El auge de Trump exhibe la fractura política y social de EE UU
Mark Bassets
Nadie vio llegar a Donald
Trump. Cómo un hombre sin experiencia política, pasó en unos meses de ser
una figura de los reality shows a un aspirante serio a la Casa Blanca,
es una pregunta que durante décadas ocupará a los expertos. El trumpismo es
una reacción airada a la presidencia del demócrata Barack Obama, una lente
aumentada y deformada de la virulenta oposición al presidente. También es una
respuesta a los cambios económicos y demográficos acelerados. Y, aunque sea un
fenómeno muy nuevo, hunde sus raíces en tradiciones de populismo y exclusión de
la historia de este país.
La sucesión
de victorias de Trump en las elecciones primarias y caucus (asambleas
electivas) le acercan a la nominación para ser el candidato del Partido
Republicano a las elecciones presidenciales de noviembre.
El malestar de
la clase trabajadora blanca erosionada por décadas de salarios estancados y
desigualdades crecientes puede explicar el fenómeno Trump. O el racismo latente
en partes de la sociedad. O el temor a los cambios acelerados de la
globalización.
La ansiedad
Se ha hablado del descontento,
o directamente de cabreo para entender las motivaciones de los votantes.
Una emoción que quizá ayude a
entender el ‘trumpismo’ es la ansiedad. Shana Kushner Gadarian, politóloga de
la Universidad de Syracuse (Nueva York), es coautora, junto a su colega Bethany
Albertson, de Anxious
politics (Política ansiosa), un libro publicado el pasado septiembre,
en pleno auge de Trump.
“La ansiedad política proviene de
una sensación de incertidumbre y es un sentimiento negativo, incómodo”, dice
Gadarian en un correo electrónico. “Para muchos americanos que pasan por
dificultades financieras, existe una sensación de precariedad que les hace
cuestionar la futura seguridad económica de ellos, sus familias y el país. A
esto se suma una ansiedad profunda entre ciertos segmentos del público sobre
los cambios demográficos y culturales que han ocurrido a un ritmo rápido en EE
UU en las últimas décadas”.
Gadarian cita la diversidad
racial y el ascenso a la Casa Blanca de un afroamericano o la conquista de los derechos
civiles por gais y lesbianas. El país de hace unas décadas es
irreconocible.
Ansiedad + enfado: esta sería la
fórmula Trump. “Mientras que la ansiedad lleva a la gente a querer sentirse
protegida, el enfado le lleva a querer culpar y castigar a quien perciban como
responsable de la ofensa”, dice. El castigo ahora puede dirigirse a
los musulmanes, a quienes Trump prohibiría la entrada en EE UU, o a los 11
millones de inmigrantes sin papeles, a los que quiere deportar.
Larga tradición
“Trump es un amalgama de
populista de derechas, famoso egomaniaco y hombre de negocios que cree que, por
haber ganado mucho dinero, es capaz de gestionar la economía americana y
gestionar un sistema político", dice Michael Kazin, historiador en la Universidad
de Georgetown, en Washington, codirector de la revista ‘Dissent’ y autor de The
populist persuasion (La persuasión populista), donde define el
populismo más como una retórica que como una ideología. “Hay paralelismos con
todo esto en la historia americana”.
Kazin
cita a Henry Ford, el magnate automovilístico que cultivaba un
discurso antisemita y
al que demócratas y republicanos cortejaron para ser candidato en los años
veinte. Más atrás, hay semejanzas con el Partido Americano de mediados del
siglo XIX, conocido como los Know-Nothing (no sé nada). “Su agenda
consistía en dificultar a los inmigrantes convertirse en ciudadanos
americanos”, dice. “Se oponían especialmente a los inmigrantes católicos:
irlandeses y alemanes. Creían que quitaban el trabajo a los americanos
protestantes y les veían como esclavos del Papado”. La ironía es que Trump
desciende de inmigrantes alemanes.
