Warhol hasta en la sopa
Joseba Elola
'Flowers', de 1964.
Inagotable. Warhol es inagotable.
Inagotable la fascinación que genera, la controversia que despierta, el rechazo
que provoca. Inagotable su obra, que sigue emergiendo de esas cápsulas del
tiempo que confeccionó en sus últimos años de vida y que aún deparan sorpresas
entre los conservadores del Museo Warhol de Pittsburgh. Inagotable su pujanza en el
mercado del arte, donde desde hace 10 años se mantiene como uno de los valores
más sólidos, como un termómetro del mercado, como un Dow Jones del mundo del
arte.
Inagotable su talento para
reinventarse, para hacer algo de la nada. Cualquier cosa puede ser arte.
Inagotable también su capacidad
para desafiar al espectador, como hace en Empire, esa película que rodó en el
año 1964 y que en estos días se puede ver en la muestra que acoge el Ashmolean
Museum de Oxford: en la imagen, el Empire State Building de Nueva York. La
cámara quieta. Durante ocho horas. Enfocando al edificio. Un solo plano, leves
y progresivos cambios en la luz, alguna sombra que pasa. El crítico de arte
Blake Gopnik escribió en 2014 una crónica de su experiencia en el visionado de
las ocho horas de esta obra de Warhol. Dijo que la película engancha.
Fotograma de 'Empire' (1964), película de ocho horas hecha con una cámara fija frente al edificio neoyorquino.
Las muestras sobre el trabajo del
artista de Pittsburgh se multiplican a lo largo y ancho del globo. En 2015 se
registraron más de 40 exposiciones solo en Estados Unidos; entre ellas, la de
las 32
sopas Campbell que expuso el MOMA de Nueva York. El año pasado, la
Tate de Liverpool abrió sus salas a Transmitting Andy Warhol. Acaba de cerrar sus puertas, a
principios de febrero de 2016, una muestra de 200 obras en el Museo
de Arte Moderno de París. En Nueva York, The Morgan Library and Museum
acoge Warhol by the Book, que incluye ocho proyectos de libros, portadas y
contribuciones en todo tipo de publicaciones. En Melbourne, la National Gallery
of Victoria expone Andy Warhol & Ai Weiwei. La galería Gagosian de
Londres acoge hasta el 23 de abril una muestra que emparenta sus trabajos con
los del fotógrafo Richard Avedon.
'Hoz y martillo' (1976).
En España, se exhibe en el Guggenheim de Bilbao hasta
el próximo 2 de octubre Sombras, 102 lienzos serigrafiados basados en dos
fotografías de sombras tomadas en el estudio de Warhol. También se esperan dos
importantes muestras para finales de este año o principios del que viene en
suelo español, según adelanta el director del Museo Warhol de Pittsburgh, Eric
Shiner. Y el año que viene, en conmemoración del 40º aniversario del
fallecimiento del gran adalid del arte pop, el Museo Jumex de México albergará
una gran muestra sobre su concepto de la muerte.
Warhol, Warhol, Warhol. Warhol hasta en la sopa.
Sostiene el crítico de arte Blake Gopnik que el artista,
nacido en 1928 en Pittsburgh, es el perfecto cartel para una exhibición. Atrae
a grandes audiencias y además concita el interés de los más serios catadores de
arte contemporáneo. “Para el mundo del arte serio es el hombre que expandió la
noción de arte”, “Es uno de
los más complicados y profundos artistas del siglo XX o de cualquier otros
siglo”. Para los más jóvenes, añade, es una “celebridad excéntrica”. Aquel tipo
que se codeaba con Bowie, Robert Mapplethorpe, Yves Saint-Laurent, Dennis
Hopper y Truman Capote; el glamoroso hombre de las pelucas blancas y las
Ray-Ban negras que apuraba las noches rodeado de gente muy puesta en los
pasillos del mítico Studio 54, conserva intacto su halo, no apto para
mitómanos. Se le puede considerar todo un precursor de la cultura de las
celebridades que hoy nos inunda.
Autorretrato del artista de Pittsburgh del año 1967.
