El arte falso y sus falsificadores
En el año 2001, la galería Knoedler de Nueva York pagó a Glafira Rosales, marchante de Long Island, 950 mil dólares por una obra atribuida a Jackson Pollock, Sin título, fechada en 1950. En 2007, el financiero belga Pierre Lagrange compró el cuadro a la galería neoyorkina por 17 millones de dólares. Tres años después, el coleccionista trató de subastar la obra en Londres. Las reputadas casas de subastas Sotheby’s y Christie’s rechazaron el pollock porque ponían en duda su autenticidad. En 2011, el coleccionista presentó una demanda judicial contra la galería Knoedler, demanda que fue resuelta al año siguiente. El cuadro regresó a la galería, que cerraría ese mismo año como consecuencia del escándalo.
Años atrás, en 2003, la galería Knoedler había recomprado un pollock (Sin título, 1949), que también se reveló como falso, al coleccionista Jack Levy, quien lo había adquirido en esa galería en 2001 por dos millones de dólares. La falsedad de las obras citadas quedó demostrada al analizar los pigmentos utilizados, que resultaron ser posteriores a 1970 (Jackson Pollock falleció en un accidente de coche en 1956).
Si bien ambos casos fueron resueltos de forma particular y “amigable” entre los compradores de las obras y la galería de Manhattan, lo cierto es que la demanda de Pierre Lagrange alertó a otros coleccionistas, museos e intermediarios que en los últimos años habían comprado obras a Knoedler, una hasta entonces prestigiosa y antigua galería, fundada en 1846.
Tras 165 años de actividad y una selecta clientela que incluía célebres figuras de la talla de Paul Mellon, la galería se vio obligada a cerrar sus puertas sin previo aviso ante la denuncia de Lagrange y el consiguiente escándalo. Desde entonces, ha salido a la luz que ya a mediados de los años noventa y hasta 2009 la mencionada marchante, de origen mexicano, Glefira Rosales había vendido a M. Knoedler & Co., además de los falsos pollocks, distintas falsificaciones de obras de Mark Rothko, Willem de Kooning, Richard Diebenkorn, Franz Kline y Barnett Newman, entre otros de los más grandes expresionistas abstractos norteamericanos del siglo XX. Al parecer, durante esos años se comercializaron a través de la galería neoyorkina sesenta obras falsas suministradas por Glafira Rosales. Otras tres, atribuidas a Motherwell –de la serie Elegías a la República Española–, fueron vendidas a través de la galería Julian Weissman.
Robert Motherwell, “Elegía a la República Española”. Óleo sobre tela, 1954
La multimillonaria estafa conmocionó al mercado internacional del arte. Se sucedieron demandas penales ante la Corte Federal de Manhattan contra Glafira Rosales por estafar en ochenta millones de dólares a las galerías Knoedler y Weissman, al Kemper Museum of Contemporary Art de Kansas City, a Cristhie’s, a otras galerías intermediarias y comisionistas y a coleccionistas. También se acusó a Rosales de evasión de impuestos y lavado de dinero, con lo que se enfrentaba a una previsible pena de 99 años de cárcel.
Los pleitos civiles de los coleccionistas contra la galería Knoedler y su directora, Ann Freedman, se multiplicaron. Se les acusó de vender falsificaciones, pero ellos, a su vez, clamaron ser víctimas de Rosales, y fundamentaron su defensa apuntando a que en todo momento sometieron las obras a examen por parte de varios expertos, recibiendo dictámenes favorables. Alegaron también que, en todo caso, son los coleccionistas los que tienen el deber legal de investigar la autenticidad de las obras que tenían la intención de comprar, cosa que no hicieron… De modo que las alegaciones de la defensa y las acusaciones de los abogados de las partes litigantes siguieron enfrentadas.
Como es habitual en Estados Unidos, caben acuerdos de un acusado con la Fiscalía, y Glafira Rosales se declaró culpable de la evasión de impuestos, lavado de dinero y demás cargos relacionados con el fraude y falsificación de obras de arte. Esta declaración de culpabilidad y la disposición de Rosales a restituir las cantidades defraudadas al fisco y estafadas a sus clientes, junto con su cooperación activa con la Fiscalía, tuvieron como efecto una sentencia leve. Por otra parte, la asunción de culpabilidad de Rosales sugiere que ni el propietario de Knoedler, Michael Hammen, ni su directora, Ann Freedman, confabularon en la venta fraudulenta de las falsificaciones…
No obstante, llaman la atención los extraordinarios márgenes de beneficio entre el precio pagado por la galería Knoedler a Rosales y el precio de venta a los coleccionistas. La relación de estas obras falsas que apareció publicada en la sección de arte del New York Times revela beneficios inusuales, de hasta el 1.100 por ciento entre el precio pagado a Rosales y el cobrado al poco tiempo por la galería Knoedler. De las demandas civiles por fraude presentadas por los coleccionistas contra Knoedler, alguna basó su argumentación en que, de no ser por las ventas de estas obras falsas, la galería habría tenido pérdidas, en lugar de las ganancias millonarias que obtuvo en los últimos años.
