Mayo no acaba nunca
Marc Bassets
La explosiva revuelta estudiantil y obrera que cambió para siempre a Occidente hace ahora 50 años afronta una revisión a manos de una nueva generación de intelectuales
Mayo del 68 queda
hoy tan lejos en el tiempo como entonces quedaba el final de la Primera Guerra
Mundial. Cinco décadas, medio siglo. Sometida a relecturas periódicas y objeto
recurrente de disputas políticas, la última gran revuelta estudiantil y obrera
en París empieza a ser un objeto histórico distante.
Los protagonistas —el equivalente a los excombatientes de 1918— o están jubilados o han muerto. Por primera vez, este país tiene un presidente, Emmanuel Macron, nacido después y biográficamente desligado de unos hechos que, quizá por última vez, colocaron a Francia en el centro de un movimiento político e intelectual de impacto mundial.
Los protagonistas —el equivalente a los excombatientes de 1918— o están jubilados o han muerto. Por primera vez, este país tiene un presidente, Emmanuel Macron, nacido después y biográficamente desligado de unos hechos que, quizá por última vez, colocaron a Francia en el centro de un movimiento político e intelectual de impacto mundial.
La peculiaridad de
la efeméride es que las pasiones que en otros momentos despertó parecen
apagarse. Mayo del 68 sigue siendo una presencia constante en la vida francesa:
no hay movimiento de protesta que no se mida con el de hace 50 años; el último
caso es el de los
estudiantes que ocupan Facultades desde hace semanas o los
ferroviarios en huelga contra la reforma de la SNCF, la compañía
pública de ferrocarriles. Un consenso sobre su significado —un momento de
cambio social profundo en las sociedades francesa y occidental, cambio
irreversible y ya asumido a izquierda y derecha— se dibuja poco a poco sin las
objeciones estridentes de otras épocas.
“Mayo del 68 es una
fecha que nunca se extinguirá”, explica el historiador Benjamin Stora. Stora
participó en las protestas de hace 50 años como estudiante de instituto y ahora
acaba de publicar "68, et après" (68, y después), un libro
autobiográfico sobre las consecuencias de Mayo del 68 en su itinerario político
y vital. “Es una fecha”, continúa, “parecida a la Comuna de París, a la
revolución de 1848, al Frente Popular en 1936, a la Liberación de París en
1944. Son las grandes fechas de la historia francesa, y esto permanecerá en la
memoria colectiva”. Que quede tan lejano en el tiempo no significa, según
Stora, que se haya convertido en un objetivo histórico frío, indiferente para
el presente. “Ah, no”, responde. “Mayo del 68 no puede ser un objeto frío,
porque arrastra muchos sentidos diferentes. La fuerza de Mayo del 68 es que
representa un movimiento de arranque, de sacudida. Sacude una sociedad: en las
relaciones entre hombres y mujeres, en las relaciones con el Estado, en las
relaciones con la política, en las relaciones con la organización del trabajo,
en las relaciones con la escuela. Abre una secuencia nueva. Por eso no puede
ser un astro muerto”.
La dificultad para
entender Mayo del 68 se explica porque el término ofrece múltiples significados
e interpretaciones. En su sentido estricto, designa el quinto mes del año 1968,
cuando París sobre todo —pero también otras ciudades francesas— fue el
escenario no de una, sino de, como mínimo, tres crisis que acabaron confluyendo
y retroalimentándose.
Primero, la crisis estudiantil, que tuvo por escenario el Barrio Latino de la capital francesa, y que proporcionó las imágenes más memorables de la revuelta: los eslóganes imaginativos, la ocupación de la Sorbona, las barricadas y los adoquines.
La segunda crisis fue obrera, y se expresó en una huelga general de varias semanas que desembocó en unos acuerdos laborales que representaron una subida del salario mínimo del 35%.
La tercera crisis fue política: la contestación sindical y estudiantil al régimen de la V República que puso contra las cuerdas al general De Gaulle, hasta entonces su único presidente, en una situación que acabó desembocando, tras el triunfo del gaullismo en las elecciones legislativas de junio, en la derrota en un referéndum al año siguiente y su dimisión.
