Ara Pacis, el triunfo de Augusto
Procesión en el Ara Pacis
El relieve de uno de los laterales del altar muestra una procesión de sacerdotes (flamines),
con su característico tocado en punta, y miembros de la familia imperial.
con su característico tocado en punta, y miembros de la familia imperial.
En el año 13 a.C., el
Senado romano decidió erigir un altar en señal de agradecimiento por las
exitosas campañas del emperador Augusto en Hispania y la Galia, que tuvieron
como resultado la sumisión definitiva de ambos territorios a Roma. Se decidió
ubicarlo en el Campo de Marte, una amplia zona externa a la muralla, que daba
entrada a Roma desde las tierras del norte a través de la vía Flaminia y donde
las legiones practicaban los ritos de purificación al regresar de la batalla.
Su nombre proviene de un antiguo templo allí consagrado al dios de la guerra, y
esta circunstancia no deja de tener carácter simbólico, pues la guerra y la paz constituyen las dos caras del
propio Augusto: llegó al poder al término de una cruenta guerra civil, pero
supo aportar a Roma la estabilidad política y social que le permitiría
convertirse en la dueña del Mediterráneo. En aquel mismo año se levantó un
altar provisional en el lado occidental de la vía Flaminia (en lo que hoy es la
vía del Corso), y en el año 9 a.C. se terminó de construir el magnífico altar
de mármol que conocemos. Desde el siglo II d.C., el monumento fue cayendo en el
olvido, cubierto por los lodos que acarreaba el Tíber en sus crecidas, y las
transformaciones urbanísticas de la zona determinaron su pérdida definitiva. En
el siglo XX fue rescatado de los cimientos de un palacio renacentista y
trasladado desde el Campo de Marte hasta la ribera del Tíber para colocarlo
frente al mausoleo de Augusto, en el lugar donde hoy se encuentra.
Augusto, de mortal a dios
El Senado decidió llamar al altar
Ara Pacis Augustae, es decir, el Altar de la Paz de Augusto. Ya en el año 27
a.C., los senadores habían concedido el título de Augusto al emperador, cuyo
nombre de nacimiento era Cayo Octavio Turino. El nombre de "Augusto" proviene
del verbo latino augeo (crecer) y tiene el sentido religioso de lo que es
venerable; diosas tan relevantes como Juno –esposa de Júpiter, el
soberano de los dioses– recibían ese apelativo. La Paz se volvía "Augusta" y el
propio emperador aparecía como un nuevo dios enviado para pacificar a los
pueblos. Esa pacificación marcaba una nueva era de prosperidad para Roma, que
coincidía con el gobierno del soberano. Comenzaba una nueva etapa de la historia,
y ésta es la clave del monumento.
Junto al Ara Pacis, el Senado
decretó el mismo año 13 a.C. la construcción de un horologium, un reloj solar
que utilizaba como gnomon un obelisco de granito rojo procedente de Heliópolis
(Egipto). El Ara Pacis y el Horologium Augusti se construyeron e inauguraron al
mismo tiempo y se dispusieron de tal manera que el día del cumpleaños del
emperador, el 23 de septiembre, la sombra del obelisco apuntaba al ingreso del
altar.
Un mensaje para la posteridad
El Ara Pacis representaba en
mármol lo que se conoce como templum minus, un templo menor o provisional.
Tales templos estaban delimitados mediante una empalizada de madera, aquí
representada en el interior de los muros (de 11 por 10 metros) que acotan el terreno
sagrado, y que acogen dentro el altar propiamente dicho. El monumento, que
cuenta con puertas en los muros este y oeste, se levanta sobre un pedestal y se
accede a él por una escalinata.
El Ara Pacis ilustra
espléndidamente el dicho que el historiador Suetonio puso en boca de Augusto
antes de morir: "Encontré Roma como una ciudad de ladrillo y la dejé de
mármol", una alusión a su vasta labor de embellecimiento y renovación de la
capital. En tal sentido, el altar es una de las edificaciones más representativas
de la llamada Edad de Oro augustea, tanto desde el punto de vista histórico
como artístico. Pero no sólo el mármol aspira aquí a perdurar en el tiempo;
también lo hace el mensaje que transmiten los relieves exteriores, que en
tiempos del emperador estaban pintados de vivos colores.
La decoración de los muros norte
y sur del Ara Pacis evoca el día de la consagración del templo, cuando tan sólo
era una construcción provisional. En ellos se representó una procesión formada
por sacerdotes (flamines) y por la propia familia imperial, inspirada en la
procesión de las Panateneas del Partenón de Atenas.
En la entrada: Eneas y los
gemelos
Ofrenda
El héroe troyano
Eneas realiza un sacrificio a los penates. En el ángulo superior izquierdo
aparece el templo de estos dioses.