Más allá de su influjo y vigencia en los tiempos que corren,
la proliferación de muestras tampoco debe sorprender si se tiene en cuenta lo
prolífico que era el artista, su dinámica de producción industrial de los últimos
años y la cantidad de obra que se puso a circular en el mercado del arte en el
año 2011 –la Fundación Warhol puso a la venta 20.000 piezas–. El profeta de los
nuevos medios, el visionario que se adelantó al fenómeno Instagram cargando
allá por donde iba con su Polaroid, es, con permiso de Pablo Picasso, uno de
los artistas más fecundos del siglo XX.
Al morir, legó a la fundación que lleva su nombre más de
100.000 obras. Más de 100.000 obras, sí, no es una errata, no sobra ningún
cero.
Una buena parte de ellas fue a parar
al museo que hay en su ciudad natal, Pittsburgh. Allí se pueden ver 900
cuadros, 100 esculturas, 200 trabajos en papel, más de 1.000 serigrafías y
4.000 fotografías; por no hablar de las 60 películas, los 4.000 vídeos o los
200 Screen Test, esas pequeñas joyas que rodó entre los años 1964 y 1966, época
de esplendor creativo, cortometrajes en los que sentaba delante de una cámara a
los que pasaban por su estudio y los dejaba cuatro minutos frente al objetivo
con una sola consigna: no parpadear.
A semejante tortura se sometió, parpadeando, la crème
de la crème del
underground (y no tan underground) neoyorquino.
Se puede ver a un Bob Dylan con 25 años, camisa negra y chaqueta, desviando la
mirada, reacomodándose en su silla; a un Marcel Duchamp tranquilo, arqueando
las cejas, fumándose un puro; o a una magnética Nico, cantante y socia de la
Velvet Underground, aguantando el tipo, riéndose del experimento. Piezas como
estas se pueden contemplar en una de las salas de la muestra del Ashmolean
Museum de Oxford.
Bob Dylan y Andy Warhol frente al "Silver Elvis"
Su producción fue ingente, y en el museo de Pittsburgh aún
están desenterrando los tesoros que esconden las 610 cápsulas del tiempo en
las que el artista empaquetada bocetos, recuerdos de su vida, objetos que
acumulaba como buen coleccionista compulsivo que era.
“Era un auténtico adicto al
trabajo, trabajaba todos los días como si no hubiera un mañana”. Lo dice su
sobrino James Warhola en conversación telefónica desde Nueva York. Artista e
ilustrador, relata con voz entusiasta los días en que veía a su tío pintar a
mano esas latas de sopa Campbell que se convertirían en iconos del arte pop.
James Warhola y su hermano correteaban por el estudio de su tío en la primera
mitad de la década de los sesenta. Recuerda cómo el tío Andy empezó a
experimentar con las serigrafías, le vio trabajar en sus retratos de Marilyn,
de Liz Taylor, de Elvis Presley.
James Warhola, nacido en
Pittsburgh en 1955, cuenta que el hombre que rompió con el discurso de los
expresionistas abstractos, lejos de ser ese personaje arisco, raro e
inquietante que aparentaba ser, era en realidad todo un bromista, un tipo al
que le encantaba decir tonterías, con un talento natural para interactuar con
niños. Hay una palabra que repetía una y otra vez, cuenta su sobrino:
“Marvelous” [maravilloso].
La vena artística, dice Warhola,
le venía de su madre, con la que vivió a lo largo de 20 años. “Ella era muy
creativa y tuvo mucha influencia en él. Le encantaba decorar huevos, dibujar,
pintar”.
Warhola –Andy Warhol se quitó la
a del apellido porque le sonaba mejor– confiesa que su tío le sirve de gran
inspiración a la hora de trabajar. “Decía
Arte puede ser cualquier cosa y,
como dirían sus detractores –entre los que se encontraba el reputado crítico de
arte Robert Hughes–, de cualquier manera. La época que su biógrafo el filósofo
Arthur C. Danto califica de mayor profundidad conceptual, la de los rompedores
años sesenta, derivó en una de producción en serie que fue a más en los últimos
años de su vida. Producción en serie que marcó el camino para algunos de los magos de
arte contemporáneo de nuestros días, como el siempre polémico Jeff Koons.
