‘Supongamos que Nueva York es una ciudad’ de Fran Lebowitz y Scorsese la serie más brillante de Netflix
Sofía LázaroFran Lebowitz es toda una institución neoyorquina o, más bien, una escritora que no podría existir si no es en Nueva York, a pesar de que no hay detalle de la ciudad que no sea blanco de sus divertidas críticas en el documental que protagoniza y del que todo el mundo habla.
Supongamos que Nueva York es una ciudad es una miniserie de Netflix de siete episodios de menos de 30 minutos de duración cada uno dirigida, producida y coprotagonizada por Martin Scorsese en los que la septuagenaria escritora reflexiona sarcástica e inteligentemente sobre la ciudad que ambos amigos habitan, aman y, en ocasiones, odian, pero siempre con sentido del humor. En un momento del documental, una espectadora pregunta a Fran Lebowitz qué es lo que la retiene en Nueva York. “La gente a menudo me pregunta por qué sigo aquí. Y contesto: ‘De acuerdo, ¿qué otro lugar sugieres?’ El caso es que si se me ocurriera un sitio mejor ya estaría allí”.
A menudo comparada con Dorothy Parker por la mordacidad con la que analiza las convenciones sociales, Fran Lebowitz vuelve a dejarse dirigir por su amigo Martin Scorsese diez años después de Public Speaking, y el resultado tiene enganchado a medio mundo. Se suceden charlas privadas entre ambos, teatros llenos de espectadores que interrogan a ambos, entrevistas (alguna de Alec Baldwin) a la escritora y cómica, secuencias de Lebowitz paseando sus muchísimas opiniones con un toque de su peculiar snobismo: asegura por ejemplo que ella no desprecia a nadie por sus orígenes, pero sí desprecia a quienes no están de acuerdo con ella.
Si todo el mundo está recomendando la miniserie en redes sociales es porque aporta algo diferente y necesario. El enésimo canto de amor de Scorsese a su ciudad nos devuelve la ilusión de recorrer el Nueva York auténtico (a pesar de no poder viajar) mientras que la afilada lengua de Fran Lebowitz es un buen recordatorio de lo sano que es tener juicios propios y razonados. “Sé que enfurezco a mucha gente, pero a esas personas les preguntaría: ‘¿Quién soy yo? ¿acaso tomo decisiones por ti?’. ¡Si no estoy a cargo de nada! Entendería que les molestara si cada vez que digo que algo debería ser de determinada forma yo pudiera cambiarlo… Pero si pudiera cambiarlo la que no estaría enfadada sería yo. La rabia es porque no tengo poder, pero sí muchas opiniones”.
Lebowitz llegó en los años 70 a la ciudad que recorre y juzga en la serie y enseguida se convirtió en una celebridad por su agudísimo ingenio: Andy Warhol y David Letterman no tardaron en contratarla como colaboradora habitual. Considerada por la edición estadounidense de Vanity Fair como una de las mujeres mejor vestidas del mundo, jamás abandona su estilo masculino: sus posados en esmoquin son habituales en las alfombras rojas. Entre sus principales fobias están los teléfonos móviles y tablets. El resto, merece la pena descubrirlo en Supongamos que Nueva York es una ciudad.
"No hay nada de malo en ser un inepto, o en hacer algo mal, pero guárdatelo para ti" y otras fascinantes frases del documental de Fran Lebowitz:
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Sobre el dinero: “Odio el dinero profundamente. Sin embargo, mi problema con esto, no es mi único problema, es que me encantan las cosas. Odio el dinero, pero me encantan las cosas. Lo odio, pero me gustan los muebles. Lo odio, pero me gustan los coches. Lo odio, pero me encanta la ropa. Odiar el dinero está bien si odias las cosas, porque entonces eres el Dalai Lama”.
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Sobre el talento: “De pequeña me encantaba escribir. Me encantaba hasta que recibí mi primer encargo para hacerlo por dinero. Pasé a odiar escribir. Solo he conocido a una escritora muy buena a la que le encantara escribir. Solo a una. A la mayoría de personas a las que le gusta se les da fatal. A mí me encanta cantar y lo hago muy mal. No es raro que te encante hacer algo que se te da fatal. Verás, puedes hacer muchas cosas que no se te dan bien, y no hay nada de malo en ser un inepto, o en hacer algo mal, fatal, pero guárdatelo para ti. No lo compartas”.
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Sobre el arte en nuestros días: “O sea, vas a una subasta, sale un Picasso, y silencio sepulcral. Cuando baja el martillo por el precio, aplausos. Vivimos en un mundo en el que se aplaude el precio, no el Picasso. Nada más que añadir”. (En la imagen, junto a uno de sus primeros jefes, Andy Warhol)
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Sobre su sentido del humor: “Mi madre me dijo cuando tenía 12 años o por ahí, ‘No seas graciosa, a los chicos no le gustan las niñas graciosas’. Una pena que se equivocara”.