Primero, la crisis estudiantil, que tuvo por escenario el Barrio Latino de la capital francesa, y que proporcionó las imágenes más memorables de la revuelta: los eslóganes imaginativos, la ocupación de la Sorbona, las barricadas y los adoquines.
La segunda crisis fue obrera, y se expresó en una huelga general de varias semanas que desembocó en unos acuerdos laborales que representaron una subida del salario mínimo del 35%.
La tercera crisis fue política: la contestación sindical y estudiantil al régimen de la V República que puso contra las cuerdas al general De Gaulle, hasta entonces su único presidente, en una situación que acabó desembocando, tras el triunfo del gaullismo en las elecciones legislativas de junio, en la derrota en un referéndum al año siguiente y su dimisión.
Pero Mayo del 68 va más allá de estas cuatro semanas, que en realidad
fueron 10, entre finales de marzo, cuando prendió la mecha de la movilización
universitaria en Nanterre, en las afueras de París, y principios de junio,
cuando De Gaulle y su Gobierno retomaron el control de la situación. Mayo del
68 es un símbolo de algo más: de las revueltas de toda una generación. Y en
este caso la cronología es más amplia, se extiende desde finales de los años
cincuenta, con el activismo contra la guerra de Argelia, hasta bien entrados
los años setenta, con al deriva más dogmática y, en algunos casos, violenta del
movimiento. Finalmente, Mayo del 68 designa el reflejo muy local —concentrada
en unos kilómetros cuadrados en el centro de París— de un fenómeno
internacional que tiene sus prólogos y réplicas en Berlín, México, Berkeley o
Praga.
Espíritu de 1968 ... los residentes rodean los tanques soviéticos en Praga, Checoslovaquia.
Marcha de la Brigada Furiosa en Londres, 1972. Fotografía: Steve Wood
“Para mí, Mayo del 68 no son las 10 semanas que hicieron temblar Francia y la confluencia de las tres crisis mayores: la estudiantil, la obrera y la del poder”, dice en un café del Barrio Latino Patrick Rotman, que estuvo ahí y es coautor con Hervé Hamon de la monumental crónica en dos volúmenes "Génération: Les années de rêve y Les années de poudre" (Generación. Los años de sueños y Los años de pólvora), publicada en los años ochenta. Génération también tiene una versión en documental. “Para mí, Mayo del 68 es otra cosa: una especie de epicentro de una mutación social y cultural que atraviesa las sociedades francesa y occidentales”. Rotman parte de la base de que Mayo del 68 “es un acontecimiento cuyos efectos han terminado” y que por este motivo “hay que estudiarlo como un objeto histórico”.
“Para mí, Mayo del 68 no son las 10 semanas que hicieron temblar Francia y la confluencia de las tres crisis mayores: la estudiantil, la obrera y la del poder”, dice en un café del Barrio Latino Patrick Rotman, que estuvo ahí y es coautor con Hervé Hamon de la monumental crónica en dos volúmenes "Génération: Les années de rêve y Les années de poudre" (Generación. Los años de sueños y Los años de pólvora), publicada en los años ochenta. Génération también tiene una versión en documental. “Para mí, Mayo del 68 es otra cosa: una especie de epicentro de una mutación social y cultural que atraviesa las sociedades francesa y occidentales”. Rotman parte de la base de que Mayo del 68 “es un acontecimiento cuyos efectos han terminado” y que por este motivo “hay que estudiarlo como un objeto histórico”.
Pensar en 1968 hoy,
con la perspectiva de medio siglo, significa desgajarlo de sus ropajes
ideológicos más aparentes y entender, por ejemplo, que responde a un cambio de
fondo de la sociedad. Rotman cita tres aspectos. Uno, el boom demográfico
de la posguerra, que genera una sobrepoblación de jóvenes que la universidad es
incapaz de absorber en condiciones. Dos, el paso de una sociedad rural a otra
urbana. Y tres, un ritmo de crecimiento económico que Francia y las sociedades
occidentales no han vuelto a vivir. Estas mutaciones —que podrían resumirse por
un salto acelerado y no planificado a la modernidad— chocaron con unas
estructuras de poder anquilosadas: en el mundo político (incluido el Partido
Comunista) y universitario, pero también en los sindicatos y en la familia.