“El negocio del arte es lo que
viene después del Arte”, escribió Warhol en 1975 en La filosofía de Andy
Warhol: de A a B y de B a A (Tusquets). “Empecé como un artista comercial
y quiero acabar como un artista del negocio. Ser bueno en los negocios es la
forma más fascinante de arte”.
Algunos sitúan el punto de
inflexión en la producción artística de Warhol en el momento en que traslada la
sede de la mítica Factory, espacio de inspiración yperdición, al número 33 de
Union Square West en 1968. Un cambio que al propio Warhol le daba un poco de
miedo: “Temía que sin esos locos drogados farfullando a mi alrededor, haciendo
locuras, podía perder mi creatividad. Habían sido mi absoluta inspiración desde
1964”, confesó a su amigo y confidente David Bourdon.
'Heaven and Hell are Just One Breath Away' (1985), obra de la etapa en blanco y negro de Warhol.
El traslado a esas nuevas dependencias, que se asemejaban mucho más como
espacio a una oficina, marcó un giro hacia un nuevo modo de concebir y ejecutar
las obras en los años en los que Warhol había soltado los pinceles para
entregarse en cuerpo y alma a hacer películas. Sus abogados, mientras, andaban
ocupados dando forma a Andy Warhol Entreprises.
“A partir de entonces, la
producción se intensificó”, confirma desde Nueva
York Vincent Fremont, que conoció a Warhol en 1969 y se convirtió en
vicepresidente de Andy Warhol Entreprises en 1974. “Todo se volvió más
estructurado”. Fremont, para quien Warhol fue “como un segundo padre”, recuerda
que en aquellos años el establishment del arte ya empezaba a decir
que Warhol había perdido el pulso artístico. Algo con lo que no está de
acuerdo. “Fue un visionario, tenía una mirada hacia el mundo absolutamente
única. Y, como todos los grandes artistas, fue un adelantado a su tiempo”.
Fremont, que fue mánager de la
Factory, asistió a toda la puesta en marcha de la maquinaria industrial. A los
años en que el artista neoyorquino empezó a hacer series serigrafiadas en las
que volvía sobre los motivos que le habían dado fama en la década anterior: las
sopas Campbell, los billetes de dólar, las flores…
El crítico de arte Richard
Dorment reveló en un artículo de investigación publicado en 2013 en The
New York Review of Books que uno de los problemas que existen con el
legado de Warhol es que muchos de sus trabajos, desde los años setenta, fueron
elaborados fuera de su estudio, en imprentas que ni siquiera visitaba –aspecto
este que la Fundación Warhol para las Artes Visuales niega mediante un escueto
correo electrónico enviado a este periódico–. Fremont, que fue agente de ventas
de la Fundación Warhol tras la muerte del artista, también lo niega. Recuerda
que el creador de Ocho Elvises recurría siempre a dos imprentas.
Pintaba en su estudio, siempre supervisaba el trabajo que venía de imprenta y
firmaba las obras cuando le eran entregadas.
En el libro La supermodelo y la caja de Brillo (Ariel), Don Thompson, el economista y especialista en estrategia de marketing de la London School of Economics, realiza una incisiva disección del mundo del arte contemporáneo y afirma: “Resulta difícil determinar la autenticidad de algunas de las imágenes de producción masiva de Warhol”.
Thompson describe el proceso
industrial. Las serigrafías empezaban con una foto enviada a un laboratorio,
que luego era transferida a una placa de acetato. El acetato era utilizado para
fijar una imagen sobre la pantalla de serigrafía, la parte más delicada del
proceso creativo. El resultado se imprimía en un lienzo. La fase final del
proceso se encomendaba a impresores profesionales que, en ocasiones, podían
hacer alguna copia de más, de ahí las suspicacias. “Con sus técnicas de
reproducción mecánica de las sopas Campbell y las cajas Brillo”, explica Lucía
Agirre, comisaria en el Guggenheim de Bilbao, “Warhol utilizó una técnica que
no se había usado antes en el arte. Fue un clic”.