Según declaraciones de la directora de Knoedler, Ann Freedman, a la hora de ofrecer las falsificaciones, Rosales explicaba, a falta de la pertinente documentación, que habían pertenecido a un importante coleccionista mexicano que las había adquirido directamente a los artistas en los años cincuenta y cuyos herederos querían permanecer en el anonimato. En alguna otra ocasión y según convenía, con miras a hacer más verosímil la procedencia de las obras, el coleccionista anónimo pasaba a tener nacionalidad española. Pero lo cierto es que el único español implicado en la estafa fue la ex pareja de Rosales, José Carlos Bergantiños Díaz, detenido en Sevilla. Estados Unidos solicitó sin éxito la extradición de este personaje, acusado de ser el encargado de contratar al artista chino Pei-Shen Qian, autor material de las falsificaciones.
A Bergantiños, natural de Guitiriz (Lugo), se le acusó de los mismos cargos que a Rosales, es decir, de estafa y delito fiscal, además de falsedad documental. Bergantiños entró en contacto con Pei-Shen Qian de forma casual cuando este vendía sus cuadros en una esquina del distrito de Queens por unos pocos dólares.
La habilidad de este artista llamó la atención del “marchante” gallego, que empezó a encargarle distintos cuadros realizados a la manera de los más importantes expresionistas abstractos norteamericanos. Después, según el septuagenario artista* –que se resguardó en China, país que no tiene convenio de extradición con Estados Unidos, de las consecuencias de su papel en la trama–, Bergantiños añadía la firma a los cuadros y envejecía las telas mediante infusiones de té y aplicando calor y otros trucos que, aunque burdos, consiguieron crear la ilusión de autenticidad ante los compradores, que se dejaron llevar por el espejismo creyendo haber sido bendecidos con el descubrimiento de una obra no catalogada de un gran artista.
Según parece, y como es habitual en este tipo de tramas, Pei-Shen Qian, autor directo de las falsificaciones, recibía una fracción ínfima del dinero cobrado por los estafadores por aquellas piezas falsas. De esta forma Bergantiños se aseguraba la continuidad de la producción, evitando que el pintor cayera en la tentación de dejar de fabricar las falsificaciones. Parte del dinero obtenido por la pareja Rosales-Bergantiños se ingresaba en distintas cuentas de bancos españoles, en las que constaba como firma autorizada la del hermano de Bergantiños, también detenido en Galicia.
Antes de este episodio, Bergantiños ya estuvo implicado en otras querellas judiciales relacionadas con el fraude. Una de ellas fue la relativa a la venta de siete obras de la artista Maruja Mallo que, según el hermano de la artista, fallecida en 1995, y según la galería madrileña que comercializa y conoce su obra, eran muy sospechosas de ser falsas.
Varios expertos que declararon en el juicio sobre la venta de arte falso en la galeria Knoedler de Nueva York han reconocido ante el juez Paul Gardephe que no distinguieron una obra falsa de una original cuando confirmaron la autenticidad de los cuadros. Stephen Polcari, de la Universidad de California y autor de Abstract expresionism and the modern experience, fue cuestionado de la forma siguiente: "¿Usted ha dicho que todos los rothkos se parecen?". A lo cual él contestó: "Sí, Rothko es famoso por tener estilo propio en su firma". El interrogatorio continuó: "Respecto a la firma, ¿podría distinguir una verdadera de una falsa?". El académico negó con la cabeza: "No".
Pintura de Mark Rothko que ha resultado ser falsa
Un cuadro de Rothko, vendido en el 2004 a Domenico y Eleanore De Sole por 8.3 milones de dólares, fue la base de una de las demandas contra la galería. El experto en Rothko no es el único que ha tenido que reconocer su error ante el juez, David Anfam, autor del único catálogo razonado de la obra rothkiana, ha sido más sutil en su declaración al constatar que él nunca aseguró que fuesen falsos aunque tampoco confirmó que fuesen auténticos.
El caso Rosales-Bergantiños bien se presta al argumento de un sabroso culebrón en torno a la falsificación de obras de arte y a lo incierta que puede llegar a ser la atribución de autoría del arte moderno. Pone, de hecho, de manifiesto esa verdad que el mercado del arte tanto se esfuerza en tapar: una parte nada desdeñable de la producción artística que circula por ahí, desde un cuadro hasta una porcelana, si son importantes, si se cotizan bien, tienen grandes posibilidades de ser falsos… y los “expertos” no son siempre una voz fiable.
*Toda la historia es en verdad increíble. Primero, por el enorme “talento” de Pei-Shen Qian habilidoso pintor e inmigrante chino llegado a Estados Unidos, para pintar imitando el estilo de artistas tan diferentes como son Pollock o Mark Rothko. “Hacer un Jackson Pollock falso no es nada sencillo. Su pintura, aunque parezca lo contrario, resulta muy difícil de imitar. Técnicamente es muy compleja”, asegura el coleccionista Marcos Martín Blanco, quien ha tenido que lidiar con alguna obra “dudosa” a lo largo de cuarenta años de coleccionista.