Los relieves que flanquean la
puerta oeste o delantera del Ara Pacis muestran precisamente dos momentos
fundacionales de Roma. A la derecha aparece un hombre que posiblemente sea
Eneas, de edad avanzada, mientras realiza un sacrificio a los dioses Penates,
las primitivas divinidades domésticas de los romanos. Llama la atención cómo en
un segundo plano y a lo lejos aparece representado un templo con los Penates,
dejando claro el carácter religioso de la escena. Eneas encarna la pietas erga
deos, "la piedad debida a los dioses", uno de los fundamentos de la religión
romana. El héroe troyano aparece vestido como un héroe o un dios, con el manto
enrollado en la cintura y dejando el hombro derecho desnudo, mientras los dos
jóvenes que le ayudan a celebrar el sacrificio, los camilli, van vestidos
con una túnica corta.
Este hecho lleva a pensar en un
diálogo entre un tiempo pasado, representado por Eneas, y el futuro,
personificado en los jóvenes romanos. Este juego del "futuro en el pasado" era
algo muy grato para la cultura romana, y aparece en el libro VI de la Eneida,
donde se relata el descenso de Eneas a los infiernos. Allí, su padre Anquises,
ya fallecido, le muestra las almas de las futuras glorias de Roma, y en cierto
momento el anciano le señala a Augusto, el futuro emperador: "Éste es, éste el
que vienes oyendo tantas veces que te está prometido, / Augusto César, de
divino origen, que fundará de nuevo la edad de oro / en los campos del Lacio
[...] y extenderá su imperio hasta los garamantes y los indios, / a la tierra
que yace más allá de los astros, allende los caminos / que en su curso del año
el sol recorre". Así anuncia Virgilio en su libro el espléndido porvenir
que aguarda a Roma de la mano de Augusto, que fue justamente quien le encargó
el poema.
De hecho, el protagonismo de
Eneas en el Ara Pacis tiene como fin la apropiación de la leyenda troyana por
parte de la familia imperial, la dinastía Julia, que incluía entre sus
antepasados al héroe troyano. Augusto aparece como un nuevo Eneas; no en vano,
si se contempla el altar desde la esquina delantera derecha, vemos a un lado a
Eneas y, al otro, en el relieve lateral, al mismo Augusto, ambos con la cabeza
velada, símbolo del pontífice máximo, la mayor autoridad religiosa de Roma.
Recientemente, sin embargo, se ha
propuesto que el personaje que realiza el sacrificio no es Eneas, sino Numa
Pompilio, segundo rey legendario de Roma, que celebró en el Campo de Marte un
sacrificio a la concordia de romanos y sabinos y que sacrificó una cerda para
la ocasión.
Al otro lado de la puerta oeste
aparece otro mito de la fundación de Roma: Rómulo y Remo son amamantados por la
loba bajo la higuera ruminal, que aparece en el centro de la composición. El
dios Marte, padre de los gemelos, observa la escena, precisamente cuando el
pastor Fáustulo acaba de encontrar a la loba que, habiendo acudido a la orilla
del Tíber a calmar su sed, halla a los dos bebés abandonados y les ofrece sus
mamas. Luego Fáustulo y su esposa criarán a los pequeños.
Si la fachada oeste del edificio
se refiere a un tiempo legendario, el de la fundación de Roma, la fachada este,
donde se encuentra la puerta trasera, estaba dedicada a la nueva edad dorada
que había empezado con Augusto.
Felicidad y fertilidad
En este relieve, el mejor
conservado, vemos a Italia, o la Madre Tierra (Tellus), rodeada de signos de
fertilidad: los frutos de la tierra y dos niños, quizá Rómulo y Remo, o tal vez
los propios herederos de Augusto: sus nietos Gayo y Lucio. Los niños aparecen
en brazos de la diosa y uno de ellos parece querer mamar.
«Mamar» en latín se dice felare,
y de esta misma palabra deriva el término felicitas («felicidad»), que no es
otra cosa que lo que «crece» y, por tanto, es próspero. Otro término, el que se
refiere al campo «abonado» (laetus), da lugar a un nuevo término para expresar
la felicidad: laetitia, pues tanto el animal que mama como el campo abonado
crecen y se vuelven prósperos. En la cultura romana, la felicidad está unida a
la idea concreta del crecimiento animal y vegetal. Al mismo tiempo, si partimos
de la idea de que los poetas latinos de la época debieron de inspirarse en las
imágenes que los rodeaban, los atributos que envuelven a Tellus –los animales y
los frutos– están indicando el nacimiento de una nueva edad dorada para la
tierra. Este relieve, pues, está destinado a reforzar la idea de felicidad entendida
como fertilidad y prosperidad.
El Ara Pacis es, en definitiva,
un poema en mármol, un monumento comparable al mayor poema jamás escrito en
latín: la Eneida de Virgilio. Un canto inmortal a la gloria de Octavio Augusto,
el primer emperador, y al espléndido futuro que de su mano se abría ante Roma.
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