Prohibido
girar alrededor del Sol
Galileo Galilei (1564-1642), por un pintor italiano desconocido.
“Eppur si muove” (y pese a todo, se mueve). Es
una de las citas más famosas de la historia de la ciencia, aunque es dudoso que
el astrónomo italiano Galileo Galilei (15 de febrero de 1564 – 8 de enero de
1642), a quien se le atribuye, llegara jamás a pronunciarla. Y menos ante la Inquisición
que le obligó a retractarse de su teoría heliocéntrica. Pero la aparición de
estas palabras camufladas en un retrato de Galileo pintado por la Escuela de Murillo
tras la muerte del científico las ha incorporado al acervo popular, fundando la
idea de que el eminente astrónomo nunca renunció a su convicción.
Galileo
fue condenado por su teoría de que la Tierra giraba en torno al Sol, y no al
contrario; una idea que el 24 de febrero de 1616 la Inquisición de la Iglesia
Católica declaró “formalmente herética”, además de “ridícula y
absurda en su filosofía”. El heliocentrismo se había convertido en materia de
discusión teológica a raíz de la obra de Galileo Sidereus Nuncius (Mensajero
sideral), publicada en 1610. En ella el astrónomo aportaba sus
observaciones telescópicas para apoyar la hipótesis heliocéntrica; una idea
que, sin embargo, llevaba circulando en los tratados celestes durante casi un
siglo.
Galileo frente a la Santa Inquisición. Autor: Cristiano Banti (1857)
El
heliocentrismo fue un planteamiento acariciado desde la antigüedad,
atribuyéndose su primera formulación en el mundo occidental al matemático
griego Aristarco de Samos en el siglo III antes de Cristo. Sin embargo, fue el
polaco Nicolás Copérnico quien en 1543 refutó el sistema geocéntrico de Ptolomeo
en su libro De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las
esferas celestes), publicado poco antes de su muerte y que originó otra
expresión prestada de la ciencia a la lengua popular: el giro copernicano. Pero
aunque la obra de Copérnico se considera fundacional de la ciencia astronómica,
curiosamente en su día la teoría copernicana no levantó los recelos de la
Iglesia Católica, que la contemplaba como una hipótesis matemática y no como un
fenómeno físico real.
Fue
Galileo quien transformó el heliocentrismo en una explicación de la naturaleza,
al lograr una observación del firmamento inédita hasta entonces gracias a su
invención en 1609 del primer telescopio funcional. Entre otras razones, las
cuatro lunas de Júpiter descubiertas por Galileo refutaban la idea de que todos
los cuerpos celestes giraban alrededor de la Tierra como centro del universo, y
las fases de Venus sugerían que este planeta orbitaba en torno al Sol. La
defensa del heliocentrismo como una idea práctica comenzó a incomodar a la
Iglesia Católica, que mantenía la interpretación literal de la Biblia según la
cual la Tierra es inmóvil, mientras que el Sol sale y se pone.
Pero
de hecho no fue la publicación de la obra de Galileo lo que comenzó a suscitar
la reacción de la Iglesia, sino una carta que el astrónomo envió en 1613 a su antiguo
alumno Benedetto Castelli, y en la que sugería que la interpretación de la
Biblia debía ser flexible y no contradecir las observaciones de la naturaleza.
En febrero de 1615, una copia de la carta llegó a manos de la Congregación del
Santo Oficio, que el 19 de febrero del año siguiente convocaba una comisión de
teólogos para dictaminar sobre las afirmaciones de Galileo. Seis días después,
la comisión publicaba su veredicto, ordenando a Galileo mediante un requerimiento que abandonara su "opinión de que
el Sol se sitúa en el centro del mundo y la Tierra se mueve", y que se
abstuviera de "sostenerla, enseñarla o defenderla de cualquier manera,
oralmente o por escrito". De otro modo, proseguía el documento, el Santo Oficio
emprendería "procedimientos contra él". Según precisa el acta del dictamen,
Galileo "accedió a este requerimiento y prometió obedecer".
Escenografía del sistema mundial copernicano. Autor: Andreas Cellarius (1661)
A raíz de aquel episodio la Iglesia prohibió las obras de Copérnico y Galileo. Sin embargo, en 1632 el italiano se ratificaba en sus ideas en su obra Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, lo que le llevó a ser juzgado por la Inquisición. El 22 de junio de 1633 el astrónomo era condenado por herejía y sentenciado a prisión indefinida, lo que le llevó a abjurar de sus ideas por escrito y a dar pie a la leyenda de la frase que difícilmente llegó a pronunciar. Al día siguiente su pena fue conmutada por un arresto domiciliario. La prohibición de las obras de Copérnico y Galileo se mantuvo hasta 1835, y no fue hasta 1992 cuando el Papa Juan Pablo II reconoció "el error de los teólogos de la época”, precisando que "a la Biblia no le conciernen los detalles del mundo físico, cuya comprensión es competencia de la experiencia y el razonamiento humanos".
Sin
embargo, para el jesuita y astrónomo George Coyne, antiguo director del
Observatorio Vaticano, la declaración de Juan Pablo II perpetúa "un mito" al
referirse al caso de Galileo como una "trágica incomprensión mutua". “Es un
caso histórico genuino de un contraste real y continuado entre una estructura
eclesiástica de autoridad intrínseca y la libertad para buscar la verdad en
cualquier empeño humano”, valora Coyne. Según el astrónomo, no se
ha reconocido explícitamente la “tragedia” que supuso poner fin a la carrera
del que fue “un pionero de la ciencia moderna”.
Galileo
murió en 1642, ciego a causa de un glaucoma y aún en arresto domiciliario.
¿Eppur si muove? Lo cierto es que nunca rompió su juramento. Poco antes de
morir, escribió:
“La falsedad del sistema copernicano no debería ponerse en duda de ninguna
manera, y sobre todo no por nosotros católicos, que tenemos la innegable
autoridad de las Sagradas Escrituras, interpretadas por los mejores teólogos”.
Pero también añadió: “Si las observaciones y conjeturas de Copérnico son
insuficientes, las de Ptolomeo, Aristóteles y sus seguidores son en mi opinión
aún más falsas”.
Javier Yanes para Ventana al Conocimiento
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