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Sobre el consejo que daría a los jóvenes: “Piensa antes de hablar. Lee antes de pensar. Esto te dará algo en lo que pensar que no te hayas inventado. Una buena jugada a cualquier edad, pero sobre todo a los 17 años, cuando corres el peligro de llegar a conclusiones molestas”.
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Sobre los placeres culpables: “No los tengo porque el placer nunca me hace sentir culpable. Es increíble que exista esa expresión, a menos que tu placer sea matar a gente… Mis placeres son totalmente benignos. Nadie se muere, no molestan a nadie. Vivimos en un mundo donde la gente no se siente culpable por matar, no se siente culpable por enjaular bebés en la frontera… ¿Y yo debería sentirme culpable? ¿Por qué? ¿Por repetir espaguetis? ¿Por leer una novela policíaca?”.(En la imagen con Whoopi Goldberg).
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Sobre ir de vacaciones: “Me fascina que la gente vaya a sitios por diversión. Cuando estoy en el aeropuerto y veo a gente que se va de vacaciones pienso, ‘¿Tan horrible es tu vida?’. Es tan horrible que dices, ‘¿Sabes qué sería divertido? Cojamos a los niños, vayamos al aeropuerto con miles de maletas, pongámonos a hacer colas, que nos griten unos imbéciles, vayamos tarde, todos apretujados… Y es mejor que nuestra vida real”.
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Sobre el esnobismo: “Hay cierto esnobismo que veo negativo. Pero ese no es el tipo de esnobismo que tengo, claro. Mi esnobismo no tiene nada que ver con: ‘¿Quién es tu padre? ¿Dónde estudiaste? ¿Dónde te criaste?’. Tiene que ver con: ‘¿Estas de acuerdo conmigo?”.
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Sobre la cultura del bienestar: “Es algo que no puedo tolerar. Está en todos los periódicos y las revistas. Antes no teníamos bienestar y pienso, ‘¿Qué es el bienestar?’. Es como un extra de salud. El bienestar es codicia. No me basta con no estar enferma, tengo que sentirme bien. Esto del bienestar tienes que comprarlo. Hay alimentos especiales: tés, semillas, zumos, batidos… Todas las cosas que la gente busca en el bienestar, yo no las querría. No, gracias. Un tercio de la gente de Nueva York lleva una esterilla de yoga. Solo por eso, nunca haría yoga. Es terrible. Llevar por ahí una alfombra enrollada es algo que no hago desde la guardería: la llevábamos al colegio porque dormíamos en el suelo. Nueva York era mucho más elegante que eso”.
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Sobre los millonarios: “Para ganar mucho dinero hace falta amar el dinero. Amarlo de verdad, preocuparse por él. Siempre lo digo. Hay dos tipos de personas en el mundo: los que creen que se puede tener suficiente dinero y los que tienen dinero”. (En la imagen, junto a Carolina Herrera).
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Sobre el #MeToo: “Creo a todas las mujeres. Demuéstrame que alguna miente. Seguro que alguna miente, estoy segura. Pero tienes que demostrármelo porque yo fui una mujer joven. Cualquiera que haya sido chica, que fuera joven, sabe qué es eso”.
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Sobre la cultura de la cancelación: “Despedir a alguien de su trabajo cuando hace algo horrible debe hacerse. Pero no leer los libros o escuchar la música de alguien me parece que no tiene sentido. Siguen siendo grandes artistas. La gente dice, ‘Ya no puedes escuchar su música sin acordarte de ello’, y pienso, ‘Tú, no; yo, sí”.
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Sobre el deporte profesional: “Para mí el deporte es algo apropiado solo para un niño de siete años. La razón de que el deporte sea tan importante es que lo dirigen hombres. Si el mundo lo dirigieran las mujeres, ¿crees que habría competiciones de rayuela profesional?”.
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Sobre los jets privados: “Siempre me sorprendo cuando viajo en los aviones privados de los demás porque pienso: ‘Si fuera mi avión, tú no viajarías en él’. ¿Qué sentido tiene tener un avión privado si hay más gente? La gente me pregunta, ‘¿No te gustaría llevar a tus amigos?’. ¡No, para nada!”.
