jueves, 10 de mayo de 2018

COMPORTAMIENTO



Compórtate

Leila Guerriero










Imagen:  Malcolm T. Liepke











Durante siglos nos decretaron el largo de la falda, la profundidad del escote, la intensidad del maquillaje. Nos indicaron el punto exacto en el que un pantalón deja de ser ajustado para empezar a ser provocativo, nos reglaron el alto de los tacos y la edad para empezar a usarlos. Nos obligaron a sentarnos con las piernas cerradas y a caminar sin bamboleo. Nos inculcaron reglas estrictas acerca de cuándo hay que dar el primer beso o ir a la cama. Máquinas de lustrar el piso y de parir, nos repartieron las tareas de la casa, los deberes hacia el marido y los hijos. Aprendimos que si nos pegaban era porque algo habíamos hecho. Nos enseñaron el bordado, el silencio, la hipocresía y la paciencia. Nos dijeron lo que podíamos saber y lo que no, lo que podíamos leer y lo que no, lo que podíamos estudiar y lo que no. Todo eso nos lo hicieron hombres y mujeres. Siglos después, parecía que habíamos aprendido algo. Hasta que en abril de 2018 un grupo de jueces españoles decidió que cinco varones que violaron a una mujer de dieciocho en los Sanfermines de 2016 fueran condenados a nueve años de cárcel por abusos sexuales, y no a veintidós por violación, emitiendo un fallo según el cual no hubo intimidación ni violencia hacia la víctima, que declaró haber hecho lo que muchas hubiéramos hecho para defendernos de una suerte peor: “cerré los ojos para no enterarme de nada y que pasara rápido (…) Cuando me vi rodeada sentí miedo, no sabía cómo reaccionar y reaccioné sometiéndome”. Los jueces concluyeron que la chica se quedó demasiado quieta, que no pataleó, ni chilló, ni arañó, ni forcejeó como debe hacer una mujer honesta para defender su honra. Así, después de siglos de barbarie, cuando parecía que habíamos aprendido algo, unos jueces españoles nos arrojaron a la cara El Manual del Buen Comportamiento de la Mujer Violada.












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