El cinturón de castidad, la
fantasía de poder abrir, cerrar y controlar la sexualidad de otra persona y
asegurarse, al mismo tiempo, de que nadie nos coronará con una cornamenta,
vuelve a las páginas de los periódicos de vez en cuando. La última entrega tuvo lugar hace solo unos días, cuando los bomberos de la
localidad italiana de Padua, tuvieron que ayudar a una mujer de mediana edad a
desembarazarse de uno de estos artefactos, cuya llave había sido extraviada.
Los atónitos apagafuegos se interesaron en el caso para investigar si se
trataba de malos tratos, pero ella les confesó que se había puesto el mecanismo
de forma totalmente voluntaria y para evitar tener relaciones sexuales. Por
si alguien no está al tanto, los cinturones de castidad existen y se
comercializan, generalmente para prácticas de BDSM* o para hacer realidad
cualquier tipo de fantasías.
El pasado año, este objeto
también saltó a los titulares de la prensa, solo que esta vez los hombres eran los protagonistas. En la ciudad
de Nyeri, en Kenia, una mujer le cortó el pene a su marido infiel. Una medida
algo drástica que sirvió de inspiración a una tienda de ropa de caballero para
poner a la venta un cinturón de castidad masculino, con el objeto de proteger a
los keniatas de sus celosas y despechadas esposas. El aparato se confeccionaba
a medida y consistía en un caparazón metálico, con un aspecto bastante
rudimentario, que costaba 1.200 chelines (10 euros).
Evitar violaciones, otro de los
cometidos de este invento, es el fin de una versión más moderna del mismo que
vende desde hace tiempo la marca estadounidense AR Wear, bajo el eslogan de
Confidence & Protection that Can Be Worn. Se trata de una braga-cinturón de castidad diseñada
especialmente para evitar agresiones sexuales, ya que resulta imposible
quitarla si no se dispone de la llave de apertura. Elaborada a base de una tela
reforzada y un material resistente a los cortes y a los desgarros, es imposible
desplazar la prenda hacia los lados o abrir de piernas a la persona que la
lleva puesta. La novedad no estuvo exenta de polémica cuando salió al mercado,
acompañada de un spot publicitario, porque muchos vieron que esta
filosofía no hacía sino ahondar en la creencia machista de que la
responsabilidad de evitar la violación reside en las féminas y no en la
sociedad, la educación o las autoridades competentes.La feminista Louise
Pennington denunciaba la idea en un artículo de The Huffington Post, titulado Anti-rape
clothing for when ‘things go wrong’ en el que sentenciaba, "se le inculca
a las mujeres que, en el fondo, son las responsables de ser violadas por cómo
visten, la forma de hablar, de trabajar, dónde viven, sus hobbies o incluso por
el acto de respirar"
Una Edad Media no tan oscura
La teoría que todos hemos
escuchado sobre este invento es que se creó en la Edad Media y que servía para
preservar la fidelidad de las esposas de los caballeros que partían a las
cruzadas, o para maridos celosos que debían ausentarse del hogar por diferentes
cuestiones. Albrecht Classen, profesor de la Universidad de Arizona, en EEUU, y
experto en historia medieval, escribió en 2007 el libro The Medieval
Chastity Belt: A Myth-making Process, lo que le convierte en la máxima
autoridad mundial sobre el tema. Dice “no hay ninguna evidencia que nos indique que existieron o se confeccionaron
este tipo de objetos en la Edad Media. La primera vez que se habla de ellos es
en un libro de 1405, escrito por Konrad Keyeser, titulado Bellifortis, y que
trata sobre máquinas de guerra. Es una obra muy técnica y ardua y se cree que
el autor quiso amenizar un poco la lectura introduciendo una broma sobre un
aparato que protegería la honra de los maridos cuando estaban en la batalla,
lejos de sus mujeres. El cinturón de castidad pronto se convirtió en un
mito del que se hablaba y se hacían numerosos chistes y sátiras para burlarse
de los hombres impotentes o mayores que no podían controlar a sus esposas, que
iban en busca de parejas más activas sexualmente. Hay dibujos de la época
que plasman escenas en las que el varón, que se va de viaje, le pone un
cinturón de castidad a su pareja; al mismo tiempo que el amante sale del
armario con otra copia de la llave”.
