¿Por qué la gente sigue creyendo en Dios?
Daniel Mediavilla
Hay una idea sobre la religión
que puede incomodar tanto a ateos como a creyentes. Su universalidad hace
pensar que está inscrita en el cerebro humano gracias a la selección natural,
porque cumple alguna función que ayudó a los creyentes a sobrevivir. Los humanos
habríamos evolucionado para crecer con el germen de la fe en algún tipo de dios
o dioses, del mismo modo que, según
planteó Noam Chomsky hace décadas, los niños vienen al mundo con
estructuras neuronales que les permiten aprender el idioma de sus padres.
Después, el entorno es el que determina el lenguaje o la religión particular
que se aprende.
Los estudios con gemelos
idénticos y mellizos separados al nacer llevados a cabo por el investigador Thomas Bouchard
muestran que la carga genética está relacionada con lo religiosa que es una
persona. Los gemelos nacidos de un mismo óvulo tenían una forma de pensar mucho
más parecida entre sí que los mellizos que nacieron a la vez pero de distintos
óvulos. Uno de los hallazgos más llamativos de este tipo de estudios es que si
un gemelo era criado en una familia atea y otro en una católica practicante,
ambos acabarían manifestando de un modo muy similar su fe o su falta de ella.
Además, Bouchard vio que la relación entre la influencia genética se incrementa respecto a
la del entorno con el paso de los años, cuando la influencia de los educadores
se reduce.
Desde el punto de vista
individual, la religión y las supersticiones tienen una utilidad como
herramientas para hacer frente a la incertidumbre de la vida diaria. Algunos estudios
sugieren que la existencia de un orden supremo y la posibilidad de influir en
él a través de ritos sirve para reducir el estrés que genera no saber qué
sucederá en el futuro. Esto puede ayudar a entender por qué algunos de los
hombres más poderosos del mundo, como el presidente francés François
Mitterrand o el estadounidense Ronald
Reagan, líderes de países con un poderío científico e intelectual inmenso,
pero también sometidos a tremendas incertidumbres, demandaron los servicios de
astrólogos y videntes para sobrellevar las dudas propias de su oficio.
Un
trabajo realizado por psicólogos de la Universidad de Queensland, en
Australia, planteaba que creer en que el futuro es predecible incrementa la
percepción de que ese futuro se puede controlar. Por lo tanto, explicaban, “la
creencia en la precognición (la capacidad para predecir el futuro) debería ser
particularmente fuerte cuando la gente más desea el control, es decir, cuando
no lo tienen”. Sus experimentos comprobaron que las personas que sienten que no
pueden manejar una situación creen más en los futurólogos que los que creen que
tienen todo bajo control.
Esta relación entre atracción por
poderes ocultos e incertidumbre, también se ha observado tras atentados como
los de Bruselas. En EE UU, tras el 11-S, se multiplicaron las ventas de
los libros del astrólogo del siglo XVI Nostradamus. En las semanas que
siguieron a los ataques, el bestseller francés coló en la lista de los más
vendidos de la tienda Amazon tres versiones de sus célebres y ambiguas
predicciones, en las que algunos interpretan que adivinó la llegada de Hitler
al poder o la epidemia del sida.
Junto a las necesidades
particulares que puede satisfacer la religión, varias hipótesis han tratado de
explicar la tendencia humana a creer en dioses a través de sus efectos sobre
los grupos. En las sociedades del paleolítico, probablemente igualitarias y sin
sistemas para imponer el orden por la fuerza a la manera de los Estados
modernos, la religión habría servido para fortalecer los vínculos entre los
individuos de la tribu y controlar los impulsos egoístas por miedo al castigo
divino. Experimentos como los realizados por Jesse Bering, psicólogo de la
Universidad Queens de Belfast, muestran que los niños son menos proclives a
engañar cuando piensan que les vigila un ente invisible. En su opinión, este
tipo de resultados sugiere que creer en que los dioses o los ancestros muertos
nos vigilan sirvió para fortalecer la cooperación en los grupos de cazadores
recolectores.
Aunque existen dudas sobre la
posibilidad de que la selección natural actúe sobre grupos en lugar de sobre
individuos, hay biólogos como Eduard O. Wilson que creen que en las sociedades
humanas primitivas se dieron las circunstancias para hacerlo posible. Por un
lado, el igualitarismo habría facilitado que los individuos altruistas
transmitiesen sus genes a la siguiente generación, y por otro, las continuas
guerras con otras tribus acabarían por beneficiar a los miembros de grupos más
cohesionados.
Más
adelante, según
proponía un estudio publicado recientemente en la revista Nature, la
creencia en un dios moralista, omnisciente y capaz de castigar a quien no
siguiese sus mandamientos, se convirtió en un pilar sobre el que se
construyeron las sociedades complejas. A diferencia de los humanos que vivieron
en los pequeños grupos de cazadores recolectores antes de la aparición de la
ganadería y la agricultura, los habitantes de los Estados civilizados no
conocían personalmente a todos los miembros de su sociedad. La presencia del
dios vigilante habría servido para fomentar la cooperación entre desconocidos
que compartían religión.
La religiosidad, que fue útil en algunos
momentos de la evolución humana, no está exenta de efectos negativos. La
capacidad de cooperar evolucionó en un entorno en el reforzar los lazos con los
miembros de nuestro grupo cultural era clave para la supervivencia, en buena
medida porque era necesario para enfrentarse con éxito a otros grupos.
Antropólogos como Michael Tomasello afirman que “las diferencias de trato a los
miembros del grupo y a los que no lo son” son uno de los “hallazgos más sólidos
de la psicología”. Por su parte, el sociólogo Robb Willer, de la Universidad de
Stanford (EE UU), ha
observado que las personas no creyentes se veían más motivadas por la
compasión a la hora de ser generosas. Para quienes tenían fe, las emociones
eran menos importantes en su decisión de ayudar al prójimo que, por ejemplo, la
identidad de grupo. El instinto de desconfiar de las personas que no consideramos
de nuestro grupo se ha azuzado durante milenios para enfrentar a unos humanos
contra otros con los más diversos intereses y en esa tarea, la religión, tan
eficaz para unir, también lo ha sido para separar.
Ver también FICCIONES CONVENIENTES: http://lamusaencantada.blogspot.com.ar/2014/10/ficciones-convenientes.html
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