Otro posible precedente es, en
los años sesenta del siglo XX, el gobernador segregacionista de Alabama, el
demócrata George
Wallace, que se presentó a las elecciones presidenciales agitando el miedo
y el resentimiento de las clases medias blancas ante los cambios sociales de
los años sesenta. “Usa las frustraciones de la clase trabajadora blanca por sus
problemas económicos y la sensación de que el Estado no se preocupa de ellos y
se preocupa solo de otras personas, especialmente de los negros, en el caso de
Wallace, y latinos y negros en el caso de Trump. Usa esto para obtener votos de
personas que, de otra manera, votarían a los demócratas”.
El antecedente del Tea Party
La socióloga de Harvard Theda
Skocpol, coautora de The
Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism (El Tea Party y
la remodelación del conservadurismo republicano), ve una continuidad entre este
movimiento, que en 2009 y 2010 capitaneó la oposición a Obama, y Trump. Aunque
el Tea Party era sobre todo un movimiento anti-impuestos y contrario al
intervencionismo estatal, a sus bases les preocupaba la inmigración y temían a
los musulmanes, dice Skocpol.
Skocpol habla de tensiones
generacionales en un país en el que el estado del bienestar es generoso para
los mayores pero muy parco para los jóvenes y las personas con ingresos bajos.
Muchos seguidores del Tea Party no se oponían al intervencionismo estatal, como
rezaban los eslóganes del movimiento: defendían los beneficios públicos para
ellos —blancos y mayores— y no para las nuevas generaciones, más diversas
étnicamente.
El enfado de las bases del Tea
Party, según Skocpol, “se explicaba porque el Gobierno de Barack Obama estaba
desplazando recursos desde ellos a personas que consideraban no americanos, o
no buenos trabajadores”. Puro Trump, que se opone al dogma antiintervencionista
de su partido, el republicano, y es contrario a los recortes de las pensiones y
la sanidad pública para los mayores de 65 años.
La responsabilidad del Partido
Republicano
Michael Grunwald, autor de The new new deal (El
nuevo new deal, una crónica del plan de estímulo con el que en 2009 Obama
ayudó a sacar al país de la Gran Recesión), cuestiona la explicación únicamente
económica del fenómeno Trump. Grunwald recuerda que desde 2010 la tasa de paro
ha caído del 10% al 5%; que EE UU lleva 72 meses seguidos creando empleo, con
más de 14 millones de puestos de trabajo nuevos; que, aunque los salarios han
aumentado muy poco, la gasolina es barata; que el número de personas sin
cobertura médica se ha reducido a mínimos históricos; que los costes de la
sanidad crecen al ritmo más lento del último medio siglo; y que la inflación es
baja. “Aunque la desigualdad es un problema real”, dice, “las familias normales
tienen más seguridad y más dinero en el bolsillo”.
El porqué de Trump hay que
buscarlo, según Grunwald, en las actitudes recientes del Partido Republicano,
que asiste con espanto a su ascenso. “[Trump] es el más atractivo para muchos
votantes de las primarias republicanas a quienes, durante siete años, se les ha
dicho que Obama era un usurpador ilegítimo que está matando América”.
Trump triunfa porque es el
anti-Obama: indignado en vez de calmado, exagerado en vez de realista, un
constructor millonario blanco en vez de una activista vecinal negro, que era el
trabajo de Obama en su juventud.
Grunwald recuerda que, en las
elecciones legislativas de 2014, había candidatos republicanos advertían de que
terroristas islamistas podían introducir el virus del Ébola a través de la
frontera con México. “Así es como acabas teniendo a Trump”, añade. O, en otras
palabras, Trump sería un
monstruo nacido de la retórica descontrolada del Partido Republicano.
"La mayoría silenciosa está con Trump", dice este cartel en un mitin en Nueva Orleans (Luisiana)
Fuente: El País. España
¿Qué políticas exterior tendría TRUMP? ...si puertas adentro divide, ¿puertas afuera serían todas guerras?
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