Antonio Pita*
Hoy, en los libros
de historia, todo encaja. Un país inmenso con una estructura agraria feudal
hasta el siglo XIX, una revuelta aplastada a disparos doce años antes y décadas
del fantasma del comunismo recorriendo Europa. En cambio, cuando
se desarrollaban los acontecimientos clave de la Revolución Rusa, la última
dinastía zarista no entendió nada: se aferraba a la ilusión de que todo
volvería a la normalidad y creía que "la naturaleza eslava" requería
de "un látigo" y "casi crueldad", como apuntó la zarina
Alejandra Fiódorovna a su
marido, Nicolás II.
Es una de las impresiones que se extrae de las cartas, telegramas, diarios y otros documentos, principalmente de los Románov y sus allegados, escritos durante los tres cautiverios que sufrieron entre la revolución burguesa de febrero de 1917 y su ejecución en 1918 en Ekaterimburgo, donde se alza desde 2003 la catedral de la Sangre Derramada. Un relato íntimo compilado por la editorial Páginas de espuma en forma de novela epistolar bajo el título Románov, crónica de un final: 1917-1918.
25 de febrero de 1917, según el calendario juliano, trece días menor
que el gregoriano que la Rusia de Lenin adoptó un año más tarde: la zarina
escribe a su marido a la residencia imperial de Tsárskoye Seló: "Los
chicos (en las calles) corren y gritan que no tienen pan -tan solo para agitar-
y los obreros impiden que otros trabajen. Si hiciera mucho frío, todos estarían
en sus casas. Pero todo esto pasará y se calmará si la Duma (el Parlamento) actúa bien". No aparece en el libro, pero un día después el presidente de
la Cámara advertía al zar en un telegrama de que la situación era
"grave" y la capital (entonces Petrogrado, la actual San Petersburgo) estaba en "estado de anarquía". Nicolás II no respondió. En marzo
acabaría abdicando, presionado por la Duma.
Los Romanov visitando un regimiento durante la Primera Guerra Mundial –
copy: Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University
La vida familiar de los Romanov. / Nicolás II con los niños. Retrato de la familia en el parque.
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En las misivas se
mezcla lo político y lo cotidiano. Un breve comentario de la zarina sobre cómo
"los pobres asaltan las panaderías" va seguido de un repaso a la
fiebre de los niños. En otra carta anima a su esposo a mostrar su "mano
poderosa" a la población justo antes de lamentar no haber podido desayunar
juntos. Nicolás II responde en un telegrama: "Hace un tiempo maravilloso.
Espero que os sintáis bien y tranquilos. Muchas
tropas fueron enviadas al frente".
Los motes son
cariñosos: Amigo aludía al
asesinado Rasputín; Solecito, a la zarina (por influencia de su abuela
Victoria, la reina británica, que solía llamarla Sunny); y el primogénito
Alekséi era Rayito de sol o Baby.
También se palpa el
aburrimiento de una vida ociosa y sin responsabilidades. "No tengo nada
interesante para escribir: a las doce habrá misa. Anastasia ha cumplido
dieciséis años. ¡Cómo pasa el tiempo!", cuenta Alejandra Fiódorovna a una
amiga en junio de 1917.
Anastasia Nikoláyevna de Rusia
Anastasia Nikoláyevna de Rusia
"El tiempo pasa rápida y monótonamente.
Trabajamos, leemos, tocamos el piano, paseamos, tenemos clases. Y ya",
resumía la princesa Tatiana Nikoláievna en una carta. Su padre define la vida
como estar embarcado: "todos los días son parecidos el uno al otro".
Llenan el tiempo con clases de catecismo, lectura o juegos de mesa.
"En cada uno de los cortos y esporádicos viajes a Tsárkoye Seló intentaba adivinar el carácter del ex zar y entendí que nada ni nadie le interesaba excepto sus hijos. Su indiferencia hacia el mundo exterior me parecía casi artificial (...)Se quitó el poder como quien se quita el traje de ceremonia para ponerse el de casa", escribió Kerenski, líder del Gobierno provisional que concluyó con la revolución bolchevique. Más tarde ordenó separarle de la zarina, salvo para las tres comidas del día, por el "enfado irreconciliable" que esta arrastraba por la pérdida del poder.