A lo largo de las
décadas, como si los hechos de mayo se observasen con un caleidoscopio, la
mirada ha ido transformándose. Incluso para los protagonistas. “Tuvimos un
marco de lectura excesivamente determinado por las teorías marxistas que más o
menos habíamos entendido, y que ocultaron el sentido del movimiento y de la
revuelta”, dice Alain Geismar, uno de los tres líderes universitarios visibles.
Los otros dos fueron Daniel Cohn-Bendit y Jacques Sauvageot, recientemente
fallecido. El mismo Geismar, entonces un joven profesor que presidía el
sindicato SNESup y que procedía de la socialdemocracia, entró en Mayo del 68,
al principio, con la idea de que la arcaica universidad de la época “no podía
continuar así”. Podría decirse que a primeros de mayo era un reformista. Unas
semanas más tarde terminó convencido de que se estaba gestando un movimiento
revolucionario. Acabó liderando el grupo maoísta Gauche Prolétarienne
(Izquierda Proletaria) y pasando 18 meses en prisión. Después regresó a la
socialdemocracia y trabajó en el Ministerio de Educación, donde colaboró con
varios ministros socialistas. Ahora vota a Macron. “En 1968”, recuerda,
“rechazábamos lo que llamábamos la recuperación. Temíamos que los partidos
recuperasen el movimiento y se sirviesen de él para subir al poder. Y el hecho
es que no fueron los partidos los que recuperaron lo que cristalizó en Mayo del
68, sino la sociedad”.
Otro veterano de
aquellos días, Marc Kravetz, que después sería reportero del diario Libération, cuenta que, pese a que los
participantes albergaban ideas revolucionarias más o menos articuladas, en
seguida entendieron “que no se trataba de esto, que no era el grand soir (el
gran atardecer, o el momento decisivo de la revolución), que era simplemente un
momento de liberación, de libertad”. “El Mayo del 68 francés”, dice en otro
momento, “es un enorme movimiento de liberación. Hoy se habla mucho, a
propósito del acoso sexual, de la liberación de la palabra de las mujeres. Mayo
del 68 es la liberación de la palabra, sin más. (El filósofo jesuita) Michel de
Certeau dijo: ‘En Mayo del 68 se tomó la palabra como se había tomado la Bastilla
en 1789”.
La interpretación
histórica, una vez superada la ilusión en algunos de que Mayo del 68 podía ser
el primer capítulo de la verdadera revolución, osciló entre dos visiones, que
vagamente se correspondían a la izquierda y la derecha. Para la izquierda,
encarnada en Francia por un Partido Socialista que integró en sus filas a
muchos de los veteranos de Mayo del 68, esta fecha abrió las puertas a la
modernización de Francia, un país más tolerante y democrático a partir de
entonces. Desde los derechos de los gais hasta la igualdad de los géneros,
pasando por una escuela y una universidad más abiertas e igualitarias, todo
esto se consideró desde esa óptica herencia de Mayo del 68.
En la derecha se desarrolló desde los años ochenta, con el ensayo de
los filósofos Luc Ferry y Alain Renaut La pensée 68 (El pensamiento
68), una crítica de Mayo del 68 como momento esencialmente destructor —de las
jerarquías, de las tradiciones, de las normas sociales, del respeto a los
símbolos de la nación…— y precursor del hedonismo y el individualismo de las
décadas siguientes, del relativismo y el todo vale que borra las fronteras
entre el bien y el mal, de la cultura del arrepentimiento y la autoflagelación
por los crímenes cometidos por Francia, de la existencia de los guetos
islamistas, e incluso del capitalismo desenfrenado que agrava las desigualdades
y provoca crisis financieras. Toda esta enumeración, con variaciones, aparecía
en un discurso que Nicolas
Sarkozy pronunció en su campaña para la elecciones presidenciales de
2007, que ganó. “En esta elección”, dijo, “se trata de saber si la herencia de
Mayo del 68 debe perpetuarse o si debe liquidarse de una vez por todas. Quiero
pasar página de Mayo del 68”.
Una década después,
los ánimos se han calmado, y si efectivamente se ha pasado página de Mayo del
68, no ha sido para denigrarlo, pero tampoco para convertirlo en una gesta.
