La realidad con la que
convivimos es una simulación de nuestro cerebro
Daniel Mediavilla
Facundo Manes, Susana Martínez-Conde y Raúl Rojas
Susana Martínez-Conde,
directora del laboratorio de
Neurociencia Visual del Instituto Barrow (Phoenix, EEUU), muestra el que quizá sea el
único vídeo donde es posible ver feo a Brad Pitt. El actor estadounidense
aparece con el mismo rostro de siempre, junto a otros compañeros de profesión,
pero un pequeño detalle lo trastoca todo. Una simple cruz en el centro de la
imagen, en la que el observador ha de fijarse mientras se suceden las caras,
cambia el punto de vista y las expectativas del que mira que pasa a comparar
unos rostros con otros convirtiendo en extremas las diferencias entre sus
rasgos.
La investigadora española utilizó este y otros ejemplos durante una presentación en la Casa de América de Madrid para mostrar que aunque “existe una realidad ahí fuera, nosotros no interactuamos con ella”. La única realidad con la que convivimos de verdad es una simulación creada por nuestro cerebro que a veces coincide con lo real y a veces no”, añade. En el mismo encuentro en torno a lo que se sabe sobre el cerebro, compartió su conocimiento con otros dos investigadores iberoamericanos: Facundo Manes, neurocientífico y rector de la Universidad Favaloro de Buenos Aires, y Raúl Rojas, experto en inteligencia artificial de la Universidad Libre de Berlín. Los tres trabajan para entender cómo nos acerca a la realidad ilimitada nuestro cerebro limitado y, en el caso de Rojas, qué posibilidades tenemos de inventar inteligencias mecánicas que nos echen una mano con la vida.
“Muchas veces pensamos en la visión como una
experiencia pasiva, pero siempre es dinámica y activa”, continúa
Martínez-Conde, que investiga las bases neuronales de nuestra experiencia
subjetiva. “El cerebro siempre está buscando información y con los pocos
aspectos que percibe después completa la información”, continúa.
Manes recuerda también
otra particularidad de nuestra manera de acercarnos al mundo. Aunque nos gusta
pensar que somos seres racionales, las decisiones nunca se toman después de un
análisis frío de los datos. “Durante mucho tiempo se consideró que para tomar
una decisión racional debíamos dejar las emociones de lado. Hoy sabemos que las
emociones y la razón trabajan en tándem en la toma de decisiones”, señala el
científico argentino.
Esas emociones tienen una
base biológica generada por millones
de años de evolución. Los ancestros humanos, en su lucha por la
supervivencia, se acostumbraron a clasificar el mundo entre nosotros y ellos,
asignando emociones contrapuestas a cada uno de los grupos. “Nosotros en Chile
hicimos un experimento con chilenos mapuches y no mapuches, poniéndoles
electrodos y mostrándoles fotos de ambos grupos sociales”, cuenta Manes. “En
cuestión de milisegundos el cerebro se da cuenta de si la foto pertenece a su
etnia o no y si pertenece lo asocia con algo positivo y si no con algo
negativo”, afirma. “Por este motivo va a ser difícil solucionar el tema
palestino y judío desde una oficina en Washington, porque biológicamente en el
cerebro ya tenemos prejuicios contra el que es diferente a nosotros y
justamente la clave de la armonía es buscar puentes con el que piensa distinto”,
señala. “Entendiendo el mecanismo de la empatía no solo vamos a poder ayudar a
pacientes con problemas de déficit de interacción social, como la esquizofrenia
o el autismo. También entenderemos fenómenos sociales como conflictos que
escapan a la lógica y tienen más que ver con impregnaciones biológicas de la
historia personal que pasa de generación en generación”, concluye.
Raúl
Rojas considera que la neurociencia puede ser una inspiración para la
inteligencia artificial, aunque cree que su función no consiste en recrear
cerebros humanos. “En inteligencia artificial, entre los 50 y los 90 el
esfuerzo se dirigió a resolver problemas combinatorios aplicando reglas una
detrás de otra”, apunta. “El ejemplo típico es el ajedrez. Los humanos juegan
reconociendo patrones, conociendo la situación del juego y haciendo después los
movimientos, pero una persona no está calculando millones de movimientos en su
cabeza”, explica. “La computadora calcula esas alternativas de movimientos
propios y contrarios y como es muy buena haciéndolo las máquinas ya ganan a los
humanos al ajedrez con esa solución de fuerza bruta”.