Las entradas en el
diario de Nicolás II son más bien breves y descriptivas. "Por la tarde
tomamos el té en mi cuarto. Ahora dormimos juntos de nuevo", se limitó a
escribir el 12 de abril de 1917. En ocasiones responde con tono distante a las
cartas de su mujer, llenas de epítetos de amor. "Creo que es algo de la
personalidad de Nicolás, sobre todo con su familia nuclear. No quería escribirles
que viajaba solo en un vagón de tren mientras su cabeza daba vueltas sobre
tener que abandonar el Gobierno o no (...) Era un enamorado de su familia que
prefería estar con ella que escribirles, y siempre procurando no
preocuparlos", señala Ezra Alcázar, participante en la edición y
construcción del libro.
En agosto de 1917
la familia real fue trasladada a una mansión en Tobolsk, la principal ciudad de
Siberia. Cada vez más bolcheviques reclamaban la cabeza del zar y Kerenski
quería alejarle de los principales focos de tensión. Su lujoso tren de vida
descarriló. "Muchos cuartos no están arreglados y su estado es poco
atractivo. Luego fuimos al supuesto jardín (una horrible huerta), examinamos la
cocina y el cuarto de guardia. Todo se ve viejo y abandonado", narraba
Nicolás Il en su diario. Un testigo fundamental de esos días, Pierre Gilliard,
el académico suizo que enseñaba francés a los hijos de la familia, recuerda en
sus memorias cómo los Románov "sufrían por la falta de espacio", pese
a que la planta en que vivían era "cómoda y espaciosa".
"Me sorprendió la suavidad de la familia real. En las cartas
enviadas a sus amigos desde Tobolsk se nota que se concentraban solo en lo
bueno que les pasaba: fiestas, misas, una pieza de teatro que hicieron. Se
entiende que vivieron un momento sumamente difícil y estresante, pero con su
devoción a Dios y la unidad familiar todavía esperaban lo mejor", señala la traductora de los textos, Tatiana Shvaliova.
En abril de 1918,
la revolución comunista cuenta medio año de vida, Rusia
ha salido de la Primera Guerra Mundial con la firma del Tratado de
Brest-Litovsk y está inmersa en una guerra civil. Los Románov son
trasladados a la ciudad de Ekaterimburgo y los textos del zar se impregnan de
incertidumbre. 14 de junio: "Pasamos una noche llena de preocupación y nos
desvelamos vestidos... hace poco recibimos dos cartas ¡en donde nos informaron
de que nos preparemos para ser robados por la gente!". 30 de junio:
"No tenemos ninguna noticia del exterior".
Familia Romanov y ramas colaterales
En la noche del 16
al 17 de julio la familia fue llevada por sorpresa a un sótano, como aparece
descrito en el
ensayo Los Románov (Crítica), de Simon Sebag Montefiore. "¿Por
qué no hay aquí ninguna silla? ¿Está prohibido sentarse?", preguntó
Alejandra. Yákov Yurovski, el miembro del Soviet de los Urales que ejecutó la
orden de asesinato de los siete Románov, tres de sus sirvientes y un médico,
leyó un pedazo de papel: "Nikolái Aleksandróvich, en vista de que tus
parientes continúan con su ataque a la Rusia Soviética, el
Comité Ejecutivo de los Urales ha decidido tu ejecución y la de tu
familia". El zar, desconcertado, pidió escucharlo de nuevo. Yurovski
releyó el texto y Nicolas II balbuceó: "¿qué? ¿qué?".
"¡Esto!", zanjó Yurovski mientras abría fuego. "Los Románov
estaban completamente tranquilos. No sospechaban nada", es su recuerdo del
momento.
Última fotografía conocida de Nicolás II y su esposa Alexandra Feodorovna antes de su muerte.
circa 1918.
circa 1918.
*Texto El País.
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