Ya ni cerramos los ojos
Vivimos
muy rápido.
Ya no
respiramos lento,
ya no
nos sentamos frente al mar
sin
esta necesidad de decírselo a alguien.
Lo
queremos todo ya y aquí,
aunque
"ya y aquí" quiera decir
mal y
de perfil.
Nos
contamos cosas
a
través de pantallas heladas
y
temblamos más con una batería baja
que con
un susurro en la nuca.
Si nos
tropezamos,
agarramos
más fuerte el móvil
que la
mano del de al lado.
Nos
hacemos fotos sin pensar
que el
corazón más importante
es el
que está tras las pestañas,
y no
los ojos que hay debajo.
Preferimos
mil "me gusta" en la nube
que un
"me gustas" en el ombligo.
Valoramos
a la gente
por el
ejército que tiene detrás
sin
preocuparnos ni un segundo
de los
principios de un capitán.
Nos
repetimos que dormir solo
no está
tan mal,
convencidos
de que las defensas se bajan
mientras
lo hacemos.
Como si
dejar que alguien entre
no sea
lo mejor
que le
puede pasar a tus piernas.
Nos
traen el desayuno a la cama
y
corremos a inmortalizar el momento,
en vez
de tirarlo todo por los aires
y
engancharte como koalas
al
portador.
Tiramos
el amor a estornudos como si
siempre
fuese a haber más en la reserva.
Le
ponemos barreras tan altas porque de
pequeños
nos dijeron que podía con todo.
Y a lo
peor pueda saltarlas, pero ¿cómo
quedará
lo que consiga pasar?
No nos
dejamos tiempo
para
echarnos de menos,
y en
los abrazos
ya ni
cerramos los ojos.
Nos
queremos mal.
Y
rápido.
Y mal.
Nos
conformamos.
Y no,
así no.
Yo no.
Ya no.
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