Otra de las pruebas que
evidencian el aspecto mitológico y no real de este cachivache es, según apunta
Classen, “la falta de referencias al cinturón en las novelas de tipo cortés y
en los autores de los siglos XIV al XVII. De haber existido ese objeto, sin
duda, habría sido utilizado por los escritores de época, pero no lo mencionan
ni Bocaccio, Bardello o Rabelais, que escribían sátira erótica y que conocían a
fondo la sexualidad de la época, los celos, los engaños y las artimañas usadas
para engañar a los cónyuges o amantes. Los primeros cinturones reales se
fabricaron en el siglo XIX y era costumbre que formaran parte de museos de la
tortura, en los que se mostraba la crueldad y el oscurantismo de épocas
pasadas”. El British Museum, en Londres, contaba también con una de estas
piezas, atribuida a la Edad Media y que exhibía desde 1846, pero acabó
retirándola tras comprobar que era falsa.
Desde el punto de vista anatómico
y ginecológico, la hipótesis de hombres echando el cerrojo a las vaginas de sus
mujeres por periodos de tiempo tan largos como hacer las cruzadas o irse a la
guerra, y volviendo a casa y encontrando los genitales de sus esposas intactos
y como si tal cosa, es ciencia ficción. Según Francisca Molero, sexóloga,
ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora
del Instituto Iberoamericano de Sexología, “las normas higiénicas de la época
eran muy cuestionables y si hoy en día a algunas mujeres usar compresas les
puede producir irritaciones a nivel vulvar, resulta fácil imaginar las
consecuencias de llevar un cinturón de metal pesado, duro y cortante, con todo
lo que ello implica. Para empezar, se producirían llagas como consecuencia de
las rozaduras, por el simple hecho de andar, estar sentada o agacharse; además
de todo tipo de infecciones vaginales y anales, al dificultarse la higiene de
la zona. Todo ello causaría septicemias, que sería difícil curar en la época y
que producirían, finalmente, la muerte”.
La puritana época victoriana
Curiosamente, lo que nunca
practicaron los bárbaros, incultos y supersticiosos hombres de la Edad Media,
se materializó mucho más tarde, en el siglo XIX. La mala prensa de la época
medieval, en todos los aspectos pero especialmente en el sexual, se debe, según
Classen, a que “en el Renacimiento se subrayaron los aspectos negativos
del periodo anterior, para crear una distancia y sentirse mejor, superiores a
sus antecesores en la historia. Pero hablar de los cinturones de castidad
y de la sexualidad medieval era también una manera de crear fantasías eróticas,
mitos sexuales que permitían hablar del tema que, de otra manera, hubiera sido
más difícil de tratar. La sátira y el prisma histórico permitían acercarse a
temas escabrosos con la risa o la didáctica como excusa. El siglo XIX fue una
época muy pornográfica, había muchas imágenes, fotos y libros al respecto”.
Como recoge un artículo sobre el
tema del blog Arqueología e Historia del Sexo, “cuando se
consolida el mito de los cinturones de castidad, es durante la Ilustración,
otra época que reniega de todo aquello que representa la Edad Media, ya que se
intentará acabar con todo lo que representa el régimen feudal, y la barbarie de
estos cinturones son el mejor ejemplo de esa oscura época. Así ilustrados como
Diderot o Voltaire no dudaron en confirmar su uso, ya que algunas fuentes
medievales fueron interpretadas como testigos ciertos de su existencia. Por lo
que en la famosa Enciclopedia de Diderot y D’Alembert se describe este “instrumento
tan infame como lesivo a la sexualidad”. Objeto que también recoge Voltaire en
su cuento El candado”.
En la época victoriana se
fabricaron cinturones más pequeños, ligeros y refinados que eran usados por
pequeños periodos de tiempo para evitar las violaciones, por ejemplo en viajes,
como pruebas románticas de la fidelidad o para impedir que las mujeres,
especialmente las más jóvenes, se masturbaran o se tocaran en cama durante la
noche; ya que se creía que esta práctica era altamente perniciosa y podía
derivar en enfermedades físicas o mentales.
El reino animal también ha ideado
su candado sexual particular destinado a las hembras y con el fin de que el
macho pueda tener claro que sus hijos son suyos. Unos investigadores del
Instituto y Museo Zoológico de Greifswald, Alemania, han estudiado el caso de
la araña enana europea, que tras aparearse, el macho utiliza un tapón para bloquear los genitales de la
hembra y evitar que otros machos depositen su esperma.
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