jueves, 11 de febrero de 2016

ISABEL ALLENDE



La vida comienza ahora









Exiliada de Chile, hace tiempo que tiene pasaporte estadounidense, pero sigue sintiéndose extranjera en EE.UU. Isabel Allende dice tenerle miedo a Donald Trump, habla de residencias geriátricas y de una vida nueva en la edad tardía. En la lectura-conferencia que dio en Frankfurt, los guardias tuvieron que protegerla del asalto de los fans, como a una popstar, pero cuando la entrevistamos en su hotel no parece perturbada por los vaivenes.
Está acostumbrada, desde que su novela La casa de los espíritus se convirtió en éxito mundial. Para el público, Allende, hoy de 73 años, sigue siendo una gran autora, como demuestran los encuentros públicos y los ránkings de best séllers. Los críticos consideran que sus últimos libros son banales y kitsch. Ella no contesta. Piensa tener aún mucho que decir. También en la entrevista se la ve así: una mujer pequeña, plena de energía.

–Ha empezado a escribir todas sus novelas el 8 de enero. ¿Otra vez fue así este año?
–Sí. El 8 de enero es un día como los demás en mi vida, salvo por el propósito incontrolable de zambullirme de cabeza en un nuevo libro. Es un ritual que mantengo desde que huí a Venezuela desde Chile, mi patria, por las amenazas del régimen de Pinochet, y un 8 de enero recibí por teléfono la noticia de que mi tío en Chile estaba a punto de morir. Le escribí entonces una larga carta que nunca recibió porque murió antes. Esa carta fue en cierto sentido el íncipit de mi primera novela, La casa de los espíritus. Desde entonces he empezado a escribir todos mis libros el 8 de enero.

–¿Se puede ser creativo y disciplinado al mismo tiempo?
–En ese aspecto soy muy alemana, pero también supersticiosa. No significa que cuando me pongo a trabajar el 8 de enero tenga en mente un libro entero. Sólo tengo la intención de escribirlo. A veces ya tengo una idea del lugar o la época, pero no siempre. Esta vez no tengo ninguna idea: en mi vida últimamente ha habido grandes cambios.

–¿Qué ha ocurrido?
–Me he separado de mi marido después de 27 años de matrimonio. Durante muchos años estuve enamorada de él, después terminó. Tuve que dejarlo ir y con él la vida pasada juntos. Tuve que dejar las propiedades que teníamos en común. Todo. La casa grande, los muebles. Además murió mi perro que estaba con nosotros desde hacía 15 años. ¡Qué metáfora! La vida de mi perro terminó junto con mi matrimonio. Mi marido y yo lloramos por nuestro perro, pero no logramos llorar por nosotros.

–Parece muy serena.
–Podría decir que he pasado meses sombríos y terribles, pero intento ver las cosas desde otro punto de vista. A los 73 años empiezo una vida nueva. Tengo mi independencia, un hijo y una nuera que viven cerca. Considero la separación y muchas otras cosas como parte de mi preparación para la vejez. Recomenzar, darle la espalda a todo. Estoy aprendiendo a hacerlo. Vale también para otras personas. Mis tres nietos, por ejemplo. Cuando eran chicos estaba con ellos todos los días, después fueron al colegio, a la universidad, también tienen su vida. Nos vemos cada tanto, son muy cariñosos conmigo. Sólo que no quieren que la abuela se entrometa en sus cosas.

–De pronto ha sido abandonada.
–Por primera vez en mi vida estoy realmente sola, es verdad. Vivo en una casa muy chica, cerca de mi estudio en Sausalito, al norte de San Francisco. Conocí a mi primer marido siendo muy joven. Estuvimos juntos muchos años, tuvimos dos hijos. Tres meses después de la separación de él conocí a mi segundo marido, Willie, con quien permanecí 27 años. La soledad es una esperanza nueva, no necesariamente negativa.