Desde los 90, el interés
está en los problemas que los humanos resuelven de manera subconsciente.
“Reconocer caras, traducir un idioma o conducir un automóvil se hace sin
conciencia. Yo puedo conducir, llegar a mi casa y no sé cómo he llegado”,
ejemplifica. “Con estas ideas hemos desarrollado robots futbolistas que juegan
muy bien al fútbol. De hecho, cuando empezamos a desarrollarlos uno podía tomar
el joystick y jugar contra los robots y ganarles, pero ahora juegan tan rápido
y tan bien que no hay manera”, explica.
Una neurona procesando pensamientos negativos (rojo) y otra positivos (verde) / MIT
Aunque los robots pueden
ganar a los humanos en muchas cosas, aún quedan espacios en los que los humanos
tienen ventaja. Por ejemplo, la mentira. “Lo más alto de la inteligencia es la
mentira en el sentido de que si yo le cuento mentiras a una persona tengo que
saber qué sabe esa persona, tengo que tener un modelo mental de la persona para
que me crea las mentiras”, explica Rojas. “Por eso es tan difícil decir
mentiras, porque cuando lo agarran a uno por un lado con una información que no
cuadra, hay que cambiar la historia y rehacerla inmediatamente. El test de Turing
consiste en que la computadora cuente mentiras al humano para parecer humana,
pero para hacer eso tiene que tener un modelo mental de la otra persona”,
indica.
En
este sentido Manes recuerda que “un grupo de investigadores de Oxford encontró
una correlación entre la capacidad de engaño táctico de una especie y su
capacidad cerebral”, algo que puede indicar que esa capacidad fue un salto
evolutivo más allá de lo social que nos hizo humanos. Martínez-Conde discrepa
de sus colegas sobre la mentira como actividad humana por excelencia: “Tenemos
una capacidad más refinada de engaño como una capacidad más refinada en muchas
cosas, pero hay muchos engaños en el mundo animal, desde el mimetismo o el camuflaje
en insectos a otros más sofisticados en algunos primates”. “En mi investigación
me he interesado en por qué funcionan los trucos de magia en el cerebro. Es
fácil engañar a un animal y lo hacen entre ellos, pero no creo que la magia
funcione en un animal. Lo que es diferente para una persona en un espectáculo
de magia, esta capacidad de asombro y maravilla es lo que nos hace humano”,
afirma. Rojas sin embargo considera que sin un modelo mental del otro y un
conocimiento de la diferencia entre la verdad y la mentira, lo que se está
haciendo es simplemente despistar al rival, algo distinto del engaño.
El engaño, pero de uno
mismo, es otro de los mecanismos de adaptación humana para gestionar el mundo
con un cerebro limitado. Muchas veces tomamos una decisión y la justificamos
aunque haya indicios de que ha sido un error. “Existe una gran inercia a
mantener la opinión una vez que decidimos”, explica la investigadora. “Es un
mecanismo de atajo mental, la disonancia cognitiva. Después de tomar una
decisión no puedo cuestionarla todo el rato porque no tienes los recursos
neurales para estar analizando de nuevo los datos una y otra vez”, añade.
Tras siglos de
investigación, cree Martínez-Conde que será posible conocer al detalle la
biología cerebral y, si la tecnología del futuro lo permite, construir una
máquina con las capacidades del cerebro humano. Rojas, sin embargo, no cree que
eso vaya a suceder, por cuestiones técnicas y por falta de interés. “No creo
que una computadora, que puede ser muy rápida para tomar decisiones y mejores
que las personas al poder sopesar más información, vaya a tener una
inteligencia como nosotros. También porque las emociones juegan un papel muy
importante en la toma de decisiones humana, y no creo que una computadora vaya
a tener emociones”, explica. Además, en opinión de Rojas “no se puede
reconstruir un cerebro con computadoras digitales porque el cerebro es un
sistema analógico y en sistemas analógicos el mejor modelo con lo que sabemos
actualmente es el sistema analógico mismo”. "Para construir cerebros humanos la
mejor manera que tenemos ahora es tener hijos", concluye.
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