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Sobre los rascacielos de Nueva York: “Cuando empezó Ralph Lauren, lo que realmente hizo fue copiar la ropa de Brooks Brothers, donde compraba un tipo de gente concreta: anglosajones blancos, protestantes. Y yo también, pero básicamente ellos. Cuando Ralph Lauren empezó a hacer sus prendas, las copió, pero las hizo un poco diferentes. Las camisas de Brooks Brothers –antes de que se las cargaran– ya no le quedaban bien a nadie. Esa gente no quería ropa que sentara bien. Había algo un poco ambicioso en que la ropa sentara bien. Ralph Lauren no era de esas personas y no sabía que la ropa no tenía que sentar bien, por tanto, su ropa se parecía más a la que no usaban estos anglosajones. Para mí, lo increíble fue que, después de un tiempo, los que siempre compraban en Brooks Brothers empezaron a comprar en Ralph Lauren. La gente auténtica a la que estaba copiando le compraba, aun sabiendo que no era auténtica. Para mí, esto es exactamente lo mismo que pasó con los rascacielos que copió Dubái… y ahora copiamos nosotros”. (En la imagen, con Calvin y Kelly Klein).
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Sobre su estilo de vida: “¿Cómo lo describiría? Pues nunca diría: estilo de vida. Así es como lo describiría”.
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Algo más:
Por qué el uniforme de Fran Lebowitz es todo lo que necesitamos
Una oda al estilo práctico y elegante de Fran Lebowitz
Hay dos cosas en la nueva miniserie de Martin Scorsese y Fran Lebowitz, "Supongamos que Nueva York es una ciudad," que aunque no son una parte fundamental de la trama, son el centro de atención para muchos. Por un lado, el hecho de que el director de Taxi Driver (1976) y El lobo de Wall Street (2013) no pueda parar de reír a carcajadas con el humor ágil, irónico y corrosivo de Lebowitz y con sus reflexiones sarcásticas e inteligentes sobre la ciudad en la que ambos viven. Unas risas que dejan ver una amistad y complicidad intrínseca que hay entre ambos desde hace años.
Por otro lado, la forma en la que el estilo de Lebowitz se muestra pulido y muy presente en las escenas de la serie. Y es que, a pesar de que en el primer capítulo de Supongamos que Nueva York es una ciudad, alguien pregunta a la escritora, “¿Cómo describirías tu lifestyle?, a lo que ella, en su característico tono irónico, contesta: “Bueno, te aseguro que nunca utilizaría la palabra lifestyle”, lo cierto es que su estilo de vida está perfectamente plasmado y es bastante reconocible en los 7 capítulos de la serie de Netflix.
Pantalones vaqueros Levi's 501 con el bajo remangado, abrigos largos y en colores neutros, blazers masculinas de silueta ligeramente oversize de la sastrería Savile Row, gafas redondas de carey y botas marrones de tipo cowboy engrosan el uniforme de la escritora y humorista estadounidense que muchos han comparado con Dorothy Parker por sus agudas y ácidas reflexiones acerca de la sociedad y la vida cotidiana neoyorquina. Un uniforme elegante, eterno y de aire masculino que ha pasado a formar parte de su personalidad.
No hace falta decir que Lebowitz hace caso omiso a las tendencias y que lo que se lleva no le interesa demasiado. Probablemente incluso le resultará bastante molesto que Internet y las redes sociales se estén plagando en los últimos días de odas a sus looks. Pero lo cierto es que, sin quererlo, se ha convertido en un auténtico icono de estilo.
Lebowitz llegó a Nueva York con 18 años con el anhelo de ser escritora. Con 21 años empezó su carrera gracias a una colaboración con la revista Changes. Más adelante fue fichada por Andy Warhol como columnista de Interview. Comenzó a tener contactos y conexiones con artistas, escritores y con personajes de la cultura pop (sobre todo de la mano de su asiduidad a las fiestas de la emblemática discoteca Studio 54) y acabó convirtiéndose en una excéntrica celebridad.
En los primeros minutos de la serie Lebowitz pasea por las calles de Nueva York con pantalones vaqueros, un abrigo azul largo, bufanda y gafas de sol. Un look que nos deja las claves del éxito de su estilo práctico y sencillo que de forma natural se convierte en una parte más de su personalidad y que representa a la perfección la estética atemporal y effortless propia de una neoyorquina clásica.
Su uniforme es discreto pero infalible. Y también triunfa el hecho de que Lebowitz apuesta por invertir en ropa eterna, ignorando y evitando tendencias fugaces. Este equilibrio perfecto entre la elegancia y la normalidad hace que el uniforme de Lebowitz, muy a su pesar, sea una fuente de inspiración infinita.
Mi admiración por Fran Lebowitz ha sido inquebrantable desde que descubrí sus libros a principios de los ochenta. Por qué ya no se imprimen es desconcertante, ya que la popularidad de Lebowitz garantizaría no solo un inmenso beneficio financiero tanto para ella como para el editor, Random House, sino también renovaría el interés en cómo el genio del ingenio allana el camino para ese raro bien: la verdad.
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