad de simbolizar
el Antiguo Egipto, es una convención relativamente moderna. Su acepción actual
data del final de la época faraónica. Hasta entonces al monarca se le
denominaba simplemente rey, señor o majestad. Faraón designaba al palacio y sus
habitantes, como si dijéramos Casa Blanca, Elíseo, Zarzuela o Buckingham.
La comisaria confiesa que siempre, en última instancia, se impone el pragmatismo al organizar una exposición de estas características. “Tienes una lista ideal de piezas y luego hay que bajar a la realidad y ver de cuáles dispones, las que pueden viajar, las que precisan restauración…”. Tiene que haber, señala, un equilibrio entre elementos, monumentales y pequeños, una mezcla entre objetos conocidos y otros que sean un descubrimiento para el público, que nunca hayan sido antes expuestos, fotografiados o publicados. Debe hacerse una síntesis. Y luego llega el diálogo con los diseñadores para decidir de qué manera llegará el proyecto al público. “Uno de los grandes retos es el espacio”.
La comisaria confiesa que siempre, en última instancia, se impone el pragmatismo al organizar una exposición de estas características. “Tienes una lista ideal de piezas y luego hay que bajar a la realidad y ver de cuáles dispones, las que pueden viajar, las que precisan restauración…”. Tiene que haber, señala, un equilibrio entre elementos, monumentales y pequeños, una mezcla entre objetos conocidos y otros que sean un descubrimiento para el público, que nunca hayan sido antes expuestos, fotografiados o publicados. Debe hacerse una síntesis. Y luego llega el diálogo con los diseñadores para decidir de qué manera llegará el proyecto al público. “Uno de los grandes retos es el espacio”.
En todo
caso, Faraón. Rey de Egipto, que revisa y reelabora, añadiendo ideas y
objetos nuevos, un proyecto de exposición organizada en 2016 para el Cleveland
Museum of Art (EE UU), ha podido al final reunir un conjunto verdaderamente
notable de obras que incluyen estatuas monumentales, relieves delicadamente
tallados de antiguos monumentos y rutilantes piezas de joyería. También algunos
objetos inesperados y muy sorprendentes, como el arco de guerra de uno de los
comandantes del ejército del faraón, tablillas de arcilla con cartas
diplomáticas o un papiro que recoge un proceso por un robo en un templo.
Piezas de un brazalete con minúsculos gatos recostados
Regresamos a los
espacios restringidos del British. La comisaria aprovecha para recordar que en
los sótanos del museo, revisando las colecciones, se producen hoy en día tantos
descubrimientos como sobre el terreno. “Cada vez que entras en los almacenes
descubres cosas nuevas”. Pasamos ante el despacho del departamento de Egipto y
Sudán, con peluches de cocodrilos y recuerdos personales, por un pasillo en el
que domina un retrato de la máscara de Tutankamón y una escalera en cuyo
rellano hay una estatua de Sobek. En el despacho de la propia comisaria hay una
muñeca que es una momia y una tesis sobre el asno en la vida religiosa egipcia.
Los almacenes subterráneos están divididos según los materiales que hay depositados: piedra, orgánico, momias. “No deje basura aquí”, reza un cartel.
Los almacenes subterráneos están divididos según los materiales que hay depositados: piedra, orgánico, momias. “No deje basura aquí”, reza un cartel.
En la zona de
piedra, nos reciben, junto a un banco de trabajo con herramientas, Evan York,
responsable de preservación y accesibilidad de las colecciones, y un enorme
capitel hathórico (en forma de cabeza de la diosa vaca Hathor), medio embalado
para la exposición.
Un escriba está de cara a la pared. En un pasillo se alinean decenas de impresionantes estatuas de la diosa Sejmet, “la terrible”, con cabeza de leona.
Una, sentada, está sujeta con correajes y parece prisionera. Resulta tentador hacerse un selfie. “No es muy cooperativa”, apunta York. Es maravilloso verlas, a las diosas, en este contexto privado, tan juntas, desprovistas del realce, y también de la distancia que da una sala de museo. Pienso absurdamente que parecen aguardar a que se abra una puerta a otro mundo, como en Stargate.
Un escriba está de cara a la pared. En un pasillo se alinean decenas de impresionantes estatuas de la diosa Sejmet, “la terrible”, con cabeza de leona.
Una, sentada, está sujeta con correajes y parece prisionera. Resulta tentador hacerse un selfie. “No es muy cooperativa”, apunta York. Es maravilloso verlas, a las diosas, en este contexto privado, tan juntas, desprovistas del realce, y también de la distancia que da una sala de museo. Pienso absurdamente que parecen aguardar a que se abra una puerta a otro mundo, como en Stargate.
Tantas cosas…, no
se pierde nada? “¡No! A cada objeto se le sigue continuamente la pista en la
base de datos al moverlo. Tenemos tantos, 15.000, que a veces hay alguna
localización incorrecta”. Excepcionalmente, una pieza puede estar
“deslocalizada” un rato. Una hora ya hace sufrir mucho. Pero todo aparece.
La comisaria y el
conservador me piden que por seguridad no detalle el color de las cajas de
embalaje ni las indicaciones que aparecen en ellas, algunas muy sabrosas. La
amenaza de robo durante los traslados siempre está ahí. Estos objetos no son
solo bellos e impresionantes, sino piezas de un valor inconmensurable. Una
estela de media tonelada ya ha sido embalada. Be careful. En total ya hay
44 cajas preparadas. En algunas van varios objetos. Debe ser importante que
vuelvan las mismas que han salido, bromeo admirando a un Ptolomeo. “¡Sí, por
favor!”, exclaman al unísono York y Vandenbeusch.
Por un pasillo que
parece la sentina de la Nostromo pasamos ante dos copias de la piedra de
Rosetta y un molde para hacer réplicas. Atravesamos la surtida biblioteca y
llegamos a otra sección del almacén, la de material orgánico. Dentro están las
momias instaladas en estanterías, hasta cinco niveles que llegan al techo.
Curioseo mientras la comisaria y el conservador hablan con el fotógrafo junto a
un sarcófago ramésida en restauración. Cajas de flechas, cajas de vasos
canopos, el ataúd de Ankhesnefer, ¡glups!, una caja de cráneos. Y entonces
descubro el cocodrilo, escondido al acecho debajo de todo, a nivel del suelo,
en la penumbra. Pego un respingo y hasta se me escapa un grito. “No te
preocupes, lleva tiempo muerto”, ríe York. “Lo escaneamos y dentro tiene
piedras de las que se tragan para la digestión y un hueso de muslo de vaca.
Probablemente era un espécimen sagrado que vivía en un santuario de Sobek, el
dios cocodrilo, y le reservaban la mejor parte de los sacrificios y ofrendas”.
Entre las muchas
maravillas de los almacenes del British Museum que van a viajar a España no
figura el cocodrilo. Es difícil decir si eso le importa al añoso reptil
momificado, que ya habrá visto de todo en sus días de gloria junto al Nilo.
Pero ahí se queda en su cubil, oscuro y misterioso, símbolo perfecto de todas
las cosas prodigiosas y pasmosas que guarda en su abultado y generoso vientre
el viejo museo londinense.
El País. España.