–Hace algunos años declaró públicamente que quería retirarse.
–Estaba en un mal momento (ríe). Ahora sé que probablemente continuaré escribiendo mientras me funcione el cerebro. Porque me hace feliz. Hay muchos temas sobre los que quiero escribir, como la experiencia de envejecer. Hasta ahora tuve la suerte de disfrutar de buena salud.

–Su última novela, "El amante japonés", está ambientada en una residencia para ancianos. ¿Qué efecto le produjo tener que documentarse?
–Fue extraño. El instituto sobre el cual escribo o, mejor dicho, el modelo en el que me inspiré, existe realmente. Se llama The Redwoods y se encuentra al norte de San Francisco. Una persona a la que estoy muy ligada vive allí. He pasado mucho tiempo en el edificio para documentarme, he pernoctado incluso, hablado con los huéspedes, con el personal, para comprender cómo es la vida allí dentro. Hay problemas de dos tipos: se come malísimo y estás rodeada de personas que en promedio tienen 85 años. Puede ser muy deprimente.

–¿Puede imaginarse viviendo en una residencia geriátrica?
–No sé. Mientras mi hijo y mi nuera vivan cerca y pueda permitirme personal de servicio, viviré sola. Si todo eso disminuyera, deberé aceptar lo que sea. Por eso espero no llegar a la edad de mi madre, que tiene 95 años. Está bien todavía, pero yo preferiría morir más joven, gozando todavía de una buena calidad de vida y siendo autosuficiente. Envejeciendo se aprende que antes o después se pierde todo, la autosuficiencia, la autodeterminación.

–Su novela no habla de gente llegada a EE.UU. como refugiados o expatriados. ¿Qué piensa de la crisis de fugitivos en Europa?
–Es una cuestión que me interesa, entiendo muy bien qué experimenta la gente al dejar la patria. Nadie deja su país, el ambiente que le es familiar, si no está obligado. Quien abandona la propia casa se embarca con los hijos, poniendo en riesgo la vida para buscar refugio en un país en el que no es bien recibido, lo hace por un solo motivo: porque quedarse sería peor aún.

–Aunque es ciudadana estadounidense, me ha dicho que se siente extranjera todavía.
–No es necesariamente una sensación fea sentirse extranjera. Siempre seré extranjera en EE.UU., aunque vivo allí hace ya 25 años. Siempre tendré mi acento, el aspecto exótico, me sentiré chilena. Me siento de visita, privilegiada. No tengo la sensación de ser extraña en tanto que extranjera, también pago los impuestos, estoy comprometida políticamente, hace tiempo que estoy afiliada al Partido Demócrata.

-La campaña de Hillary Clinton está atascada. Si tuviera que escribir un discurso para recolocarla en un buen nivel, ¿qué diría?
-No soy buena escribiendo discursos. El problema de Clinton es que con su candidatura los demócratas no tienen nada nuevo para ofrecer. Para los jóvenes estadounidenses Clinton representa la vieja política de siempre. Hillary Clinton tiene una gran capacidad política y mucha experiencia. Entiendo que no base su campaña en la necesidad de que entre una mujer a la Casa Blanca, porque sería una estrategia peligrosa: imagínese si por ese tema tuviera una confrontación con Donald Trump.

-¿Qué le parece la gran aceptación que tiene Trump?
-En toda sociedad hay gente que razona como Donald Trump. En Francia, Marine Le Pen, que sustancialmente es muy similar. Una porción de todas las poblaciones tiene una mentalidad fascista, pero vivimos en sociedades democráticas capaces de amortiguarla. Espero mucho que Trump no gane, pero puede ser que lo haga. En Alemania nadie pensaba que Hitler pudiera salir electo. Cuando se dieron cuenta era tarde.

-¿No querrá equiparar a Trump con Hitler?
-Sólo digo que me da miedo oír cosas como “no se preocupen por Trump, es sólo un payaso”. Para ser sólo un payaso ha avanzado mucho. Debemos estar atentos.













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