Como dice el historiador Stora, “el pensamiento anti Mayo del 68 ha perdido
fuerza porque, tanto a la izquierda como a la derecha, 1968 se ha convertido en
una evidencia”. La victoria de Macron hace un año y el hundimiento del Partido
Socialista cierran un capítulo.
Mayo del 68 queda
lejos, tanto como 1918 en aquel tiempo, y otra generación revisa el momento
histórico. La escritora Laurence Debray, autora del premiado "Fille de
révolutionnaires" (Hija de revolucionarios), aporta una mirada particular.
Ella no es hija de sesentayochistas, sino, como dice el título de su
libro, de revolucionarios de verdad: Régis Debray y Elizabeth Burgos, que en
los años sesenta participaron en las revoluciones latinoamericanas. Régis
Debray estuvo con el Che
Guevara en la selva de Bolivia y pasó cuatro años preso en este país
mientras los estudiantes se rebelaban en París. El libro de Laurence Debray,
nacida en 1976, un año más joven que Macron, puede leerse como una carta a sus
padres, tierna pero severa: la carta de una hija que no cree en la revolución,
que ha sido banquera en Wall Street, que cuestiona los compromisos de sus
padres, Elizabeth y Régis.
“Mis padres eran
revolucionarios de verdad”, dice Laurence Debray. “Tenían esta disciplina casi
militar, una ideología muy seria, una experiencia en el terreno con armas
reales. Entonces, claro, para ellos, regresar a Francia, donde lo máximo que
habían vivido sus compañeros era Mayo del 68, fue un poco difícil. A ellos no
les interesaba Mayo del 68”.
Unos días antes, al
responder a una llamada telefónica de este periodista, Régis Debray había
dicho: “No me interesa (hablar de Mayo del 68). Nada. Es un ejercicio de intelectual francés,
y yo no soy un intelectual francés”.
“Mi visión”, dice
Laurence Debray sobre los sesentayochistas, entre los que, insiste, no
incluye a sus padres, “es que vivían muy bien en una Francia que iba muy bien”.
“Lo que les reprocho es que dejaran una Francia endeudada, con problemas en la
educación, en las pensiones, en las banlieues (los barrios
periféricos)”, añade. “Les reprocho que no quieran envejecer, que no hayan
querido dejar el poder. La revolución hoy es la llegada al poder de Emmanuel
Macron. Macron ha echado a la generación de Mayo del 68, que se aferraba al
poder. Para mí, este es el cambio”.
Babelia. El País. España
Algo más de Marc Bassets: "¿Vivimos aún en la era del 68?"
Algo más de Marc Bassets: "¿Vivimos aún en la era del 68?"
Mayo del 68 ya es historia: Macron nació nueve años
después, y la mayoría de líderes mundiales eran niños o adolescentes entonces.
Pero Mayo del 68 —y, en un sentido más amplio, el “68 largo” del que habla el
historiador británico Richard Vinen: un 68 que no es exclusivamente
francés y que empieza antes y acaba después de este año— es presente: uno de
estos momentos que abre las compuertas de una nueva época, que todavía es la
nuestra.
Del movimiento feminista y la defensa de los
derechos de los homosexuales a la afirmación de los derechos individuales y la
contestación de la autoridad, 1968 modela, a veces de forma insospechada, el
mundo en que vivimos. Tan lejos, tan cerca.
“En cierta manera, la versión cultural del 68 ha
triunfado sobre la versión social”, dice desde Londres el historiador Vinen,
autor de 1968. "El año en que el mundo pudo cambiar" (editorial
Crítica). Lo que Vinen llama “versión cultural” serían los movimientos de la liberación
de las mujeres o de los gays, el cuestionamiento de las jerarquías o una
democracia más avanzada. Los ecos no se han apagado.
La “versión social” tiene que ver con el movimiento
obrero, dicen Vinen. Vivió su apogeo en el 68: en Francia no hubo una
revolución pero sí una huelga general que paralizó el país y un pacto social,
los acuerdos de Grenelle, que supusieron mejoras salariales tangibles e
inigualadas. Continuó, en Francia y otros países, en los años setenta. Y en los
ochenta chocó con la contrarrevolución reaganiana y thatcheriana.
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