¡Rafael tenía una fábrica! ¡Rubens tenía una fábrica! ¡No hay nada de malo en tenerla, la mayor parte de los grandes artistas la tuvieron!”, exclama enfático, alzando los brazos, Norman Rosenthal, comisario de la muestra que en estos días se puede ver en Oxford. El que fuera jefe de exposiciones durante 30 años de la británica Royal Academy desdeña el debate periodístico que rodea la hiperproducción de Warhol en sus últimos años y las dudas que se siembran en torno a la autenticidad de algunas de sus obras. “Andy Warhol sabía lo que hacía, era un gran controlador, controlaba lo que se hacía en su nombre”, dice sentado a una de las mesas del despacho del director del Ashmolean mientras pica algo de comer, en el clásico día de cielo gris en la ciudad de la excelencia universitaria. ”Algunos artistas trabajan rápido y otros trabajando despacio. Lo importante es lo que queda”.
¡Rafael tenía una fábrica! ¡Rubens tenía una fábrica! ¡No hay nada de malo en tenerla, la mayor parte de los grandes artistas la tuvieron!”, exclama enfático, alzando los brazos, Norman Rosenthal, comisario de la muestra que en estos días se puede ver en Oxford. El que fuera jefe de exposiciones durante 30 años de la británica Royal Academy desdeña el debate periodístico que rodea la hiperproducción de Warhol en sus últimos años y las dudas que se siembran en torno a la autenticidad de algunas de sus obras. “Andy Warhol sabía lo que hacía, era un gran controlador, controlaba lo que se hacía en su nombre”, dice sentado a una de las mesas del despacho del director del Ashmolean mientras pica algo de comer, en el clásico día de cielo gris en la ciudad de la excelencia universitaria. ”Algunos artistas trabajan rápido y otros trabajando despacio. Lo importante es lo que queda”.
El influyente comisario
Rosenthal, que visitó el estudio de Warhol en los ochenta y se negó en su
momento a posar desnudo para él, considera al artista que convirtió la vida
cotidiana de los americanos en arte “un símbolo de su tiempo” y afirma que su
obra es cada vez más relevante conforme van pasando los años. “Cuando murió, la
gente dijo, como con Picasso, que los trabajos de sus últimos 25 años no tenían
valor. Pero a Warhol le pasa lo mismo que a Picasso: todo lo que hace está
bien”.
Con todo, con el aluvión de obras
en el mercado, con el cierre del Comité de Autentificación de obras también en
2011, con las polémicas, las controversias y las acusaciones de ser un fraude
estético o un fabricante de salchichas, Warhol sigue fascinando y su cotización
no toca techo. Su Triple Elvis se vendió por 65,7 millones de euros
en noviembre de 2014 en una subasta en Christie’s, y sus Cuatro Marlons, por
55,8 millones. “Warhol siempre resulta innovador”, dice Eric Shiner, director
del Museo Warhol, en conversación telefónica desde Pittsburgh. “Se adelantó a
su tiempo, de modo que resulta profundamente contemporáneo 29 años después de
su muerte”.
Triple Elvis 1963
Vincent Fremont, el mánager de la
Factory que recientemente ha sido nombrado consejero delegado del grupo
editorial ARTnews, recuerda con tristeza los días finales de Warhol. Habló con
él la víspera de su entrada en quirófano para extirparse la vesícula biliar,
una operación que no debía haber presentado la más mínima complicación.
“Acababa de terminar una serie de obras en blanco y negro. En su último año
había experimentado un subidón de energía: había hecho la serie de La
última cena, los mapas con los misiles, cargados de significado político… No
tendría que haber muerto. Tenía 58 años”.
La operación no parecía deparar
nada malo. Pero en aquella fría noche del sábado 21 de febrero de 1987, con
poco personal en el hospital, algo se torció.
A las 5.45 del domingo, Andy
Warhol, que había ingresado en la clínica bajo la identidad ficticia de Bob
Robert, se encontraba muy mal. A las 6.31 fallecía víctima de un ataque al
corazón, según el informe médico. Unos días antes, sus recelos ante la entrada
en quirófano le habían hecho guardar el testamento y algunos objetos de valor
en la caja fuerte de su mansión en el Upper East Side de Nueva York.
Texto: El País Semanal
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