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Una firma que no convence, un origen dudoso... falso. Estas palabras son las que más temen las casas de remate. Apenas se ciernen dudas sobre la procedencia de un Van Gogh o un Munch -que en las subastas pueden venderse por millones de dólares-, su valor disminuye rápidamente. Pero si la calidad del cuadro, la perfección de sus trazos, la belleza de sus colores logran engañar a un subastador de amplia experiencia, ¿no deberíamos considerar -más allá de su autenticidad- que nos encontramos frente a una pintura valiosa?
El gran impostor
Uno de los mejores falsificadores del mundo fue Han van Meegeren. Este holandés estuvo a punto de ser reconocido como artista por derecho propio después de haberse hecho famoso por engañar a los nazis amantes del arte, con sus copias de los grandes maestros holandeses del siglo XVII. Mientras que sus propias pinturas no despertaban el interés de los críticos, sus falsificaciones -además de procurarle grandes sumas de dinero- embaucaron, entre otros, al lugarteniente de Hitler, Hermann Goering.
Van Meegeren fue arrestado en 1945 y acusado de traición por vender un Vermeer -catalogado como un tesoro nacional por los Países Bajos- a los nazis. Para evitar una sentencia de pena de muerte, Van Meegeren lo confesó todo. Las autoridades holandesas no le creyeron y para demostrar que él no era un traidor, le pidieron que hiciera una copia.
"¿Una copia?", dicen que exclamó el falsificador. "Puedo hacer algo mejor que eso. Denme los materiales que les pintaré otro Vermeer ante sus ojos".
Pasado de moda
Antes de la guerra, frustrado porque su estilo había sido desplazado por el creciente interés en el arte moderno, Van Meegeren copió un Vermeer a su manera, y el resultado fue un cuadro"distinto a cualquier otro Veermer", cuenta Frank Wynne, autor de la biografía del falsificador. "Lo que lo enfurecía es que su técnica -que lo hubiese hecho famoso en otra época- ya no le interesaba a nadie, porque todo el mundo estaba fascinado por el post-impresionismo".
"La firma de un artista famoso nos hace pensar en las pinturas como si fueran artefactos sagrados, tocados por la mano de un genio". Desde entonces, el trabajo de Van Meegeren es apreciado por sus propios méritos.
Falsas con aviso previo
Las "falsificaciones genuinas" de Myatt se venden hasta por US$70.000.
Un caso similar es el de John Myatt, arrestado en 1995 -y condenado- por vender más de 200 pinturas al estilo de los maestros modernos. Según estima, todavía hay en circulación cerca de 120 falsificaciones suyas. Myatt hacía las obras y su colaborador, John Drew, creaba la documentación para probar su autenticidad.
Ahora, las pinturas de este falsificador -que cumplió una condena de cuatro meses en la prisión de Brixton, en el sur de Londres- vende sus obras pintadas al estilo de los modernos, pero con el sello de "falsificaciones genuinas" en la parte de atrás. Al igual que Van Meergeren, él crea pinturas totalmente nuevas, tomando inspiración en los artistas que admira. Y según dice él mismo, a muchos les "fascinan las obras falsificadas"."Existe una demanda importante de gente que no puede pagar un Van Gogh pero busca la misma experiencia estética por una fracción de su valor".
John Myatt - Provenance Exhibition
En opinión de Philip Mould, un detective especializado en obras de arte, los falsificadores tienen cierto encanto porque parecería que se revelan contra el establishment. El hecho de que estén por fuera de ese mundillo captura la imaginación del público de la misma manera que lo hacen los grafiteros, como es el caso de Banksy. No obstante, Mould deja en claro que esta forma de engaño es repugnante. "El mundo de la falsificación es pobre, corrupto y para nada romántico. Es un tipo de delito levemente más glamoroso".
Los beneficios de la mala reputación
Para Vernon Rapley, director de seguridad del Museo Alberto & Victoria en Londres y ex jefe de la Unidad de Arte y Antigüedades de Scotland Yard, el interés de la gente en estos personajes hace que el mundo de la falsificación despierte gran interés no sólo en los amantes del arte sino del público en general. Pero ve con malos ojos que los falsificadores se beneficien económicamente después de haber sido condenados por fraude.
"Hay miles de estudiantes de arte que pueden hacer el mismo trabajo. Me parece asqueroso que los falsificadores se puedan beneficiar tras haberse hecho famosos por sus delitos".
Myatt admite que su popularidad podría estar vinculada directamente con sus crímenes. Él dice que cuando salió de la cárcel no tenía deseos de pintar, pero ahora acepta que ocurra algo bueno después de lo que pasó. Para algunos, dice Mould, es la historia detrás de la falsificación lo que hace el caso interesante. La historia de un hombre burlando la autoridad. Sin embargo, Myatt reconoce que un crimen como el suyo deja víctimas.
"Si alguna vez veo una de mis pinturas me sonreiré para mis adentros y no diré nada. ¿Para qué? La persona que la vende perderá mucho dinero si digo que es falsa y eso sería algo inmoral de mi parte"
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