Pequeños grandes inventos: el Velcro
Los astronautas pueden incluso jugar al ajedrez en gravedad cero, gracias al velcro. Foto: NASA
Una creencia popular atribuye su
invención a la NASA. Pero cuando el ingeniero eléctrico suizo George de Mestral
(19 de junio de 1907 – 8 de febrero de 1990) decidió nombrar su creación
uniendo las palabras francesas velours (terciopelo) y crochet (gancho), la NASA
aún ni siquiera existía. El Velcro no es el fruto de un gran proyecto de
tecnología avanzada, sino el producto de la imaginación y la tenacidad de un
solo hombre. Sin embargo, es preciso reconocer que la NASA no solo lo ha
empleado intensivamente, sino que contribuyó a popularizarlo.
Suele decirse que una de las
cualidades del genio consiste en ver lo que nadie más ve donde todos miran. No
cabe duda de que otros muchos antes que De Mestral habían terminado una
caminata por el campo con frutos espinosos prendidos en sus ropas. Para los
demás era solo una pequeña molestia; en cambio, cuando un día de 1941 el
ingeniero regresó de su paseo de caza por un bosque en los montes de Jura, vio
una solución donde otros solo veían un problema; tras arrancar las semillas de
sus prendas y del pelo de su perro, se le ocurrió estudiarlas al microscopio
para comprender cómo lograban engancharse con tanta contumacia.
De Mestral llevaba la invención
en la sangre: su padre fue ingeniero antes que él. Ya antes de estudiar en la
Escuela Politécnica Federal de Lausana, había construido y patentado un avión
de juguete. Pero la gran obra de su vida nació de aquellos frutos espinosos; al
descubrir los diminutos ganchos que se prendían a la ropa o al pelo, tuvo la
idea de imitar aquel ingenio de la naturaleza para fabricar una “cremallera sin
cremallera”, un sistema de cierre para las prendas que pudiera emplearse una y
otra vez sin que jamás se atascara o deteriorara.
El velcro es un ejemplo de invento biomimético que ha copiado a las semillas de la bardana.
Esta idea de aplicar a nuestra
tecnología los tesoros de la ingeniería natural tiene hoy un nombre: biomimética.
“Podríamos considerar a George de Mestral el padre de la biomimética moderna”,
señala a OpenMind el ingeniero de la Universidad de California en San Diego
(EEUU) Marc Meyers,
experto en materiales biológicos y bioinspirados. Según Meyers, el anhelo de
imitar los desarrollos de la naturaleza es casi tan viejo como la invención
humana: “Uno de los primeros intentos en biomimética fue el dibujo de Leonardo
da Vinci de un planeador inspirado en un murciélago”, apunta. “Pero antes de
eso tenemos a Ícaro y Dédalo, de la mitología griega, que fabricaron alas
utilizando plumas”.
La iniciativa de De Mestral se
enfrentó con serios problemas. “La suya no fue una tarea fácil”, advierte
Meyers. Algunos se burlaron de su idea, y el abordaje técnico fue tan complejo
que casi le hizo abandonar. Le llevó casi una década, en colaboración con un
experto textil de Lyon y un fabricante de telares de Basilea, desarrollar el
producto y mecanizar el proceso de fabricación. Por fin, en 1955, había nacido
el Velcro: dos cintas de material textil, una con pequeños lazos y la otra con
ganchos creados por una máquina que cortaba los lazos. El nailon fue el
material finalmente elegido, por su resistencia y durabilidad. De Mestral
obtuvo patentes para su invención en 1955 y en años
sucesivos.
Macrofotografía de los ganchos del velcro.
Sin embargo, el producto no
alcanzó el éxito inmediato que De Mestral había vaticinado; su implantación fue
trabajosa. En sus primeros tiempos, el Velcro apenas facturaba 60
dólares a la semana. En 1958 la revista Time informaba de “un cierre de nylon que
podría traer grandes cambios a la industria de la ropa”. Al año siguiente, un
certamen de moda en el Hotel Waldorf-Astoria de Nueva York desplegaba las
utilidades del Velcro en todo tipo de productos. En 1966, Velcro se anunciaba en las revistas de ortopedia como la solución
perfecta para fijar las prótesis. En 1968 Puma lo incorporó a sus zapatillas
deportivas, algo a lo que después se sumaron otras marcas. Pero fueron las
misiones Apolo a la Luna las que dieron a conocer a la humanidad aquel curioso
sistema que permitía fijar todo lo que uno quisiera a donde quisiera.
El ascenso fue lento, pero por
fin De Mestral “triunfó de manera espectacular”, dice Meyers. Hoy Velcro es un gigante
multinacional que cada año fabrica suficiente cinta como para rodear la Tierra
100 veces, y su marca se ha convertido en una palabra de uso cotidiano que
incluso figura en los diccionarios. Algo que no satisface a la compañía: desde
que la patente de De Mestral expiró en 1978, otras compañías fabrican cierres
de lazo y gancho (hook and loop), lo que según los propietarios originales del
sistema puede llevar a confusión. “Solo hay un Velcro”, subrayan en su
publicidad. De hecho, la empresa insiste en que Velcro designa a una compañía,
una marca registrada, y no un producto concreto.
Pero además de su uso popular, el
Velcro posee también curiosas vertientes científicas. Los físicos estudian la mecánica de su funcionamiento para optimizar los sistemas
de enganche, y lo utilizan como modelo para investigar fenómenos de fricción, desde los
microscopios de fuerza atómica hasta los desplazamientos de las placas
tectónicas terrestres. Los forenses analizan las famosas tiras debido a su capacidad de retener
pertinazmente pruebas de un crimen, como fibras o pelos. Los zoólogos lo emplean para crear diminutas jaulas en las
que fijar los parásitos a sus hospedadores. Así, un invento inspirado en la
naturaleza hoy nos ayuda a comprender la naturaleza, también para continuar
incorporando sus soluciones a nuestra tecnología. “Hay muchos secretos de la
naturaleza que necesitamos entender antes de poder utilizarlos”, concluye
Meyers.
Javier Yanes para Ventana al
Conocimiento
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