No, no soy su olvidada: solamente
me podría olvidar quien tuvo alguna vez
memoria
y si me hubiese sabido valiendo en la
medida
en que fuese su espera o su premoción, y
luego
me pudiera borrar hasta llegado el
trance
de sus ojos de vidrio. Pero yo me
dispongo
como quien se dispone para una cita a
ciegas,
y paso un largo rato ante el espejo, a
solas
y feliz con mis tarros y cremas y
cepillos,
por si lo que me queda de aliento ya no
fuese mío
o me abatiese el ángel de la melancolía.
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