La derrota de Evo
Mario Vargas Llosa
La derrota de Evo Morales
en el referéndum con el que pretendía reformar la Constitución para hacerse
reelegir por cuarta vez en el año 2019 es una buena cosa para Bolivia y la
cultura de la libertad. Se inscribe dentro de una cadena democratizadora que va
golpeando al populismo demagógico en América Latina de la que son jalones
importantes la elección de Mauricio Macri en Argentina contra el candidato de
la señora Fernández de Kirchner, el anuncio de Rafael Correa de que no será
candidato en las próximas elecciones en Ecuador, la aplastante derrota —por
cerca del 70% de los votos— del régimen de Nicolás Maduro en las elecciones
para la Asamblea Nacional en Venezuela y el desprestigio creciente de la presidenta
Dilma Rousseff y su mentor, el ex presidente Lula, en Brasil, por el fracaso
económico y los escándalos de corrupción de Petrobras que presagian también un
fracaso catastrófico del Partido de los Trabajadores en las próximas
elecciones.
A diferencia de los
Gobiernos populistas de Venezuela, Argentina, Ecuador y Brasil, cuyas políticas
demagógicas han desplomado sus economías, se decía de Evo Morales que su
política económica ha sido exitosa. Pero las estadísticas no cuentan toda la
verdad, es decir, el período enormemente favorable que vivió Bolivia en buena
parte de estos 10 años de Gobierno con el auge del precio de las materias
primas; desde la caída de estas, el país decrece y está sacudido por los
escándalos y la corrupción. Esto explica en parte el descenso en picada de la
popularidad de Evo Morales. Es interesante advertir que en el referéndum casi
todas las principales ciudades bolivianas votaron contra él, y que, si no
hubiera sido por las regiones rurales, las menos cultas del país y también las
más alejadas, donde es más fácil para el Gobierno falsear el resultado de las
urnas, la derrota de Evo habría sido mucho mayor.
¿Hasta cuándo continuará
el singular mandatario echando la culpa al “imperialismo norteamericano” y a
los “liberales” de todo lo que le sale mal? El último escándalo que ha
protagonizado tiene que ver con China, no con Estados Unidos. Una ex amante
suya, Gabriela Zapata, ahora presa, con la que tuvo un hijo en 2007, fue luego
ejecutiva de una empresa china que ha venido recibiendo jugosos y arbitrarios
contratos gubernamentales para construir carreteras y otras obras públicas por
más de 500 millones de dólares. El favoritismo flagrante de estos contratos
ilegales, denunciados por un gallardo periodista, Carlos Valverde, ha sacudido
al país y los desmentidos y explicaciones del presidente sólo han servido para
comprometerlo más con el enjuague. Y para que la opinión pública boliviana
recuerde que este es sólo el último ejemplo de una corrupción que a lo largo de
este decenio ha venido manifestándose en múltiples ocasiones aunque la
popularidad de Evo sirviera para acallarla. Da la impresión de que aquella
popularidad, que va apagándose, ya no bastará para que la opinión pública
boliviana siga engañada, aplaudiendo a un mandatario y a un régimen que son un
monumento al populismo más desenfrenado.
Ojalá
que, al igual que los bolivianos, la opinión pública internacional deje de
mostrar esa simpatía en última instancia discriminatoria y racista que, sobre
todo en Europa, ha rodeado al supuesto “primer indígena que llegó a ser
presidente de Bolivia”, una de las muchas mentiras que propala su biografía
oficial, en todas sus giras internacionales. ¿Por qué discriminatoria y
racista? Porque los franceses, italianos, españoles o alemanes que han jaleado
al divertido gobernante que se lucía en las reuniones oficiales sin corbata y
con una descolorida chompita de alpaca jamás habrían celebrado a un gobernante
de su propio país que dijera las estupideces que decía por doquier Evo Morales
(como que en Europa había tantos homosexuales por el consumo exagerado de la
carne de pollo), pero, al parecer, para Bolivia, ese ignaro personaje estaba
bien. Los aplausos a Evo Morales en Europa me recordaban a Günter Grass cuando
recomendaba a los latinoamericanos “seguir el ejemplo de Cuba”, pero para
Alemania y la culta Europa él no proponía el comunismo sino la
socialdemocracia. Tener pesos y medidas distintas para el primer y el tercer
mundo es, pura y simplemente, discriminatorio y racista.
Quienes creen que un
personaje como Evo Morales está bien para Bolivia (aunque nunca lo estaría para
Francia o España) tienen una pobre e injusta idea de aquel país del Altiplano.
Un país al que yo quiero mucho, pues allí, en Cochabamba, pasé nueve años de mi
infancia, una época que recuerdo como un paraíso. Bolivia no es un país pobre,
sino, como muchas repúblicas latinoamericanas, empobrecido por los malos
Gobiernos y las políticas equivocadas de sus gobernantes —muchos de ellos tan
poco informados y tan demagogos como Evo Morales—, que han desaprovechado los
ricos recursos de su gente y su suelo —sobre todo, cerros y montañas— y
permitido que una pequeña oligarquía prosperara en tanto que la base de la
pirámide, las grandes masas quechua y aymara, y la población mestiza, que es el
grueso de sus clases medias, vivieran en la pobreza. Evo Morales y quienes lo
rodean no han hecho avanzar un ápice el progreso de Bolivia con sus acuerdos
comerciales con Brasil para la explotación del gas y sus empréstitos gigantes
provenientes de China para la financiación de obras públicas faraónicas y,
muchas de ellas, sin sustentación técnica ni financiera, que comprometen
seriamente el futuro de ese país, a la vez que su política de
nacionalizaciones, victimización de la empresa privada y exaltación de la lucha
de clases (y, a menudo, de razas) incentivaba una violencia social de
peligrosas consecuencias.
Bolivia
cuenta con políticos respetables, realistas y valientes —conozco a algunos de
ellos— que, pese a las condiciones dificilísimas en que tenían que actuar,
arriesgándose a campañas innobles de desprestigio por parte de la prensa y los
aparatos de represión del Gobierno, o a la cárcel y al exilio, han venido
defendiendo la democracia, la libertad ultrajada, denunciando los atropellos y
la política demagógica, la corrupción y las medidas erróneas e insensatas de
Evo Morales y su corte de ideólogos, encabezados por el vicepresidente, el
marxista Álvaro García Linera. Son ellos, y decenas de miles de bolivianos como
ellos, la verdadera cara de Bolivia. Ellos no quieren que su país sea
pintoresco y folclórico, una anomalía divertida, sino un país moderno, libre,
próspero, una genuina democracia, como lo son ahora Uruguay, Chile, Colombia,
Perú y tantos otros países latinoamericanos que han sabido sacudirse, o están a
punto de hacerlo, mediante los votos de quienes, como los esposos Kirchner, el
comandante Chávez y su heredero Nicolás Maduro, el inefable Rafael Correa, Lula
y Dilma Rousseff los estaban o están todavía llevándolos al abismo.
La derrota de Evo Morales
en el referéndum del domingo pasado abre una gran esperanza para Bolivia y
ahora solo depende que la oposición mantenga la unidad (precaria, por
desgracia) que esta consulta gestó, y no vuelva a dividirse, pues ese sería un
regalo de los dioses para la declinante estrella de Evo Morales. Si se mantiene
unida y tan activa como lo ha estado estas últimas semanas, Bolivia será el
próximo país latinoamericano en librarse del populismo y recobrar la libertad.
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